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La insignia
23 de diciembre del 2002


Los EEUU que añora Paul Krugman (y nosotros)


Jose Maria Delgado Gallego
La Insignia. España, diciembre del 2002.


En efecto, los que en virtud de una concepción positivista del world (¿esto no había que escribirlo en alemán?) intentabamos conciliar con el igualitarismo de la URSS desprovisto -¡ja!- de nomenclatura y totalitarismo: un chico tuberculoso en su humeda cama de una Sevilla inhospita, que escuchaba el Hit Parade de Radio Vida en 1965 y temblaba de emoción y furia, entre soviético y americano, como cualquier ex-periodista anarquista español que escribia novelas del Oeste que la madre del chico alquilaba a sabiendas de que cientos de madres de tuberculosos hacian igual pero que a su chico ya nadie podia contagiarle el bácilo de Koch, y el chico creció y entendió, aquellas novelas del oeste que Eduardo de Guzmán, alias Eddy Goodman, con protagonista tan rebelde como individualista e implacables con los malos, los terratenientes, ganadotenientes, anarquismo al fin que entraba por todos los poros de la humeda Sevilla, y luego Bobby Darin y Bobby Vinton y luego, mucho, mucho mas tarde, los filmes de David Lynch que recrean estas musicas, esta estética tan ingenua como decadente vista desde el tercer milenio, portando acaso ese hálito de perversión tan rimbaudiano, tan avisado, la leche, que podeis pinchar el link anexo de Skeeter y escuchar la mejor canción que da título al album: "The End of the World", tan entrañable, para enamorarse de ella o de Connie Francis, o de Carol Linley, la chica rubia de clase media, joder, que podíamos ser todos, copón, enamorados, y seguir luego creciendo y degustar otro final: "The End" de Jim Morrisson con The Doors, en fin, que ya no creemos en el mito de la clase media universal, imposible de mantener sin acabar con el world, insostenible, pues, pero uno pilla una punta de melancolía pequeñoburguesa antes de que se le despertara la conciencia y por tanto que se beneficia de la adolescencia y sus ardores: eso da para ver con otros ojos -¿con cuales?- Terciopelo azul, beberse una botella de Jack Daniel's, volver a leer Los hombres duros nunca bailan, de Norman Mailer, y reir a carcajadas sonoras con Hemigway antes de que despertemos de aquel sueño utópico jamás explicitado de un mundo conciliado por Heráclito entre Kruschev y Kennedy, un mundo machista, claro, entre otras cosas perversas. Sobre todo, nada de antiamericanismo.


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