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La insignia
30 de agosto del 2002


Una jornada ejemplar


Jesús Gómez
La Insignia. España, agosto del 2002.


De felaciones (jueves, 13.30)

Fue un cuatro de agosto. Se cumplía el cuarenta aniversario del fallecimiento de Marilyn Monroe y un conocido nos dedicó una dura crítica por nuestra decisión de realizar un pequeño especial. A la duda sobre la oportunidad de «mezclar la cultura con la política en un periódico de izquierda» (sic), añadía varios comentarios sobre la vida de la actriz, en su opinión poco ejemplar y disipada. De mi respuesta sólo diré que aquel día perdimos un lector y yo un conocido.

Entre tanta tontería, me llamó la atención una palabra en concreto que utilizaba como ataque (¿?) al mito cinematográfico: felación. Curiosamente ya la había encontrado en tres artículos distintos sobre Marilyn, de modo que guardé los textos y hoy me he tomado la molestia de releerlos.

Todos estaban firmados por intelectuales progresistas y todos contenían una condena de carácter moral cuya esencia era más o menos la siguiente: folló demasiado, se drogó demasiado, confundió la realidad con la ficción, se mezcló con quien no debía y en consecuencia fue castigada. Es decir, para los individuos en cuestión, vivir es una ambición merecedora de castigo; sobre todo si se dispone de algo que ellos no tienen: talento y carácter.

¿Y las felaciones? Tengan en cuenta que querrán cambiar: chupársela al Papa debe de ser aburrido.


Occidente (17.45)

La respuesta la encontró uno de esos linces que escriben columnas como podrían comerse las uñas de los pies. No sé cuál era la pregunta y sospecho que él tampoco, pero a mitad del tercer párrafo se leía: «la cultura occidental es el problema». Aquello me recordó una escena de La vida de Brian, titulada en el guión original de Monty Python con algo que se podría traducir, en versión libre, como «antes de los romanos, todo olía mal». Es el conocido diálogo entre Reg, Loretta y varios guerrilleros, cuando se preguntan qué ha hecho Roma por ellos.

Tras la mencionada conclusión, el columnista pasaba a una catarata de afirmaciones peculiares en alguien que teóricamente aprobó la enseñanza primaria; ya saben, el ejercicio de moda entre los necios con ínfulas: cultura depredadora, individualista, agresiva, etcétera. La falta de inteligencia no me sorprende, pero me asombra la ausencia de curiosidad. Qué es eso de la cultura occidental. Además de repetir palabras que se escuchan en la tele, ¿alguien se plantea lo que significan? Nuestros buenos progres, no: si entraran por la puerta de occidente se darían tal golpe con oriente que tal vez seguirían hablando, pero sin dentadura.


Oh Britannia (20.00)

Afirma el Financial Times y repite la voz del PNV en La Jornada que España debería seguir los pasos de Gran Bretaña y hacer en el País Vasco lo mismo que se ha hecho en el Ulster. Lo del periódico inglés está claro para quien quiera ver; a fin de cuentas, Sabino Arana, el pequeño führer de los nacionalistas vascos, inventó la ikurriña copiándola directamente de la Union Jack (¿o creen que el parecido era casual?).

Pero sigamos sus nobles consejos. Como no podemos cambiar la historia, dejémosla a un lado y concentrémonos en las medidas a tomar por un gobierno español que quisiera seguir el ejemplo de Londres:

Ante todo, debería transformar el económicamente privilegiado País Vasco en un lugar dominado por la miseria. Una vez logrado, también podría crear un conflicto religioso; ya que el nacionalismo vasco milita en el fundamentalismo católico, sólo quedaría convencer a los no nacionalistas para que se hicieran evangelistas o mormones, pongo por caso.

Acto seguido se debería anular cualquier tipo de autonomía. Si estamos comparando, hagamos las cosas bien. Indudablemente, eso también incluiría la anulación de los regímenes fiscales y fueros medievales que permiten que la burguesía vasca viva a costa del resto de España y que sus hijos puedan matar a niñas de seis años entre fiesta y fiesta.

Por fin, Euskadi sería un campo de batalla y nuestro anglófilo gobierno sólo tendría que sacar los tanques a la calle. Varios miles de muertos después, se establecerían conversaciones y se concedería una autonomía política digna de los borbones franceses, a unos mil o dos mil años luz del autogobierno del que goza, en la actualidad, cualquier comunidad española.

Gran idea, la del Financial Times. Nada como Gran Bretaña para dar lecciones políticas.


El futuro de la izquierda (21.15)

Entre los mensajes de correo descubrí una invitación para visitar un conocido foro sobre el futuro de la izquierda. Como en tantas ocasiones, estaba plagada de faltas de ortografía, confusiones de tiempos verbales y multitud de anglicismos, aunque algún amigo británico diría que en EEUU no hablan inglés.

Leí la invitación como pude y pulsé el vínculo. Había cosas interesantes, otras no tanto, y por supuesto un concurso de fraseólogos destinado a ver quién dice la monada que suene más posmarxista a lo was ist das, Otto? En una de las crónicas sobre los debates, encontré algo verdaderamente impresionante: después de las intervenciones de académicos, políticos y especialistas de diverso pelaje había tomado la palabra nada más y nada menos que un delegado de los «pueblos originarios». Eso ya me pareció relevante; tanto desenterrar huesecitos en África y luego resulta que los padres de nuestra especie, los propietarios del planeta, caminan entre nosotros. Pero digamos que se trataba de una simple confusión lingüística y no le demos vueltas al pedigrí racial. Bastante más grave fue el aplauso cerrado que -según el periodista- dedicó la audiencia al señor yoestabaaquíantesquenadie cuando dijo que su pueblo habla con la naturaleza.

Bien, eso está bien. Un tipo sube a un estrado, se planta ante personas que presuntamente no tenían excesivas alteraciones psicológicas, afirma que habla con la naturaleza y en lugar de escucharse carcajadas, lo aplauden.

El futuro de la izquierda: A mí me hablan de vez en cuando mis zapatillas, sobre todo en verano.


Posdata (madrugada del viernes)

Empieza otro día y sospecho que ni el derrumbe del «socialismo real» ni el bla bla bla restante explican semejante grado de estupidez. El capital nos empuja a toda velocidad hacia el siglo XIX y parte de la izquierda ya ha retrocedido a la tribu. Cree en un combinado de animismo, mito del buen salvaje, propiedad, herencia y bobadas sobre armonía universal propias de merienda hippie.

Allá cada cual con su vida y su cerebro, si posee algo parecido. En mi opinión, los ejemplos anteriores encajan en lo que decía Voltaire: «Cosas que inventó la bribonería para subyugar a la imbecilidad».



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