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La insignia
3 de enero de 2002


El padre Assadi


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Palestina: La segunda intifada
Nancy Lolas Silva (*)
de A mí, Dios no me dijo nada
Ediciones Mar del Plata
Santiago de Chile, 2001.


«¿Qué dignidad puede tener el hombre
sin patria
sin bandera
sin dirección
qué dignidad?»
-Mahmud Darwish-


Recuerdo vagamente a su mujer. De negro. Muy apagada. Podría ser bajita y muy humilde.

No sabría decir mucho más. Una sensación de desamparo muy grande.

Había visto algunas veces al cura Assadi. Moreno, creo que de ojos muy oscuros. En todo caso, su mirada muy penetrante. Me inspira cierto temor. Siempre lo veo casi en un segundo plano, a dos pasos del Arzobispo.

Pero sí que se nota. Sé que tiene una familia numerosa, que es muy pobre; que vive en Patronato; que ha nacido en Palestina y siempre se dice de él que es un patriota.

Estamos traduciendo con Tarek algunas informaciones referentes a los campos de refugiados, cuando me lo cuenta:

-"Se murió el cura Assadi. Estaba muy enfermo desde hace tiempo. Lo están velando en la Iglesia de Santa Filomena."

Pobre Tarek. Tan flaco con sus grandes ojeras. Fumando y fumando. Siempre con ese malestar producto de sus úlceras. Eternamente dispuesto a cooperar con la Causa.

Hacia allá partimos. Creo hallar la iglesia llena. Es su iglesia. Su barrio. No hay tanta gente.

Pasamos súbitamente del sol a la penumbra. Sombras oscuras murmurando interminables rezos que repican quedamente sobre las frías baldosas. Detrás de Tarek, saludando brevemente a quien él saluda, llegamos al lado del féretro. Miro rápidamente al muerto porque todos parecen tener que hacerlo cuando al volverme, mis ojos se estampan en un rectángulo de papel colorido puesto cuidadosamente encima del cajón. Una pequeña bandera: la bandera palestina.

Deteniéndome en seco observo largamente el rostro avejentado y enjuto de este hombre hasta que se me vuelve borroso.

"Nació en Palestina. Es un patriota", dicen.

El susurro de Tarek me vuelve a la realidad:

-"El pidió la bandera sobre su ataúd. Como todo combatiente".

Salimos de la iglesita con sus muros pintados. De nuevo a pleno sol, el patio parece más pobre y antiguo aún. El estrecho corredor de baldosas brillantes. Un café amargo y el barrio típico árabe de Santa Filomena con sus negocios ruidosos y ropas, colgando, de colores.

Ya no tengo deseos de traducir. De regreso a la oficina imagino los últimos instantes de vida de este anciano cura a tanta distancia del lugar de nacimiento.

Una banderita de papel. ¡Qué rabia e impotencia!

Entre mis pensamientos, la infancia en Palestina. Los naranjales. ¿Por qué nadie habla de las puestas de sol en Palestina? ¿Es que nunca se pone el sol? ¿Sentirá el padre Assadi el aire de Palestina? ¿Cómo se escucharán las olas de su mar? ¿En qué momento de su existencia tomaría conocimiento de la bandera?

Recuerdo como dibujábamos nosotros de niños la bandera chilena en el colegio. Nos enseñan.

A los palestinos se les prohibe.

Nosotros tenemos nuestra sala de muros blanquísimos. Imágenes de santos de colores. Monjas de hábitos muy negros. Con hileras de banquitos. Uno propio por cada niño. Donde escribir. Donde pintar. Donde soñar.

En noviembre pasado escucho sorprendida a Ezzat contarme cómo estudian ellos al ser expulsados de Palestina; en una carpa de Naciones Unidas; sin libros, sin lápices ni cuadernos. Sólo algunos banquitos.

-"Pero, cómo ¿dónde se sentaban?"

-"En un saco, el que lo tenía."

-"¿ Y los demás?"

