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La insignia
14 de abril del 2002


Marx y el capitalismo moderno


Michel Husson


La crítica eficaz del capitalismo contemporáneo debe evitar dos escollos simétricos: el dogmatismo (nada ha cambiado) y el "excesismo" (todo ha cambiado por completo). La parsimonia es un buen principio: apliquemos a fondo la teoría marxista del valor trabajo y veamos si presenta insuficiencias. Ese método permite muy rápidamente enfocar el proyector sobre el error generalizado que se encuentra en el fondo de las tesis de moda, sobre el fin del trabajo y las nuevas fuentes de valor económico. Si el trabajo no es ya la única fuente de riqueza producida, entonces es lógico pensar que es posible hacerse rico durmiendo y que el valor trabajo debe dejar la centralidad.

La creciente inmaterialidad de las mercancías o el peso del trabajo intelectual en su concepción, no cambian en nada las relaciones de producción que hay en la base y especialmente la ley del valor. La pregunta planteada es saber de dónde proviene la ganancia: ¿del trabajo o del computador? Todo el discurso de Marx ha consistido en revelar, más allá de las engañosas apariencias, la trama de las relaciones sociales fundamentales. En el capitalismo sólo el trabajo es fuente y medida del valor y la ganancia se forma como un excedente. Allí reside la diferencia entre, por un lado, la riqueza producida que toma la forma de una inmensa acumulación de bienes y servicios y, por otra parte, lo que llega a manos de los trabajadores. Esta diferencia se llama plusvalía y se reparte en función de reglas que asignan a los títulos de propiedad el derecho y el poder de apropiarse de una cierta parte. La redistribución puede adoptar formas diversas: utilidades para las empresas, intereses para los acreedores, dividendos para los accionistas.

La guía de lectura marxista nos protege del error de confundir la creación de la plusvalía con su repartición. En particular el enriquecimiento financiero debe ser analizado como una captación del valor producido en el proceso de producción. Esa es, por otra parte, una de las grandes lecciones del crash de la nueva economía: privado del sustrato de mercancías, el valor bursátil se derrumba.

El gran argumento de los teóricos del nuevo capitalismo es decir que el trabajo directo no ocupa más que un lugar subalterno en la actividad productiva. La creación de valor económico pasa más y más por servicios inmateriales, por la circulación de la información; el conocimiento se ha convertido en un factor de producción en sí, cada asalariado es una especie de pequeño capital, y es la empresa como máquina colectiva la que realmente produce el valor. Esa es la razón por la cual se considera al salario como una forma sobrepasada de remuneración que es preciso completar con un involucramiento interesado en los resultados de la actividad. No todo es falso en este planteamiento, pero tampoco es mayormente nuevo. Siempre el capital ha sido una potencia social capaz de absorber en provecho suyo las capacidades y cualidades de los trabajadores y por ello es que constituye una relación social. El capitalista compra lo que necesita para producir y revende su mercancía con ganancia. Esa relación esencial no ha cambiado en nada y tampoco la ley que hace que cada capitalista se esfuerce por reducir al máximo sus costos, especialmente el costo salarial. El encarnizamiento patronal orientado a bajar los salarios, a reducir los empleos y a alargar el tiempo de trabajo útil no ha desaparecido por una especie de evaporación del trabajo productivo.

La falsa idea según la cual el trabajo no participa ya en la producción sino de una manera accesoria, se encuentra asentada en la otra idea falsa de la pérdida de centrafidad del trabajo. Se trata de pura ideología que busca justificar la persistencia del desempleo masivo y a preservar el derecho de los patrones a contratar y despedir "libremente" trabajadores con el pretexto, claro está, de que la verdadera vida está en otra parte. Los fundamentos de esta ideología han sido barridos por la experiencia de los últimos años. Se ha podido comprobar que el trabajo es necesario para producir y que los trabajadores cesantes no han renunciado a pedir empleo.

La propia organización patronal francesa rindió una especie de homenaje del vicio a la virtud al afirmar contra toda evidenciaque la jornada de 35 horas disminuía el número total de horas de trabajo, lo que significaba la admisión implícita de que esta el trabajo es la fuente de la riqueza social. No se trata, evidentemente, de negar las transformaciones que ha sufrido el trabajo. Son muy profundas: dilución del trabajo de creación, horarios, teletrabajo, precariedad, polivalencia, intermitencia, autoformación, especialización flexible, calidad, atención al cliente, etc. Obviamente no se producen las mismas cosas ni de la misma manera que hace treinta o cincuenta años. Pero de allí a concluir apresuradamente que las categorías clásicas de trabajo y explotación han sido sobrepasadas, hay un trecho muy grande. Estamos inundados de teorías nuevas que niegan la validez de un análisis en términos de relaciones de capital/trabajo y giran alrededor de la noción de la economía del conocimiento. No sería posible medir el trabajo ni el valor, lo que querría decir que ese nuevo capitalismo bautizado como "cognitivo" o "patrimonial" entre otros nombres, obedecería a leyes diferentes del capitalismo "clásico", sobre el que teorizó Marx.

Esta posición hace releer a Marx con anteojeras, y a convertirlo en el teórico sobrepasado de un capitalismo de la pequeña empresa (por otra parte, en gran medida imaginaria). Hay un contrasentido absoluto, tanto sobre Marx y, lo que es más grave, sobre el capitalismo contemporáneo en esta lectura no dialéctica. Hay, por una parte, un sistema con su lógica inmutable y por otra, mutaciones en el trabajo. La apología modernista consiste en decir que esas transformaciones bastan para cambiar el capitalismo, lo que significa atribuirle una plasticidad que no tiene. La crítica marxista consiste en mostrar que el capitalismo no puede digerir fácilmente una extensión del dominio de la gratuidad y del paso a una organización cooperativa y democrática del trabajo que se han hecho posibles por las transformaciones en curso. Frente a esas amenazas virtuales, todos los esfuerzos del capitalismo, a pesar de sus pretensiones de modernidad, se han volcado hacia la preservación y reproducción del cálculo económico mercantil más estricto.

Antes que esperar que la transformación social sea introducida de manera tangencial, como subproducto de innovaciones tecnológicas, el marxismo revolucionario debe, por el contrario, impulsar la resistencia a la mercantilización. Se trata de contribuir a ese enorme cambio que haría que el movimiento social sostuviera aspiraciones anticapitalistas centradas en el derecho al trabajo, a los servicios públicos y al tiempo libre. Todos ellos evidentemente ajenos al capital.



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