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La insignia
28 de enero del 2002


A fuego lento

Lo que falla no es el dogma sino los fieles (II)


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, 28 de enero.


Otro de los pilares del dogma neoliberal es la supuesta necesidad de debilitar al Estado y su poder económico y regulador en rubros básicos de beneficio social como la salud, las pensiones, la energía y la educación, debido a que es esencialmente corrupto e ineficiente. En la práctica, sin embargo, vemos que si el Estado norteamericano no fuese poderoso, el presidente Bush no habría podido subvencionar a empresas gigantescas después del 11 de septiembre ni asignado los miles de millones que destinó para reactivar una economía cuya recesión se anunciaba antes del infame ataque terrorista.

Y si es de eficiencia e incorruptibilidad que vamos a hablar, quizá no sería prudente para los neoliberales mencionar el escándalo financiero de la todopoderosa Enron y probablemente tampoco la quiebra reciente de la centenaria K-Mart. Sobre todo por los vínculos de Enron con la actual administración estadounidense y por los supuestos favores de ésta hacia aquélla, los cuales evidencian los complicados entramados que unen al Estado y los intereses corporativos en las democracias de las llamadas "sociedades abiertas". Entramados que deben ser analizados desde una perspectiva estrictamente práctica acerca de su eficiencia e incorruptibilidad, y no desde ópticas moralistas, tan aburridas e imprácticas como los dogmatismos que las animan.

En dos platos, el sofisma de que no es el dogma teórico lo que falla sino la endeble práctica de los humanos que lo asumen, es una argumentación justificadora que busca salvar la receta para asegurarse la clientela ideológica de una propuesta económica, política y seudo filosófica que navega con bandera de no tener ideología sino sólo sentido común, pero que se parece mucho más de lo que le conviene a la contraparte que tanto aborrece y con la cual discute acaloradamente en léxico de Guerra Fría: el trasnochado dogmatismo izquierdista que hasta no hace mucho soñó con un golpe de Estado en Rusia por parte del Ejército Rojo.

No se trata tampoco de avalar los populismos latinoamericanos ultranacionalistas e inspirados en el amor-odio hacia Estados Unidos. Se trata de realizar con plenitud la democratización política, económica e intercultural de la América Latina, tomando en cuenta que nos conviene relacionarnos con los poderes globalizadores sin perder nuestra especificidad local. Para lograr esto tenemos que ser capaces de diseñar nuestra glocalidad (con g) a fin de ser globales sin por ello dejar de ser locales. Los dogmatismos y fundamentalismos "libertarios" no ayudan a alcanzar esta meta; al contrario, entorpecen la acción política integradora y las necesarias concertaciones interclasistas e interétnicas, dando como resultado que nuestros países se desnacionalicen y sigan endeudándose más y más, como ocurrirá probablemente con Argentina, adonde han empezado a llegar expertos internacionales con planes de emergencia que supuestamente la salvarán entregándola entera a la usura transnacional.

El círculo vicioso que va de la receta a su aplicación fallida, y luego sigue con la condena de la práctica como insuficiente respecto de la teoría, para llegar a una supuesta salida del colapso mediante la aplicación de otra variante de la misma receta, debe ser roto por una práctica política realista (no dogmática) y práctica, la cual, en el caso latinoamericano, tiene que tomar como prioridad la incorporación de sus masas a sus procesos productivos y de consumo. Para lograrlo hay que des-sectorizar los planteamientos políticos y hacerlos intersectoriales, interclasistas, interétnicos y, por ello, democráticos.



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