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La insignia
18 de diciembre del 2002


El negocio de la cooperación


Jacobo Quintanilla
Agencia de Información Solidaria (AIS). España, diciembre del 2002.


Etiopía vuelve a estar al borde del colapso. 14 millones de personas podrían morir en los próximos meses si no reciben ayuda inmediata. Pero esa ayuda algunas veces no es gratuita. Campañas e iniciativas de países, organizaciones y multinacionales, que en un principio buscan aplacar altruistamente las consecuencias y mejorar la situación producida por esa crisis humanitaria, son muchas veces utilizadas como herramienta política para controlar el comportamiento y las economías de esos países. Otras veces no son más que el intento por deshacerse de unos excedentes de producción que presentan como “ayuda a la cooperación” a modo de préstamos blandos que contribuyen a perpetuar un endeudamiento ya de por sí irreversible.

El fin de la Guerra Fría marcó el inicio de una nueva política exterior de Estados Unidos. El control militar dejó paso a una diplomacia mucho más sutil. La ayuda humanitaria y la cooperación se convirtieron en un plan para abrir nuevos mercados y someter a nuevos países. Según Anuradha Mittal, codirectora del Instituto para Políticas de Alimentación y Desarrollo (Food First), “la ayuda alimentaria ha servido a Estados Unidos para tomar el control de mercados de grano en India, Nigeria, Corea y otras partes del mundo.”

De los 830 millones de hambrientos que existen en el mundo, una tercera parte vive en la India. Sin embargo, en el año 2000 el gobierno indio tuvo un excedente de 60 millones de toneladas de granos para consumo humano que acabó pudriéndose en sus propios graneros. El gobierno tenía la esperanza de exportar su excedente de grano para obtener divisas. No fue así.

En esa ocasión, el gobierno indio, bajo la obligación del Banco Mundial (BM), que gestiona la ayuda que este país recibe, tuvo que comprar grano a la empresa estadounidense Cargill convirtiéndose de esta manera en el mayor importador del mismo tipo de granos que exporta. Al mismo tiempo, dos multinacionales estadounidenses de la industria agroalimentaria, la propia Cargill (con más de 82.000 empleados en 60 países) y Continental, que compartieron el 50% de las exportaciones de cereales estadounidenses en 1994, controlan ahora cerca de dos tercios del mercado mundial de grano. Es decir, la cooperación se convierte en ocasiones en un verdadero negocio para muchos países y determinadas empresas que se benefician de esas políticas.

Otro caso paradigmático es el de Indonesia. Este país asiático recibió en 1985 la medalla de oro de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) por lograr la autosuficiencia alimentaria. Apenas 13 años más tarde, Indonesia se convirtió en el principal receptor de ayuda alimentaria del mundo debido a la crisis económica asiática. Estados Unidos y Australia no dejaron pasar la ocasión y colocaron en el mercado indonesio sus excedentes de trigo como “ayuda alimentaria” a modo de préstamos blandos con un interés fijo que el gobierno indonesio deberá devolver a Estados Unidos en un plazo de 25 años. Pero “olvidaron que los indonesios no comen trigo”, destaca la codirectora de Food First.

A estas enmascaradas políticas de cooperación, debemos sumar unas prácticas comerciales desleales que agravan aún más la situación. La organización humanitaria Oxfam acusaba en un informe del pasado mes de abril a Estados Unidos, la Unión Europea y otros países desarrollados de estafar a los países del tercer mundo mediante prácticas desleales de comercio, con las cuales les ocasionan pérdidas anuales por 96.000 millones de dólares. Un dato esclarecedor, sólo el año pasado los países pobres vendieron casi un 20% más café que en 1998 pero obtuvieron por sus ventas un 45% menos de ingresos.

Otro dato destacable es el uso que se hace de las inversiones que países y organizaciones realizan en ciertas regiones del mundo para desarrollar las economías de ciertos países y reflotar las de otros. La Inversión Extranjera Directa (IED) hacia América Latina y el Caribe ha aumentado un 11% en los últimos años, pasando de 69.000 millones de dólares en 1997 a casi 86.000 en 1999. Pero paradójicamente, este espectacular aumento de la inversión en la región no se ha visto reflejado en un desarrollo económico paralelo. Principalmente porque la inversión aún es insuficiente y porque buena parte de los ingresos generados por estas inversiones se recondujeron a la especulación y a financiar el déficit estatal de estos países, además de una corrupción que desvía miles de millones de dólares de inversiones y proyectos de ayuda y cooperación que podrían aliviar la situación de las maltrechas economías latinoamericanas.

Pero quienes deciden el destino del mundo - Banco Mundial (BM), Fondo Monetario Internacional (FMI) y Organización Mundial del Comercio (OMC)- siguen ejecutando los mismos programas económicos aunque se hayan demostrado totalmente inútiles para aliviar la pobreza y solventar las crisis financieras. El FMI, por ejemplo, intenta dirigir, bajo las consignas de EE.UU., la reestructuración de las economías de más de 50 países. Los benefactores, a cambio de créditos o de la reducción de la deuda, “sólo” deben sanear las finanzas públicas mediante el recorte del gasto social eliminando las subvenciones a los bienes de primera necesidad y, sobre todo, privatizando las empresas estatales.

Se hace imprescindible y acuciante crear una voluntad real por parte de los países ricos y organizaciones supranacionales para desarrollar unas políticas de ayuda al desarrollo y de cooperación reales y verdaderamente solidarias que concedan a todos los países lo que se les debe por justicia y no por caridad. Que ningún país, corporación u organización internacional aproveche nunca más la oportunidad para hacer negocio a costa de los más pobres.



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