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La insignia
19 de enero del 2002


A fuego lento

Educación global e intelectuales locales (I)


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, 19 de enero.


En un artículo publicado en El País el 16 de enero pasado con el título de "La lucha por el espíritu del siglo XXI", Bill Clinton propone la necesidad de ganar la guerra contra el terrorismo pero no sólo con recursos militares sino sobre todo mediante la inversión de los países ricos en los pobres, para así acabar con la pobreza y hacer que todo el mundo forme parte de la globalización. A cambio, dice, los países pobres deberán avanzar hacia la democracia. Hace asimismo un llamado a los ricos en general para que cesen en su creencia de que pueden seguir teniendo acceso a sus privilegios sin mejorar el nivel de vida de las mayorías, cuya frustración desencadena, entre otros muchos disturbios sociales, el terrorismo al estilo del 11 de septiembre. Pero, dice:

"No todos los que están furiosos quieren destruir el mundo civilizado. Hay mucha gente que está furiosa porque quiere ser parte del mañana y no encuentra ninguna puerta abierta. Así pues, me parece fundamental comprender que no podemos tener un comercio global sin una política económica global, una política sanitaria global, una política educativa global, una política de medio ambiente global y una política de seguridad global."

En este marco, enfatiza en la necesidad de incrementar los presupuestos en educación, sanidad y desarrollo en los países del tercer mundo. Dice que:

"Para empezar, debería haber otra ronda de condonación global de la deuda. El año pasado, EE UU, la UE y otros aliviaron la deuda a los 24 países más pobres del mundo, a condición de que dedicaran el dinero a educación, sanidad y desarrollo. Ha habido algunos resultados sorprendentes. En un año, Uganda duplicó la matriculación en la escuela primaria y redujo el número de alumnos por aula con sus ahorros. En un año, Honduras pasó de seis años de escuela obligatoria a nueve."

Todo esto suena muy bien, pero me parece que habría que definir quiénes decidirán el carácter de esas políticas globales; por ejemplo, la "política educativa global". Lo digo porque desde que el Mercado logró hacer de la educación sólo un negocio, los contenidos educativos se han encaminado cada vez más hacia equiparar las ideas científicas y humanistas con los contenidos del advertising y el marketing. Y, consecuentemente, la labor de los maestros es cada vez menos la de orientadores y cada vez más la de entertainers de juventudes sin más horizonte que incrementar su capacidad consumista, para lo cual necesitan títulos universitarios a fin de lograr empleos que les garanticen la capacidad de consumo con el que la publicidad los hace soñar. ¿Será esto lo que necesita el tercer mundo?

Universidades que semejan supermercados, carnets de identificación estudiantil que funcionan como tarjetas de crédito en las tiendas universitarias, y técnicas pedagógicas como la de technology-in-the classroom, son todos recursos que educan para consumir y no para hacer de los educandos seres capaces de distanciarse críticamente de los fenómenos para explicarlos en su naturaleza exacta.

Lo que sigue estando en juego en el planteo de Clinton es el dilema del margen de decisión que todavía puede tener el tercer mundo a la hora de escoger el tipo de globalización del que seremos parte. Ante la globalización de la guerra contra el terrorismo, este margen aparentemente se ha estrechado más de lo que ya estaba. En todo caso, los liderazgos políticos tercermundistas reclaman ahora más que nunca el concurso de políticos intelectuales, del tipo que la educación intelicida del Mercado ya no quiere producir, precisamente porque los intelectuales son quienes pueden explicar los fenómenos en sus condicionantes reales y no ilusorias.


(Sigue el lunes...)



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