-"En el suelo. Los banquitos eran solamente para los más chicos. A mí me tocó banquito."

-"Pero, ¿qué escribían sin lápices, sin cuadernos?"

-" No escribíamos. Contábamos historias".

-"¿Qué historias?"

-"Bueno pues...como huimos...de noche...dejando todo. Nosotros perdimos una hermanita. Mucha gente se perdió. Muchos niños. Y así, todos tenían alguna historia que contar."

También me cuenta que luego mas tarde, a la luz de un cabo de vela, en la carpa que le ha correspondido a toda su familia, su madre lo hace repetir una y otra vez lo aprendido.

En el campamento hay algunos profesores y otros voluntarios que luego se empeñan en enseñarles a leer.

En medio del hacinamiento, el polvo y el barro; el olor de la comida que les regala N.U.; escuchando a su madre y a otras mujeres hablar de las casas que les fueron arrebatadas para entregárselas a los colonos judíos traídos de todo el mundo, ahí en ese ambiente, Ezzat aprende a leer.

Recuerda sonriendo que junto con los otros niños esperan, con el rostro pegado a las alambradas que circunbalan la carpa-colegio, el ansiado momento en que llegaba el profesor.

Todos los niños llegan antes de la hora de ingreso.


Tal vez el padre Assadi estuvo en algún lugar así. No tendría donde escribir, donde pintar, pero sí podría soñar.

Hace un rato traducíamos que la bandera palestina en Palestina se pena con cárcel. ¿Son mis pensamientos producto de la pena, lo que hace tan incongruente la frase?
Un letrero grande como el cielo.

"Se prohibe la bandera palestina en Palestina". ¿Cómo la conoce el padre Assadi? ¿Tanto como para llevársela consigo?

Tal vez a escondidas con otros niños. ¿Con quienes jugaría ese hombre de ojos tan profundos? Porque en alguna época debe haber jugado. ¿O los niños palestinos no juegan? Tal vez. No lo sé. Pero sí sé que en el momento en que nada importa, en que se deja todo, en el otro extremo del planeta, piden llevar consigo la bandera de su patria.

¡Una banderita de papel!

Ahora comprendo los brazos clamando al cielo. Hoy entiendo el mesarse los cabellos.

Tarek habla y habla. Yo inmersa en mis pensamientos. En algún momento de todo lo que dice, alcanzo a captar:

-"Murió en la miseria. Enviaba mensualmente su dinero a los campamentos de refugiados"

Tal vez era eso entonces. Tal vez provenía de algún campamento.

¿En qué momento del día, o más propio aún de la noche cuando los niños no escuchan, deciden sus padres arrancarlo de sus entrañas, para enviarlo?

-¿A dónde?

-Lo más lejos posible. ¡Significa su vida!

-¿Qué será la de ellos? ¡Cuánta pena e impotencia!

Regresamos con la única bandera de la Institución. A escondidas.

Poseedores de un tesoro: la última voluntad de un hombre.

Al entrar con ella cuidadosamente doblada en nuestros brazos, nos miran con asombro. Mientras cubrimos el féretro con la gran bandera, cesan por completo los rezos. Creo que hasta dejan de respirar.

Más tarde, caminando entre la gente hasta el lugar del sepulcro, veo a intervalos, el suave, protector y envolvente movimiento de la bandera.

¡Qué felicidad! Sentir por fin el aire, el sol, el mar, el perfume de sus naranjales. Ver su atardecer, sentir la tibieza húmeda de su tierra.

Al regreso, un joven alto, muy delgado; de ojos brillantes y penetrantes se acerca:

"Mi madre quiere hablarle"

Lo sigo lentamente. Su madre me abraza y nada más musita:

-"Gracias hija".


(*) Nancy Lolas Silva es miembro oficial del Consejo Nacional Palestino desde 1991. Fundadora de la Revista de estudios palestinos, fue presidenta de la Federación Palestina de Chile entre 1987 y 1989.



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