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La insignia
13 de agosto del 2002


A fuego lento

Extraña reunión en un pequeño taxi


Mario Roberto Morales
Siglo Veintiuno. Guatemala, 13 de agosto.


El sábado 3 de agosto, a eso de las dos de la tarde, llegaba yo al Distrito Federal, proveniente de Querétaro, para visitar a mi buen amigo Carlos López, propietario y director de la Editorial Praxis, ese monumento al ocio creador y a la bohemia, situado en el centro del viejo México. Después de visitar su segunda oficina, el Salón Bar Casino, en la esquina de los talleres de Praxis, procedí a acompañar a Carlos en un breve peregrinaje por los vericuetos de José Alfredo Jiménez, por purisísima solidaridad, pues no me bebo un solo trago.

Cuando procedí a subir al cuarto de huéspedes, volví a recorrer el solitario laberinto de Carlos, las largas colecciones de libros y los innumerables cuadros que penden de los muros, desde el piso hasta el techo, cubriendo cada centímetro de la casa. Me acosté y dormí como un beato hasta el día siguiente. A las doce del día estuvimos más o menos puntuales en el Palacio de Bellas Artes para asistir a la presentación de un libro de nuestro común amigo Otto-Raúl González, titulado Galería de gobernadores del soneto (Instituto Mexiquense de Cultura, 2002).

Me sorprendió la gran cantidad de lectores de sonetos que se dieron cita esa mañana en Bellas Artes para escuchar a quienes presentaron el libro y al actor Carlos Bracho leer algunas piezas de López Velarde, Sor Juana Inés, Vallejo y otros. A la salida, nos hicimos las respectivas y consabidas bromas con Otto-Raúl, las cuales siempre tienen que ver con intencionales "equívocos" en cuanto a nombres y otros juegos de palabras. Aludiendo a mi novela Los que se fueron por la libre, me dijo sonriendo: -Ah, usted es el que se fue por la vía libre... Y yo le dije: -Ah, y usted es el maestro Otto-Raúl González Tuñón o bien el no menos mentado Otto-Raúl Castillo. Y él se reía respondiendo: -Ése mero... ése mero...

Luego Otto-Raúl invitó a algunos amigos su casa, pero Carlos y yo teníamos cosas qué hacer y regresamos a los talleres de Praxis. Subimos a un taxi y, cerca de Reforma y Juárez, Carlos le pidió al chofer el periódico que traía sobre el piso del autito verde y blanco, y se puso a hojearlo. De pronto subió la voz sorprendido y nos dijo que acababa de morir de cáncer el actor mexicano Roberto Cobo, su amigo, quien interpretó al inolvidable "Jaibo" en Los olvidados, de Luis Buñuel. El taxista vio a Carlos por el retrovisor y le preguntó: -¿Era su amigo? -Sí, era mi cuate- respondió Carlos. -¿Tenía hijos?-, pregunté yo sin saber por qué. Y Carlos respondió: -No, era homosexual. Entonces el chofer se aventó una disertación acerca de que muchos homosexuales suelen tener hijos y sobre una supuesta relación entre la homosexualidad y el cáncer, ante la cual callamos hasta llegar a Praxis.

Durante la recepción en Bellas Artes pude conversar con el abogado guatemalteco Ernesto Capuano, que tan sostenida labor ha hecho en favor de los exiliados de mi país en México y que, según me contaron, me ayudó a mí mismo a salir de un conocido atolladero en 1982, durante mi prolongada militancia en la izquierda. Ya en el taxi, durante el largo silencio que siguió a la noticia de la muerte de Roberto Cobo, yo pensaba en un soneto de Vallejo que había leído Bracho con un poco de exceso sentimental. Se llama "Intensidad y altura", y dice así: "Quiero escribir pero me sale espuma,/ quiero escribir muchísimo y me atollo;/ no hay cifra hablada que no sea suma,/ no hay pirámide escrita sin cogollo./ Quiero escribir pero me siento puma,/ quiero escribir pero me encebollo;/ no hay voz hablada que no llegue a bruma,/ no hay dios ni hijo de dios sin desarrollo./ Vámonos pues por eso a comer yerba,/ carne de llanto, fruta de gemido,/ nuestra alma melancólica en conserva./ ¡Vámonos! ¡Vámonos! Estoy herido,/ Vámonos a beber lo ya bebido,/ Vámonos cuervo a fecundar tu cuerva".

El "Jaibo" muere, Vallejo lanza dentelladas de vida desde su interminable muerte, un taxista se lamenta de que tantos homosexuales mueran de cáncer, Carlos dice que debió haber llamado a su amigo Roberto Cobo como le había prometido, y yo veo las calles del centro de México, soleadas, en una apacible tarde de domingo en que la poesía, la vida y la muerte se reúnen en uno de esos diminutos taxis mexicanos que se mueven como insectos en un hormiguero de 22 millones de mortales, una gran mayoría de los cuales ignora que vive y que existen sonetos en el mundo.



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