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La insignia
8 de abril del 2002


Apuntes radicales

Un grito en la calle del Pez


José Marzo


El pasado domingo 31 de marzo tuvo lugar en el teatro Alfil de Madrid la última representación de "12 de septiembre", el espectáculo de Leo Bassi.

Al italiano Leo Bassi se le conoce sobre todo por sus actuaciones televisivas, y también contra la televisión. En España fue un asiduo del programa Crónicas marcianas, de la cadena Tele 5, donde se le conocía como "el loco que come excrementos", y del que se marchó, según sus palabras, porque se le prohibía criticar marcas comerciales: "Yo podía decir lo que quisiera contra Aznar o el rey, pero no podía nombrar las marcas. Era imposible citar a la muñeca Barbie o a McDonald's". En el año 2000 intentó boicotear el programa Gran hermano, de la misma cadena. Alquiló la finca contigua a la casa donde se encontraban recluidos los concursantes y levantó un andamio frente a la piscina de los vecinos. Durante tres días les leyó a éstos diversos fragmentos del libro 1984 de George Orwell y boicoteó las entrevistas con una bocina de barco. Un peldaño más en una larga escalera de provocación que ha pasado por los coches Citröen Picasso o los patrocinadores del festival de teatro de Tárrega, donde quemó una lata gigantesca de San Miguel, entre muchos otros actos.

A Leo Bassi le gusta considerarse un bufón. Se ha otorgado carta blanca para burlarse de la solemnidad de los poderosos, de los políticos y de los ejecutivos, de la iglesia y de dios, de sí mismo: "En una sociedad absolutamente pija, dar asco es la forma más eficaz de oposición".

"12 de septiembre" (el día después) comienza con la proyección de una secuencia de fotografías del atentado contra las torres gemelas de Nueva York. Vemos instantáneas de los aviones embistiendo contra los dos edificios, personas que huyen entre escombros, a Bush ante los micrófonos con gesto de firme orador... luego, tan sólo un hombre trajeado y con maletín en mano caminando entre una nube de polvo, también él cubierto y humillado por el polvo... En ese momento, una puerta lateral se abre y, entre falso polvo teatral y maletín en mano, Leo Bassi entra en el patio de butacas, sube al escenario, se sienta e intenta comerse un bocadillo. Pero el bocadillo, lleno de polvo, también se ha echado a perder.

"12 de septiembre" es un largo monólogo. El público no le exige a Leo Bassi, guionista, director y único actor de su espectáculo, una gran puesta en escena y le disculpa su español macarrónico; confunde el género de las palabras, intercala términos italianos y riega sus parlamentos con anglicismos. A veces se ríe de sus propias ocurrencias. Durante dos horas, habla de la política exterior estadounidense y de la extensión de su imperio económico y cultural, de los campos de golf, de la Biblia, del eje del bien y del mal. Dos espectadores se marchan cuando, recostado sobre un enorme ejemplar del Viejo Testamento, simula ser un dios que se masturba, antes de designar a los más aduladores como el "pueblo elegido". Interpela al público, nada le desagradaría más que saber que entre ellos hay algún "pijo jugador de golf".

Más allá de la simple provocación y del cliché que defiende el saber vivir latino, Leo Bassi consigue retorcer la inteligencia y explotar el humor; el público ríe a carcajada limpia ante un personaje que sobre el escenario dice con exceso de bufón, públicamente, lo que algunos apenas se atreven a pensar en privado. Puesto que Bush afirmó que nada iba a cambiar tras los atentados del 11 de septiembre, Bassi insiste en que, por tanto, tampoco él va a dejar de ser "antiamericano".

Pero hay en su espectáculo un tono amargo que no se puede eludir. ¿Cuál podrá ser la función de un bufón en el siglo XXI? En el gran teatro del mundo, el bufón golpeaba con su palitroque al títere rey y hacía las delicias de los niños, que reclamaban más golpes contra el rey, el padre y la autoridad; sin embargo, de pronto apareció un tipo con barba, turbante y armado de una porra gigantesca y, "de una hostia, una hostia enorme", se cargó al rey, el escenario y, de paso, a cuarenta niños que asistían a la representación.

Ahora las risas del público, nerviosas, también expresaban confusión.

El 11 de septiembre, al contrario de lo que anticipaba Bush, ha cambiado muchas cosas. Aquel hombre del maletín cubierto de polvo no se borrará de la mente de los estadounidenses y en muchas personas ha reflotado el poso de antiguos lectores del Viejo Testamento. Falsos demonios afloran, y tampoco los bufones deben caer en el error de escoger entre unos y otros. Cuenta Leo Bassi un chiste talibán. Hace más de diez años, los serios estudiantes fundamentalistas reían sin control al recordar ese párrafo del Corán en el que una vieja fea es excluida del paraíso, pese a su vida virtuosa, porque allí sólo acceden jóvenes guapas. Si ya hace diez años, Bassi pudo constatar que los talibanes despreciaban a las mujeres, ¿no lo sabía la CIA, que los apoyaba?

Para concluir su espectáculo, Leo Bassi, en calzoncillos, se embadurnó de miel y se cubrió de plumas. Como un viejo reo medieval emplumado, expuesto a la burla en la picota, abandonó el teatro y salió a la fría noche madrileña seguido de los 250 espectadores del Alfil. Nos agrupamos a su alrededor en la cercana plaza y nos animó a lanzar un grito rebelde, un "grito primitivo y atávico".

Un grito que expresaba que estamos hartos de ejes del bien y del mal, de terroristas y de políticos demagógicos, de multinacionales, de imperialismo, de ejecutivos jugadores de golf y de mitos falsarios; ¡queremos bufones!



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