Portada Directorio Buscador Álbum Redacción Correo
La insignia
16 de agosto del 2002


Torre del mar


José García Verdugo
La Insignia. Chile, agosto del 2002.


"The watcher and the tower,
waiting hour by hour."

"Shoot out into the shining,
that devil moon,
he sings of love, yeah."

"Take a trip in the air
to a tropical beach,
an island to reach."

"Treat me like a prisoner,
treat me like a fool,
treat me like a loser,
use me as a tool."

-Crises, Mike Oldfield-


Sabía que en ese momento, en su playa, el sol se estaría estrellando contra la superficie del mar. Imaginaba aquella explosión de colores y se sentía feliz, pero mantenía la mirada fija en los dispositivos de navegación. Sin embargo allí, en medio del océano, la luz dorada que inundaba su cuadro de mandos provenía de la luna llena, aquella luna de agosto, enorme como un queso y amarilla como un sol con velo, naciendo por el oriente. Revisó una vez más los instrumentos y verificó que la velocidad estaba fija en 330 nudos, la altitud a 100 pies, en ruta hacia la intersección GR003 con un avión repleto de explosivos incendiarios y tanques auxiliares de combustible para la travesía. Calculó que quedaban dos minutos para alcanzar la intersección y lo notificó por radio.

Pensaba, mientras preparaba el armamento, en lo hermoso que sería estar lejos de allí, sentado en su playa, viendo cómo el agua se tragaba una vez más aquella enorme bola de fuego, escuchando cada ola, siguiendo el vuelo de los pelícanos, disfrutando el frescor de la brisa, y notó que estaba tranquilo, relajado. Los auriculares del casco le traían noticias del mundo real: una confirmación de la orden de destruir el objetivo a la hora fijada. El sistema de navegación informó que había llegado a GR003. Afirmó la mano en la palanca.

Tomó rumbo 035 y ascendió a 3000 pies. Un minuto más tarde vio la torre por el lado de babor. Era totalmente negra, y en algunas ventanas del costado de poniente brillaba la luz eléctrica. Notificó por radio que no se detectaba ningún signo de resistencia o amenaza y giró hacia poniente trazando un arco alrededor del objetivo. Sin descuidar los instrumentos, miraba con frecuencia hacia la torre. Era una construcción increíble, en medio del mar, a 100 millas de la costa más cercana. Se erguía sobre la lámina de agua como el tronco de un gigantesco árbol de casi 300 metros de altura. En la base, las líneas se curvaban hasta hacerse horizontales y fundirse con el mar. En la cima había señales luminosas y un helipuerto. El contraste de aquel negro sin brillos con el suave color dorado del mar resultaba fascinante.

Cuando la luna llena quedó justo a su derecha, viró hacia la torre, redujo la potencia e inició el descenso directo hacia el objetivo desplegando los frenos aerodinámicos. En el ordenador de combate vio cómo el punto de mira se fijaba en la base de la torre y escuchó el sonido que le autorizaba a disparar las bombas guiadas por láser. Respiró profundamente y contó hasta tres en voz alta. Un, dos, tres. Bomba uno fuera, y el avión se balanceó sobre el ala de babor. Bomba dos fuera, y otro balanceo hacia estribor. Vio aquellas manchas negras que se perdían en la oscuridad. Atrajo la palanca hacia su estómago para ascender, viró a estribor para tomar rumbo al sur y aplicó potencia máxima para ascender.

Minutos después, las unidades de reconocimiento verificarían la destrucción de la torre. Él sólo vio el resplandor de las explosiones por los retrovisores superiores mientras pensaba de nuevo en aquella playa. Pensaba, pero no podía ya imaginar todo aquello, porque desde la playa veía el mar iluminado por la luna llena, y en el mar veía la torre, y sobre la torre volaba un avión, y el avión giraba y enfilaba la torre, y un, dos, tres...

Levantó el visor del casco para enjugar una lágrima.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción