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La insignia
3 de enero de 2002


Mailer por Oswald: demasiado ego


Iván de la Torre


«A fin de cuentas, Oswald era agente secreto. No hay duda de ello. Lo único que no se sabe es si servía a un servicio más grande que el centro de poder de su propia mente.»
-Norman Mailer-


Nadie mas rápido que Norman Mailer para colocarse en el centro del cuadrilátero y buscar pelea: la guerra, el feminismo, las luchas raciales, Marilyn, Picasso, Kennedy... Oswald. Los trabajos de Mailer en la novela realista apuntaron siempre a la yugular: en Los ejércitos de la noche, una marcha de protesta hacía el Pentágono, con él como personaje central; en La canción del verdugo, la vida y muerte de un asesino; en El fantasma de Harlot, las actividades de la CIA entre 1956 y 1963.

Oswald es otro gran fresco de Mailer. Todos recuerdan qué estaban haciendo aquel día, cuando alguien entró gritando "le dispararon al presidente". Hombres, mujeres y niños vieron el sueño de Camelot caerse a pedazos. La pregunta desde entonces fue: "¿quien mató a Kennedy?". Oswald era el hombre del rifle: costaba creer que un puñado de dólares y una buena posición alcanzaran para sepultar los sueños de una generación que todavía creía en sueños. Como señaló John Updike, "ese día Dios retiró su bendición de los Estados Unidos".

Con la película JFK, Oliver Stone se unió a la paranoica corriente de la gran conspiración. Si durante los 50 el gran peligro era la infiltración roja, a partir de 1963 el eje de las sospechas fue la cruzada para eliminar al presidente. Una mezcla de la mafia, los rusos, la CIA y Castro. Era la única manera. El tirador solitario era una pantalla: tras ese "él" estaban los eternos "ellos" que guardaron los puñales para la siguiente ocasión.

Oswald era solo Oswald. Cuando Ruby apareció desde las sombras disparando, todas las piezas encajaron: Oswald era un don nadie con un rifle y mala suerte. Oswald, un misterio estadounidense es la respuesta de Mailer a la teoría de la conspiración. Fiel a sus reflejos, en una imponente investigación de 803 páginas intenta demostrar por qué no es imposible que un don nadie con un rifle matara al presidente mas joven de la nación, de tres balazos, en Kansas.

En una sociedad que cultiva la fama como la mayor de las aspiraciones, Mailer rastrea las fuentes desde el inicio y en sí mismo: "Estoy convencido de que la mayoría de los hombres podrían ser Oswald. Como él, quieren una mujer que los adore, pero también la notoriedad política, la gloria y un destino grandioso. Debo admitir que yo comparto esos sueños y que pensaba en mi mientras escribía el libro".

Los personajes son multitud en el libro. Mailer pudo acceder a los archivos de la KGB y comprobar qué pensaban los servicios de espionaje de la visita que Oswald realizó a la Unión Soviética y de la que volvería con esposa e hija. Como siempre, el mito del agente doble, el ex marine que se dejo tentar por las prebendas rusas, late con fuerza en la historia y es desmentida por Mailer. Los soviéticos, al igual que sus homólogos estadounidenses, no sabían qué hacer con Oswald, aparte de considerarlo sospechoso.

Ese joven de poco más de veinte años que se dice marxista y quiere renunciar a su pasaporte en la embajada estadounidense, que recibe atenciones extraordinarias por parte de las autoridades (trabajo y vivienda, privilegio reservado para familias) y que al final se casa, pide que le devuelvan su pasaporte y vuelve a su país para viajar a Cuba, es un misterio, un gran misterio de los EE.UU.

Lee Harvey Oswald es inmensamente atractivo en manos de Mailer: el preferido de su madre, el mal marine, el solitario que se encerraba a leer, el marido golpeador, y, finalmente, el asesino, se concentran y diluyen en el hombre que buscaba permanentemente ser reconocido: primero por su viaje a Rusia, luego por un intento fallido de asesinato, y por último, supuestamente, por disparar contra el presidente.

En Oswald, un misterio estadounidense, la investigación muestra el inmenso deseo de trascendencia de Oswald y los fracasos que dificultaron su ya imposible vida familiar. Sin embargo, si el libro funciona agregando voces, sonidos y postales apenas vistos (la vida en Rusia a principio de los 60, las opiniones de la KGB sobre "el americano", el pasado algo turbio de Marina, su esposa, las presiones de su madre, sus ambiguas relaciones sexuales y políticas), en su intento de explicar a Oswald como francotirador y a Ruby como verdugo, Mailer cae en su trampa: ha advertido que muchos de sus predecesores adecuaban a Oswald a sus ideas, forzándolo a cumplir cronogramas ajenos, algo que él mismo hace.

Todas sus conjeturas sobre los disparos y la posterior muerte de Oswald a manos de un mafioso de segunda son en parte hipótesis que no termina de convencer. Estirado como chicle, se siente que todo lo que se ha dicho sobre Oswald no explica sus últimas acciones, que lo que Mailer menciona sobre Ruby (su condición de judío, su lástima por Jackie Kennedy), no aporta el fuego necesario para encender la imaginación y hacernos creer que Oswald y Ruby son simplemente parte del azar universal.

A pesar de ello, el libro trasmite un inmenso placer al descubrir la solitaria y desconocida odisea de un Oswald, único conocedor de su importancia, que es golpeado una y otra vez por burocracias, personaje central de un drama sin solución. Es en el lento viaje a ese momento central de la historia estadounidense cuando Mailer logra, diferenciándose de los demás, interesarnos en la historia de ese K. destinado al fracaso desde el comienzo.



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