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La insignia
21 de abril del 2002


Un baldón para el país


Gustavo Espinoza M.
Nuestra Bandera, nº 2. Perú, 18 de abril.


Habríamos querido ocuparnos aquí de la impresión que nos dejó nuestra salida a luz el pasado 21 de marzo (*). Y agradecer la acogida cordial y generosa que nos brindaron trabajadores, estudiantes, mujeres, y otros segmentos de la sociedad. Lamentablemente la vorágine de los acontencimientos nos acompaña, y ante ellos no podemos guardar silencio.

La vida nos ha puesto en los últimos días ante un curioso documento de paternidad dudosa -"el exhorto", lo llaman-. Cuba asegura que el padre de la criatura es el gobierno de los Estados Unidos. Washington asevera que no, que es el gobierno peruano. García Sayán lo niega. Uruguay afirma que es hijo suyo. Finalmente Toledo revela que en realidad el padre es él, pero que no lo dijo en su momento. ¿Será necesario en este caso también una prueba de ADN para conocer la verdad?

Claro que hay un indicio más o menos definido. Don Alejandro Toledo no muestra mucho valor para asumir sus decisiones ante el pueblo. Y por eso las más trascendentes, las anuncia cuando está en el exterior. Desde Washington -recordemos- nombró a Kuczynski como todopoderoso ministro de economía. Y ahora desde Costa Rica afirma muy suelto de huesos que fue idea del Perú "liderar" la ofensiva contra Cuba. Quizá se engendró en los inicios de su gestión, cuando convino en admitir como "asesores" a gentes de la mafia cubanoestadounidense que radica en Miami. La firma de la cancillería peruana al pie de ese documento constituye un baldón y una verguenza que merece la más clara repulsa ciudadana.

Dos elementos constituyen un agravante en la materia. Uno, el que el documento de marras haya sido entregado al publico por la oficina diplomática de los Estados Unidos en Suiza sin que la cancillería peruana supiera siquiera de su existencia. Y dos, el que el gobierno de Alejandro Toledo haya capitulado bajo la abierta presión de George W. Bush negando en palabras lo que ejecutaba en acciones.

De este modo por primera vez en treinta años el Perú hizo abandono de su prestigiada política exterior -la Doctrina Torre Tagle- para uncirse al carro de las republicas bananeras de Centroamérica, siempre atentas al dictak imperialista. Atrás quedó así la memoria de Raul Porras y el recuerdo de Carlos García Bedoya que en momentos aciagos para la República supieron poner perfiles de grandeza sobre el escenario. Toledo, finalmente, le sacó las castañas del fuego a la administración norteamericana y a su política imperialista, y le exigió a Cuba suscribir convenios internacionales que él no cumple; y que el gobierno de EEUU tampoco ha refrendado. Y lo hizo, en el fondo, por presón de funcionarios comprometidos con esa sucia causa, como Otto Reich, empeñados como están en asegurar la reelección de Jeb Bush como Gobernador de La Florida con el voto aprobatorio de la gusanera de Miami.

Como una lección sin embargo, debe quedar el comportamiento perverso seguido por Washington en este trámite: compró el voto peruano ofertando a cambio la ya célebre Ley de Preferencias Arancelarias Andinas, pero ni eso cumplió. El Senado yanqui, en su propia dinámica, no se sintió en la obligación de secundar las triquiñuelas de Bush en la materia. Como en el viejo cuento, aquí hubo el "toma", pero falló "el daca" para que la historia, triste historia, sin duda, fuera completa.

Que el gobierno de los Estados Unidos obre así, no sorprende a nadie. Lo ha hecho siempre y en todas las latitudes del planeta asumiendo un comportamiento que envilece la diplomacia internacional; pero que el gobierno peruano se preste a ese sucio juego, subleva. Refleja en el fondo la desverguenza de una política de capitulación. De rodillas ante el amo imperial, el gobierno de Alejandro Toledo ha defraudado a la ciudadanía y ha consumado una afrenta al pais burlando incluso la voluntad manifiesta del Congreso de la República que por 67 votos contra 2, le exigió en el punto una conducta digna y soberana. Y lo ha hecho de una manera veronzante, sinuosa, ambivalente, buscando caminos intermedios.

Queda no obstante el consuelo de saber que, finalmente, el voto de Ginebra resulta irrelevante. No decide nada. Muestra sólo el sentido provocador y abusivo de la poítica yanki de nuestro tiempo. La grita contrarrevolucionaria no lesiona la amistad inquebrantable que une a los pueblos del Perú y de Cuba, que está macerada en sangre. En esta hora de definiciones, ella está viva, y nos recuerda que los lazos que nos atan se fortalecen más allá de vilezas y de traiciones.

De hoy en adelante, la consigna popular de apoyo a Cuba debe sonar más fuerte que nunca. Y debe estar presente en todas las luchas de los trabajadores y el pueblo. El pueblo, señor Toledo, no se amilana ni se arrodilla.


(*) El autor se refiere a la publicación del primer número de «Nuestra bandera».



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