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La insignia
28 de diciembre del 2002


La guerra de los espejos


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, diciembre del 2002.


La identidad etnocultural se forma, como todas las identidades, en la relación que establece con sus contrapartes identitarias, pues es en razón de ellas que se dota a sí misma de rasgos diferenciados y diferenciantes. De modo que siempre nos identificamos a nosotros mismos en el acto de identificar a nuestras contrapartes, como cuando en Guatemala, por ejemplo, un criollo llama indio y ladino a quienes para él son diferentes por inferiores, o cuando un indio llama ladino a quien él considera un "mixtado" que es despreciable porque reniega de su parte indígena. Y también cuando un ladino llama despectivamente indio a quien considera inferior, y "señorón" al criollo a quien ve superior y "blanco".

En todos los casos, la autoidentificación se realiza como necesidad de identificar a la contraparte como diferente de uno mismo. El criollo se autoidentifica como superior y "blanco" gracias (y sólo gracias) a la existencia de quienes él considera inferiores (los indios y los ladinos); y un indio se autoidentifica como "natural" o "persona" en razón de que para él existen los ladinos, es decir, los "mixtados", a quienes inferioriza por su mestizaje y por su abjuración de lo que de indio hay en ellos. Igualmente, un ladino se autoidentifica así sólo gracias a la existencia de quien él percibe como inferior y a quien llama indio con un odio que es el mismo que siente por el elemento que aborrece en sí mismo: su parte india, ya sea que ésta se evidencie en el color de la piel, en los rasgos asiáticos o en las costumbres o los sentimientos inferiorizantes que cuajaron en las mentalidades nativas con la imposición del eurocentrismo por la colonización.

Nuestros grandes grupos etnoculturales fueron creados y llamados criollos, indios y ladinos en tiempos coloniales. Estos apelativos se mantienen vigentes no tanto por parte de quienes se autoidentifican, cuanto por parte de quienes así identifican a sus contrapartes buscando diferenciarse de ellas. Ladino, por ejemplo, es más una identificación que fluye desde la indianidad que desde la ladinidad misma. Algo similar ocurre con las de indio y criollo, que fluyen sobre todo desde la ladinidad.

Pero existen otras identificaciones entre nosotros. Por ejemplo, las categorías identitarias: cholero, shumo y muco, que fluyen de la criollez y la ladinidad "blanca" hacia la indianidad y los mestizos más aindiados; y kaxlán, que fluye de la indianidad hacia la ladinidad y la criollez. Curiosamente, el criollo es un grupo etnocultural que se invisibiliza en el coflicto interétnico, cuya virulencia se agita sólo en el binarismo indio-ladino, que funciona como una de las tantas prolongaciones coloniales que perviven obsoletamente en la realidad "glocal" que vivimos. La invisibilización de los criollos es tal, que muchos indígenas que siguen los criterios esencialistas de la elite de intelectuales autollamados "mayas", no saben de su existencia, lo cual expresa la ignorancia generalizada que todos los grupos etnoculturales tienen de su historia en este país todavía desgarrado por la diferenciación etnocentrista colonial.

Resulta interesante establecer la dialéctica especular que opera en el ejercicio de identificaciones como cholero, shumo y muco, pues muestra las mentalidades ladinas y criollas que basan su pretendido superiorismo en la inferiorización de unas contrapartes sin cuya existencia su "singularidad" no se sostendría. ¿Ante quien podrían presumir de "blancos" quienes así se autoperciben, si no hubiera indios ni ladinos y tampoco choleros, shumos ni mucos? El superiorismo necesita de su contraparte inferiorizada para existir (y visceversa), y de hecho existe sólo en razón de ella. Es el caso de la "superioridad" con la que se autoperciben muchos argentinos respecto del resto de latinoamericanos, y tantos costarricenses respecto de los centroamericanos. Es la dialética del enano que necesita bajarle el piso a los demás para saberse grande. Es una absurda guerra de espejos. ¿Será posible crear un sujeto intercultural orgulloso de su mestizaje, que no necesite superiorizarse inferiorizando a su contraparte? Yo creo que sí. ¿Por qué no empezamos el año abriendo un debate sobre cómo lograrlo?



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