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La insignia
11 de diciembre del 2002


De los intolerantes, líbranos señor


Sergio Ramírez
La Insignia. Nicaragua, diciembre del 2002.


La Feria del Libro de Guadalajara que acaba de bajar el telón, se consolidó este año como la más importante en el mundo de habla hispana. Pude comprobarlo a lo largo de toda la semana que duró, invitado a presentar mi novela Sombras nada más y para participar en concurridas actividades con el público, un diálogos sobre el placer de la lectura, otro sobre los secretos de la escritura, las salas todo el tiempo abarrotadas principalmente por jóvenes, y un hormiguero de visitantes que colmaba hasta tarde la noche los pabellones de más de un centenar de casas editoriales, y otro centenar al menos de escritores de todos los países repartiéndose las audiciones, y editores a caza de contratos, y agentes literarios con sus portafolios llenos de nombres prometedores, y traductores, bibliotecarios, libreros.

Una fiesta para vivirla de verdad, y para verse con los amigos del mismo oficio que uno tiene tiempo de no ver, Arturo Pérez Reverte, Rosa Montero, Fernando Vallejo, Rosa Regás, Mayra Montero, Edgardo Rodríguez Juliá, Paco Ignacio Taibo, Carlos Monsivais, Federico Reyes Heroles, Antonio Sarabia, y los cubanos Roberto Fernández Retamar, Ambrosio Fornet, Miguel Barnet, Senel Paz, Eliseo Alberto, Andrés Jorge, unos dentro de la isla, otros fuera, pero juntos a pesar de todo lo que llegó a ocurrir.

La Feria invita cada año a un país, que obtiene así espacio y atención especial en el programa de actividades que se desarrolla a lo largo de la semana, y esta vez le tocó a Cuba. La nutrida delegación oficial, encabezada por el Ministro de Cultura Abel Prieto, parecía un equipo olímpico con todas sus estrellas, desde Cintio Vitier, que recibió el Premio Juan Rulfo, a la absoluta prima ballerina Alicia Alonso, que recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Guadalajara, a Eusebio Leal, el célebre restaurador de la Habana vieja, y de allí a Silvio Rodríguez, que congregó multitudes en sus audiciones, y Compay Segundo y Omara Portuondo, estelares del Buena Vista Social Club, sin que faltara la orquesta de los Van Van.

Nunca antes había habido ningún motivo de conflicto alrededor del país invitado, como se espera que no lo haya el año próximo, por ejemplo, cuando le toca a Quebec, una presencia que resultará, de seguro, más bien anticlimática. Pero con Cuba tenía que ser distinto. Su singular sistema político, y la polarización de opiniones a su alrededor, hacía esperar desde antes algún tipo de estallido, como podía preverse con sólo leer la entrevista que al filo de la inauguración el escritor cubano residente en Londres, Guillermo Cabrera Infante, concedió al periódico Reforma, descalificando de antemano todo lo que ocurriera en la Feria por el hecho de estar dedicada a la Cuba oficial, sin que la otra Cuba, la de afuera, hubiera tenido mano en la preparación del programa.

El momento más tenso se vivió cuando en uno de los actos simultáneos programados el segundo día, para presentar un número especial dedicado al futuro de Cuba de la revista mexicana Letras Libres que dirige el historiador Enrique Krauze, una claque formada por funcionarios culturales cubanos, estudiantes que participaban en un congreso de OCLAE, y hasta algún policía secreto mexicano que tuvo luego que renunciar, quiso boicotear el acto gritando a los miembros del panel que presentaba la revista las viejas consignas de vendidos al imperialismo y agentes de la CIA.

Un acto vergonzoso, de la más rancia intolerancia ideológica, que provocó una airada reacción de Krauze, diciendo que la feria "estaba secuestrada" por el régimen cubano. Un golpe dirigido más bien a la Feria, que en verdad nunca estuvo secuestrada por nadie, y que salvo por ese desgraciado acto abusivo, se desarrolló en un ambiente de libertad y amplitud de debate como siempre se ha celebrado. Imagino que una claque parecida trataría de quitarle la palabra a algún escritor cubano simpatizante del régimen, de presentarse en la Feria del Libro de Miami, sin que los organizadores de la Feria misma tuvieran que ser culpados por ello.

Faltaba la presentación de la revista Encuentro, fundada en Madrid por el recién fallecido escritor cubano en el exilio Jesús Díaz con la pretensión de abrir un puente entre las culturas de dentro y fuera de Cuba, y se preveía otro intento similar de boicotear el acto, que dichosamente discurrió en paz, sólo que la delegación oficial cubana emitió un comunicado oficial, acusando a la revista de ser "una operación política del gobierno de los Estados Unidos", financiada por la CIA a través de la National Endowment Foundation (NED).

Como se ve, el comunicado se ponía a tono con los gritos de quienes habían tratado de interrumpir el acto de presentación de Letras Libres, y venía a crear un obvio parentesco entre lo uno y lo otro. La vieja intolerancia, congelada en el tiempo, volvía por sus desgastados fueros. Como muchas cosas ocurren en América Latina en familia, el vocero de la delegación cubana oficial, y responsable del comunicado, era Fernando Rojas, hermano del actual director de Encuentro Rafael Rojas, un brillante intelectual exiliado en México. Y para mayor abundancia, una de las fundadoras de Encuentro junto con Jesús Díaz es Anabelle Rodríguez, hija de Carlos Rafael Rodríguez, ideólogo comunista cercano a Fidel Castro hasta su muerte.

La Feria triunfó, sin embargo, en su pluralidad. Patricia Gutiérrez Menoyo, hija del conocido disidente y antiguo prisionero político, Eloy Gutiérrez Menoyo, presentó con todo éxito los libros de su editorial Plaza Mayor, con sede en Puerto Rico, cuyo programa recoge a muchos escritores de la diáspora. Y en los pabellones de las diferentes editoriales se podían encontrar los libros del mismo Cabrera Infante, Zoe Valdés, Antonio Benítez Rojo, Eliseo Alberto, entre varios de los escritores que viven fuera de Cuba, y Abilio Estévez, Leonardo Pagura y Pedro Juan Gutiérrez, escritores disidentes que viven dentro.

Tal vez un día, entre todos ellos y los escritores que se sienten orgullosos de respaldar al régimen, puede abrirse un diálogo sin gritos ni consignas en el que se pueda hablar del futuro. Tal vez un día.


Managua, diciembre del 2002.



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