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La insignia
7 de abril del 2002


Salud mental y lenguaje


Marcelo Colussi


Cuando se habla de "salud mental" rápidamente se piensa en "locura". Esta es hoy día una noción casi universal. La concepción psiquiátrica ha permeado las distintas sociedades, y la idea de "loco" se ha universalizado, unida a una carga patológica. Pero en realidad debe entendérsela como parte integral de la salud, en el sentido de equilibrio y adaptación. Por tanto hace parte de un complejo mucho más sociopolítico y cultural que biológico, más ligado a lo que podríamos entender como derechos humanos y no tanto al campo de la enfermedad, con toda su carga biomédica - y en el caso del trastorno psíquico, de estigmatizante que esto conlleva.

La sola definición es ya algo polémico, discutible; pero más aún lo es el quehacer al respecto, las intervenciones que pueden caer bajo su órbita.

¿Cómo lograr la "salud mental"? ¿Psicología, psiquiatría, religiones, meditación, grupos de autoayuda? Y si de psicología se trata, ¿cuál? ¿Psicoanálisis, conductismo, Gestalt, sistémica, cognitiva, reflexología? ¿Clínica individual o grupos? ¿Psicodanza, técnicas de relajación o bioenergética? ¿Psicofármacos o electrochoque? El tai chi o las flores de Bach ¿pertenecen a este área de trabajo? ¿Y la psicología social? ¿Y lo que hoy se llama salud mental comunitaria?

Vemos que se ofrecen como prácticas ligadas al campo difuso de la salud mental cosas tan variadas como antitéticas, tan discutibles como respetables. Pero todas llenan vacíos, de ahí que tienen su respectiva cuota de aceptación. Aunque en el plano epistemológico quede abierto el debate respecto a si la psicología moderna es, o no, una ciencia.

Es imposible (¿quién y desde dónde hacerlo?) dictaminar académicamente acerca de la mayor "corrección" de cada una de estas prácticas. Muchas, de hecho, tienen un impacto indudable: los grupos de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, para con etílicos. Pero no hay que olvidar, por cierto, que muchísima más gente asiste a templos (cualquiera sea la religión en juego) para curar sus penas espirituales que a un técnico en salud. Y si optan por esta última posibilidad será un médico el que recibe la mayor cantidad de consultas "psicológicas", no un psicólogo. Dicho sea de paso: el segundo medicamento más consumido en el mundo son los tranquilizantes menores, las benzodiazepinas - los cuales tienen, ante todo, un efecto placebo. ¿Por qué se consumen tanto? Quizá no sólo la política de mercadeo lo explique; definitivamente llenan un vacío.

¿Tan "locos" estamos? Seguramente no; así está mal planteada la pregunta. En todo caso hay un malestar intrínseco a toda organización social que no deja de manifestarse, y que sencillamente habla de lo que es la condición humana. Todos nos angustiamos, nos pesa un poco (a veces) la vida, tenemos miedos, inhibiciones, algunos síntomas, tics, rasgos raros de carácter, flaquezas. Y en toda forma cultural los humanos atienden de algún modo estos aspectos. En nuestras sociedades occidentales, el discurso biomédico es el que ha tomado, por lejos, la delantera al respecto. Lo cual no significa que, necesariamente, sea el más efectivo. La figura del "brujo" no falta en ningún medio cultural, no importa cómo se llame.

Pero está claro esto: cualquier práctica que se ocupa de estas cuitas hace uso del lenguaje. Solo hablando podemos entender y hacer algo con toda nuestra "locura". Muchas veces hablamos solo para hacer ruido; no todas las intervenciones "psicológicas" promueven una palabra auténtica; en muchos casos hay un autoengaño en juego. Pero sin duda los humanos necesitamos de esos mecanismos. La prueba está que la figura del curador espiritual es anterior a la psicología moderna, sin olvidar que las religiones, en buena medida, cumplen con esa función. Hablar es terapéutico.



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