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La insignia
12 de abril del 2002


Infamia


Ángel Guerra Cabrera
La Jornada. México, 11 de abril.


Apoyándose en falsas premisas y en las peores mañas, el actual sistema de dominación mundial bajo la batuta de Estados Unidos ha manipulado a su antojo el tema de los derechos humanos. Estos, de constituir un patrimonio de la humanidad, han terminado secuestrados por una minoría de estados que los utilizan en favor de sus intereses económicos y políticos.

La obsesión patológica de Washington por lograr anualmente la condena a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas (CDH) se inserta en ese contexto injusto y asimétrico. Para conseguirlo, el supuesto campeón de la democracia en el mundo recurre a los procedimientos más vergonzosos, entre los que se incluyen la amenaza y el chantaje. La gran potencia ha llegado al extremo de condicionar al voto contra Cuba la ridícula ayuda que otorga a los estados africanos para el tratamiento del sida. En la maquinaria mediática y en los organismos internacionales prevalece una doble vara de medir, según la cual las naciones ricas, de mayoría étnica blanca y presuntamente más civilizadas son el paradigma en la observancia de los derechos humanos, encargadas de dictar cátedra y juzgar en la materia a los atrasados indígenas y mestizos de los países subdesarrollados. Se cuestiona con la mayor naturalidad la legitimidad de las elecciones en un país africano, pero se unirían el cielo y la tierra si se osara hacer lo mismo con el escandaloso fraude electoral que llevó a la Casa Blanca al actual presidente de Estados Unidos.

El advenimiento de la unipolaridad reforzó esta farisaica orientación. La CDH fue convertida por Washington en un feudo particular para ajustar cuentas a todos los que se atreven a cuestionar de algún modo su proyecto de dominio del mundo. Esto se hizo tan evidente que el año pasado Estados Unidos resultó excluido de esa instancia, de la que había sido miembro ininterrumpidamente desde su fundación. Francia, junto con China y un bloque de países pobres lograron el milagro. La elocuencia del voto secreto suplió las palabras que muchos no se atreven a decir públicamente.

La exclusión de Washington de la CDH reflejaba la agudización de sus contradicciones con gran mayoría de países, incluyendo a varios de sus propios aliados. Ponía de relieve el cuestionamiento por gran parte de la comunidad internacional a su conducta arrogante, bandidesca y discriminatoria. Revelaba una crisis de legitimidad del modelo económico, de las instituciones y el sentido común en que ha asentado su hegemonía mundial. Para conservarla a duras penas no le quedaba más alternativa que el uso indiscriminado de la fuerza militar y la subversión total del sistema de relaciones internacionales, como ha hecho después del atentado terrorista del 11 de septiembre.

Estados Unidos juzga a quienes no se le subordinan en nombre de la democracia y los derechos humanos, que no practica en su propio territorio. Baste mencionar la discriminación contra los afroestadunidenses y los migrantes latinoamericanos, la derogación, con el Acta Patriótica, de varios artículos de la Constitución que protegen las garantías individuales, los innumerables y constantes casos de abuso policial, las condenas a muerte sin pruebas de los pobres y desamparados. La potencia del norte argumenta en nombre de la ley internacional cuando le conviene, y al mismo tiempo se coloca al margen de ella: se arroga el derecho a agredir a otros países en nombre de la "guerra contra el terrorismo" sin tomar en cuenta al Consejo de Seguridad de la ONU; no acepta la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional; se opone al Protocolo de Kyoto; se resiste a aceptar la inspección de su arsenal de armas biológicas, como ordena el tratado correspondiente; rechaza aportar a la ayuda al desarrollo 0,7 por ciento del PIB, a la que se comprometió en su momento, mientras impone onerosas condiciones a las migajas que promete a las naciones pobres, como en la reciente reunión de Monterrey, por no hablar del desprecio y la arrogancia con que se comportó frente a la cumbre contra el racismo de Durban.

Es ese el país que pretende condenar en Ginebra a la Cuba rebelde y soberana la semana próxima. No le ha sido fácil conseguir al cipayo que sirviera de cómplice a esa infamia. Tras meses de febriles gestiones en cancillerías del mundo entero, al fin lo encontró en un distinguido protector de criminales de la guerra sucia contra su pueblo.



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