Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
29 de enero del 2002


México

San Juan de Ulúa, la fortaleza que el Golfo reclama


Myriam Vidriales
PuntoG. México, 28 de enero.


Entre el complejo naval industrial que lo asfixia, y que ha obligado a las autoridades a desembolsar más de 80 millones de pesos para intentar salvarlo del deterioro, San Juan de Ulúa se mantiene como una de las maravillas arquitectónicas del Golfo de México, y atiende una curiosa fauna de vendedores de relojes, visitantes y fantasmas del pasado.


Recuerda a los castillos medievales, y también a los cuentos del barón Munchausen. Visto desde la orilla del puerto de Veracruz, es un manchón color piedra, diminuto entre los brazos de las grúas que mueven a los contenedores y los buques que entran y salen a los Talleres Navales del Golfo. Pero por dentro, San Juan de Ulúa es un nudo de pasillos en donde las cavidades cuadradas de las paredes permiten imaginar a alguno de los más de 1.500 soldados que llegaron a vivir ahí al mismo tiempo preparando sus mosquetes. Las mazmorras huelen a sal. Todavía se escuchan caer las gotas de agua que dan forma a las estalactitas en sus techos. Y en la plataforma principal, azotada por el viento, enormes amarras de bronce, enverdecidas por el paso del tiempo, recuerdan el pasado glorioso de los barcos que llegaban a esta fortaleza, en donde llegaron a atracar hasta 30 grandes naos de la Real Flota de la Nueva España.

Para llegar a San Juan de Ulúa hay que enfilar hacia el norte del Malecón de Veracruz y recorrer la pequeña carretera que lleva al fuerte. Ésta fue construida en tierra ganada al mar, al igual que las instalaciones navales que la rodean, lo que ha dejado a San Juan sólo el nombre de la isla que un día fue santuario de Tezcatlipoca, el dios del espejo humeante de los olmecas. Los camiones locales hacen el recorrido por 3,50 pesos, y desde sus ventanas, los visitantes pueden ver cientos de bloques de concreto detrás de los que, se adivina, el ruido del mar la bordean. En un apilamiento que cobra aires de paisaje del Planeta de los Simios, los bloques forman un enorme dique gris con el que las autoridades portuarias pretenden seguir acrecentando su zona de influencia.

A las puertas de la fortaleza, y frente al Arsenal Nacional Tres de la Armada de México, los puestos de souvenirs, cubiertos de mantas color verde militar, comparten terreno con los vendedores de relojes. Este grupo de profesionales es muy numeroso en todo el puerto de Veracruz. Se reconocen por sus estuches negros, de interiores de terciopelo y porque gritan su brillante mercancía de imitación, que puede valer de 50 hasta 400 pesos. Pero más brillante aún que el metal de los relojes resulta la visión del fuerte. Encaladas y teñidas de amarillo ocre, las paredes, con sus cúpulas rematadas en color ladrillo, deslumbran bajo la luz del sol, llegue directa o filtrada por los nubarrones de los frecuentes nortes que azotan la ciudad.

Los hechos históricos ligados a San Juan de Ulúa son muchos: Ahí comenzó el comercio entre españoles e indígenas; Juan de Grijalva daba cuentas y espejos, y los indígenas entregaban oro y plata. El islote fue territorio de piratas en repetidas ocasiones. Uno de sus más famosos usurpadores fue el pirata inglés Francis Drake, quien amarró sus barcos al fuerte en 1568. San Juan de Ulúa fue la sede del primer ayuntamiento mexicano, y la puerta al comercio internacional entre la recién descubierta Nueva España y Europa. Ahí se comenzó a jugar ajedrez en México, entre los tiempos muertos de una guardia y otra. Fue refugio del gobierno perseguido por los franceses, de Benito Juárez, quien antes había sido huésped presidiario por cortesía del General Santa Anna. Durante la guerra de Independencia fue el último bastión de los soldados españoles. A principios del siglo XX, Porfirio Díaz le dio la espalda al monumento y lo convirtió en la cárcel para los presos políticos y revolucionarios, mientras que de la mano de la compañía Pearson & Son se dedicaba a remodelar y modernizar el puerto alrededor de él. Fue también en San Juan de Ulúa en donde, en 1850, homeópatas catalanes encabezados por el doctor Carbó demostraron los poderes de la homeopatía en territorio mexicano al acabar con una epidemia en las mazmorras.

Hoy la fortaleza enfrenta el benévolo embate del Proyecto Integral de Restauración de la Fortaleza de San Juan de Ulúa, que comenzó en 1993, bajo el auspicio del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH). Con una inversión de 84 millones de pesos, (30 de los cuáles se dedicarán sólo a los cimientos) las autoridades mexicanas se han dado a la tardía tarea de evitar que el mar se lleve al fuerte, luego de que estuvo por mas de diez años en la lista mundial de monumentos históricos en inminente peligro de extinción.

