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La insignia
18 de enero del 2002


Belice a vuelta de rueda


Margo Glantz
La Jornada. México, 17 de enero.


Empecé este artículo el domingo por la noche. No pude terminarlo: varios apagones eternos pero intermitentes me lo impidieron. ¿Avisos perentorios a favor de la privatización de la industria eléctrica? ¿Una miopía sistemática? ¿La incapacidad de aprender por el ejemplo? ¿La flagrante quiebra del sistema económico argentino? ¿Los turbios negocios de Enron? Quién sabe, a lo mejor fue simple y llanamente una coincidencia.

Para despedir el 2001 de infausta memoria hice un viaje con mis hijos y mis nietos por la península de Yucatán, Belice, Guatemala y Chiapas, un viaje de verdad redondo. Llegamos primero a Bacalar, una bella laguna, cerca de Chetumal, ciudad fronteriza más o menos horrible, más o menos tepitesca con edificios de adocreto, para entrar a Corozal, primer punto de Belice que tocábamos en nuestro periplo.

A lo largo del camino, varias iglesias de diferentes cultos protestantes, junto a tortillerías o estanquillos con nombres bíblicos. La frontera, zona libre, paraíso libre de impuestos: la desperdiciamos, no quisimos perder tiempo, hay que llegar de día a Belize City. Hacemos cola, firmamos documentos que nos comprometen a regresar por la misma frontera y asegurar que nuestro coche no se queda ilegalmente en el país vecino, pasamos luego por la rutinaria desinfección, pagamos con dólares beliceños que se compran al dos por uno (los billetes/un poco manoseados/ conservan aún el retrato de su majestad la reina de la Gran Bretaña, todavía joven y bella), discutimos con los cambistas que nos ofrecen dinero a precios especiales, y llegamos a la interminable carretera (muy recta) que nos llevará a nuestro destino; hay pocas señales, un camino bastante bien trazado, aunque no tenga pintadas las líneas amarillas que dividen la carretera y facilitan el recorrido.

Por fin, más o menos a vuelta de rueda, llegamos a la antigua capital de este ex protectorado británico, hermosa, aunque bastante dilapidada y, dicen, peligrosa. La arquitectura es muy diferente a la de las ciudades vecinas y la mayor parte de las bellas casas que bordean el malecón -donde se sitúa nuestro hotel, de nombre aristocrático- están montadas sobre pilotes. El hotel es elegante pero ha decaído, las habitaciones huelen a moho, las paredes tienen fracturas, el servicio es en cambio muy bueno y generoso, llegamos a tiempo para celebrar la Navidad con una comida mezcla de cocina criolla y china, pues de los 250 mil habitantes que tiene Belize varios proceden de Taiwán, son los dueños de los supermercados, más bien mini-supermercados, y de los restoranes de comida china (obviamente). Otros son mayas, los originales habitantes de esa zona (se dice que en las épocas de mayor gloria alcanzaban casi 2 millones de habitantes); hablan inglés, maya y español con acento (maya), muchos descienden (aseveran con orgullo) de aquellos indígenas que a mediados del siglo XIX huyeron de las matanzas que provocó la Guerra de Castas en Yucatán.

La población negra traída por los ingleses es bastante homogénea; muchos son altos, esbeltos, y algunos van vestidos y peinados a la usanza rasta. Hay también norteamericanos y europeos, hacen negocios (son dueños de hoteles, llamados pomposamente resorts, donde se practica el ecoturismo) o cumplen de manera estricta con los preceptos de sus religiones, por ejemplo están los amish que no usan cinturones con hebillas metálicas ni pintan las fachadas de sus casas de madera porque sería pecado de orgullo, se trasladan de un lado a otro vestidos como en el siglo XIX y en carricoches tirados por caballos; están asimismo los mormones (quizá ya no polígamos) y los adeptos de una nueva religión muy extendida, no sólo en Belice sino también en Yucatán, llamada la fe de Babá'i, cuya sede está en Haifa y es una mezcla curiosa de las religiones anteriores al cristianismo (Zoroastro) y de las religiones monoteístas, tirando más bien a la musulmana, aunque en verdad parecen menos extremos que los talibanes.



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