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La insignia
1 de enero de 2002


Salidas


Juan Gelman
Página/12. Argentina, 30 de diciembre del 2001.


Madame de Lafayette (1634-1693) eligió el anonimato o la seudonimia para publicar sus novelas, incluida su obra maestra La princesa de Cleves: estaba mal visto entonces que una mujer escribiera, y el prejuicio persiste en varias regiones del planeta. No lo había acatado un siglo antes su compatriota Louise Labé (1524-1566), miembro de la escuela de poetas humanistas de Lyon y -se dice- bella y libre de cuerpo y espíritu. A los 31 de edad publicó un apasionado libro de poemas de amor -no precisamente inspirado en su esposo- que dio a conocer sin reticencias con nombre y apellido. Era un acto de afirmación femenina y del derecho de la mujer a expresar cabalmente su deseo. Pide en uno de sus textos, tocado por Catulo: "Bésame más, vuelve a besarme y besa,/dame uno de tus más sabrosos,/dame uno de tus más amorosos;/cuatro en cambio tendrás, más calientes que brasa". El lírico latino dijo a Lesbia, en traducción del gran poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño: "Dame tú besos mil, después un ciento;/luego otros mil, luego un segundo ciento;/después, hasta otros mil; después, un ciento". Pero Catulo era hombre. Y Labé finaliza su poema con una transparente invitación al amado: "Permite, Amor, pensar una locura:/me siento mal con vida tan discreta/y no puedo alcanzar contento alguno/si no salgo de mí, si no hago una salida". Usa la palabra "saillie", un término polivalente: significa en efecto salida o impulso brusco, pero también designa la cópula de los animales domésticos.

Era el Renacimiento y las poetas contemporáneas de Labé en Italia reclamaban su parte en el individualismo en expansión, pugnando por la igualdad intelectual de hombres y mujeres. Fueran cortesanas de alto vuelo como la veneciana Verónica Franco (1546-1591) y la romana Tullia d'Aragona, o cantantes e intérpretes de laúd como Gáspara Stampa, o vivieran encerradas en un castillo del remoto sur de la península como Isabella de Morra, todas compartían el credo que la francesa había asentado en su "Debate de Locura y Amor", diálogo en prosa que tal vez ni conocían: la mujer debe estudiar, confiar al papel sus pensamientos, reclamar la gloria y el honor que les son debidos, superar los logros literarios de los hombres. Todas ejercieron una libertad en vida y obra que no pocas poetas de hoy envidiarían. Revirtieron el modelo amoroso de Petrarca que eruditos como Pietro Bembo -autor de una de las primeras gramáticas italianas en 1525- imponían con éxito. La obra del cantor de Laura hasta había ingresado en la moda femenina: era habitual que las mujeres colgaran de su escote un "petrarchino", un volumen miniatura de sus sonetos.

En los temas y el idioma de Petrarca las poetas italianas de dos siglos después encontraron el lenguaje que les permitió explorar sus sentimientos en una cultura que prohibía o cohibía su expresión. Socavaron el ámbito poético en que el hombre era el amo, usaba la palabra para adueñarse de la mujer y ésta era una incógnita distante y pasiva. A diferencia de Petrarca, que quiso dominar su deseo y se arrepintió de haber amado, Gáspara Stampa pasa de un hombre a otro en la secuencia de sus poemas y escribe "no me arrepiento de nada", como gorjeará Edith Piaf 400 años después. Verónica Franco reta a duelo a un amante que la había insultado y estipula que tendrá lugar en su dormitorio; en otro texto defiende las audacias en amor. Como Labé, piensa que a las tan serias que juzgan duramente a "las perdidas" no les vendría mal un golpecito de Cupido.

La Italia del siglo XVI fue teatro de una explosión de poesía escrita por mujeres: entre 1540 y 1600 editaron unos 200 libros y no eran tiempos de multiplicidad de títulos. Una antología de 1609 reunió textos de 845 autoras. Muchas celebran su derecho a la plenitud personal y se muestran independientes, mundanas, autodesacralizantes y espontáneas. Stampa anuncia que el amor nunca le trajo vergüenza, como le sucedió a Petrarca:¿acaso su relación con el conde Collatino y su fama literaria no la igualaban con las nobles de cuna registrada?

Algunas de ellas escribieron la poesía femenina más fresca y vigorosa que se conoce desde la antigüedad. Fueron directas y su escritura se alejó del burilado petrarquismo de la época. De ello hicieron virtud. Isabella de Morra, presa de tres hermanos embrutecidos, supo y dijo de su estilo que era "amargo, áspero y doliente". Verónica Franco subrayaba en sus versos el juego con su apellido convertido en adjetivo. Gáspara Stampa, el de la similitud entre "penna", pluma, y "pena", dolor. Eran bien recibidas en los salones literarios de la elite, aplaudidas por su obra y despreciadas como hetairas. Pero, al menos, no padecieron el destino de Safo, que la pacatería humana llegó a escindir en dos personas, una, poeta divina, otra, lesbiana ruin. Esas poetas procuraban terminar con lo que Ingebor Bachmann, admiradora de Gáspara Stampa, definió así: "El fascismo es lo primero en la relación entre un hombre y una mujer". El del hombre, claro.



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