La construcción de San Juan de Ulúa comenzó en 1535 y terminó en 1779. Aunque hoy el lugar es considerado una unidad, el cuadrilátero de su arquitectura está formado por un conjunto de edificios: el castillo de San Juan de Ulúa es la parte más antigua y contiene los jardines y la muralla que da la cara al mar. Se terminó en 1707. Ese año se comenzaron a construir los fuertes de Santa Pilar, San José y Santa Catalina, San Miguel y Guadalupe. En cada ángulo el fuerte tiene un baluarte: La Soledad, El Santiago, El San Pedro y San Crispín.

Parte de la tragedia que hoy vive el del fuerte viene de su propia edad. Con el tiempo los cimientos han cedido al roce continuo del agua del Golfo, ese mar que se mueve a su alrededor como un animal prehistórico y que apenas deja adivinar su fuerza en los remolinos que resultan de su constante lamer la piedra mucara de la que está hecho el fuerte. Las piedras fueron tomadas por los españoles de los arrecifes cercanos al islote. Unidas unas a otras con una mezcla de arena y cal de mandrágoras, tienen una textura llena de curvas en las que se pueden apreciar claramente los fósiles del coral y las conchas; sin duda este es uno de los elementos que da a la fortaleza su aire sobrenatural.

A los efectos de la edad del fuerte hay que sumar los de los desechos industriales que, sobre todo desde principios del siglo XX, se acumulan a su alrededor. No es gratuito que en 1999 miembros de Greenpeace tomaran San Juan de Ulúa como protesta contra la introducción de maíz transgénico a México. A las fisuras, grietas y derrumbes, se ha sumado la corrosión de cimientos por químicos y bacterias, socavaciones y azolves. El fuerte ha sido a tal grado víctima de la contaminación que, cuando se comenzó el proceso de restauración y se hizo un intento de rescate mediante arqueología submarina, siete de los buzos que formaban el equipo arqueológico contrajeron hepatitis debido a sus inmersiones en el foso.

Hoy, para suerte de los arqueólogos, el foso está seco y los trabajos se hacen con métodos más ortodoxos. Aunque muchas partes del fuerte se mantienen aisladas debido a la remodelación, los visitantes pueden recorrer sin problemas la zona de mazmorras, enormes bóvedas que tienen techos llenos de estalactitas que resultan del matrimonio entre el salitre y la humedad, y pisos de piedras pulidas por el agua del mar. Además de las mazmorras, San Juan contaba con un área de calabozos cercana al palacio del patio principal. Ahí, las gruesas paredes no dejan penetrar la luz, que apenas alcanza a filtrarse por los respiraderos en el techo. El ruido del mar que se oye a través de la roca, y la penumbra que dificulta el avance de los pies, hacen que no resulte extraño que este haya sido el espacio elegido por el director de cine Bernard Schnabel para recrear el paso por la cárcel del Morro del escritor Reinaldo Arenas, en la cinta Antes que anochezca.

De hecho, la dignidad del edificio, que se ha mantenido a pesar del maltrato del tiempo y de los hombres, ha hecho que políticos y empresarios influyentes de Veracruz lo utilicen como escenario para bodas y fiestas. El caso más reciente fue el del matrimonio de Carlos Autrey y Patricia Ruiz, miembro él de una dinastía empresarial veracruzana especializada en el ramo farmacéutico, y sobrina ella de Valentín Ruiz, considerado el constructor y terrateniente de sitios turísticos más próspero de Veracruz. Entre los selectos invitados a la boda, realizada en octubre de 2001, estuvieron el gobernador de Veracruz, Miguel Alemán Velasco, el ex regente de la Ciudad de México, Manuel Camacho Solís y Cecilia Occelli, quien fue esposa del ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari. El pretexto para autorizar la boda civil en el lugar fue la presentación del ballet folclórico de Xalapa, que el INAH consideró un “acto cultural”. Antes de este caso Alfonso Gutiérrez de Velasco Oliver, otro próspero empresario veracruzano, quiso alquilar el lugar para festejar su cumpleaños, pero el caso fue tan escandaloso que funcionarios federales intervinieron para impedir la fiesta.

A pesar de las disputas patrimoniales y los trabajos de reconstrucción, San Juan de Ulúa es uno de los atractivos turísticos más sólidos de Veracruz. Atiende hasta a dos mil personas por día en temporada alta, y encanta a los visitantes con sus señorío y sus leyendas, entre las que la más famosa es la de la Mulata de Córdoba, una mujer acusada de hechicera durante la Colonia y quien, se dice, escapó de la prisión la noche antes de su ejecución, en un barco que pintó con carboncillo sobre una de las paredes de piedra mucara, esa piedra que salió del mar, y que el mar, al parecer, reclama con paciencia.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad | Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción