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La insignia
2 de abril del 2002


Con la piel de La Habana


Magda Resik
La Jiribilla. Cuba, marzo del 2002.


Quizás, en el misterioso e irresistible encanto de la otrora Villa de San Cristóbal y en las obras que se realizan para devolverle su esplendor, resida el alto poder de convocatoria que demostró la Primera Bienal Internacional de Arquitectura, recién concluida esta semana en La Habana.

Ese "estilo sin estilo" por el cual La Habana se distingue de otras ciudades del continente, lo describió de modo excepcional el escritor cubano Alejo Carpentier. Ciudad donde nada ha podido enmendar "el mal trazado de sus primeras calles", - queja constante de un viajero alemán, enamorado de sus encantos y nombrado segundo descubridor de América, el barón Alejandro de Humboldt.

Amén de las normativas y exigencias del urbanismo moderno, la capital de Cuba posee el irresistible atractivo de no haberse sometido a patrones rígidos en su distribución. Pero también, a lo largo de su litoral, ofrece uno de los más completos frescos de la historia arquitectónica de nuestro continente. Desde los magníficos baluartes y fortalezas que engalanan la entrada de su bahía, hasta las más modernas construcciones de El Vedado habanero.

Sin dudas, asombra una ciudad plena de edificios y casonas que han sobrevivido a los inconvenientes climáticos del trópico, al paso de los siglos, a la barbarie de la destrucción propuesta en otras urbes de su tipo por todo el mundo. El hecho de que permanezca poblada - a veces superpoblada en determinadas zonas -, a pesar de un deterioro constructivo imposible de detener en toda su magnitud, dada la falta de los recursos necesarios para una reparación capital, completa las dotes requeridas para atraer la mirada no sólo de urbanistas, arquitectos, diseñadores... sino de los millones de turistas que caminan por sus calles, siempre "bulliciosas y parleras", como nos las describiera el autor de La ciudad de las columnas.

Quizás, en el misterioso e irresistible encanto de la otrora Villa de San Cristóbal y en las obras que se realizan para devolverle su esplendor, resida el alto poder de convocatoria que demostró la Primera Bienal Internacional de Arquitectura, recién concluida esta semana en La Habana.

Temas esenciales como la gestión y funcionalidad de los centros históricos, y la preservación del patrimonio moderno y contemporáneo, centraron los debates en un encuentro que al decir del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, proponía "mirar al pasado y al futuro, no como disyuntiva, sino como método, basado en el concepto de que toda modernidad ha sido necesariamente precedida por otra".

Las antiguas casonas coloniales de La Habana Vieja, rehabilitadas y puestas nuevamente en valor, sirvieron como escenarios de un gran realismo, al intercambio entre colegas de países como España, Estados Unidos, Italia, Francia, México, Brasil, Irlanda, ente otros, sobre las alternativas del urbanismo en el mundo futuro. Elogiosas fueron siempre las palabras para una ciudad que según el criterio generalizado, no asumía la restauración como un ejercicio excluyente, sino integrador de lo social en primera instancia. Los habitantes hacen la ciudad, la conforman a su uso y semejanza, y sin ellos los edificios serían grandes vitrinas despobladas de todo encanto.

Para La Habana hubo también mensajes de alerta. Mucho insistieron los participantes extranjeros en la posibilidad, ya remota en sus países de origen, de preservar la naturaleza originaria de la ciudad. No desintegrarla o dejarla perderse sucumbiendo a la tiranía de la modernidad y sus avasalladores inconvenientes. De los avances tecnológicos, privilegiar aquellos que se integran naturalmente, sin grandes agresiones, al entorno histórico. Además, La Habana debe cuidarse, no de incrementar su potencial constructivo, pero sí de insertar en el panorama urbano elementos arquitectónicos, aunque modernos y de avanzada tecnología, intrascendentes al volver la espalda a la tradición. O sea, conservar el ritmo, el colorido y hasta el exacto contraste de luces y sombras, en su desequilibrio aparente, tan elogiado por Carpentier.

Durante la Bienal, el Centro Histórico acogió diversas muestras gráficas del trabajo realizado ya en bien de la capital cubana o propuesto para su ulterior ejecución. Destacan la "Estrategia ilustrada para el Puerto de La Habana", "Comunidad y patrimonio, la interacción como objetivo", un recuento del trabajo de rehabilitación integral en el barrio de San Isidro, "Malecón: portal de La Habana" y "Rehabilitar el Cerro: una llave para construir la ciudad", como exposiciones que dan fe de una estrategia intervencionista bien pensada, respetuosa de la identidad propia y para nada ajena al desarrollo tecnológico del mundo actual.

Cuatro grandes temas agruparon los debates teóricos: La ciudad. Historia, Cultura, Patrimonio; Intervenciones urbanas; Aproximaciones a la arquitectura de la ciudad e Intervenciones en el patrimonio construido, este último con especial énfasis en el patrimonio moderno, en ocasiones poco tomado en cuenta con miras al futuro, al exaltar como valiosas únicamente las construcciones de larga data.

Una casa, que poco a poco, en la sencillez y sobriedad de su trazado va aglutinando a otras muchas a su alrededor, como aparecen ilustrados los primeros planos de la capital de Cuba, se erigió en símbolo de la Primera Bienal Internacional de Arquitectura de La Habana. Su simbolismo y el poder que ejerce la urbe que habitamos en nosotros, fueron descritas con exactitud y economía de palabras por el arquitecto Daniel Taboada - gestor de importantes intervenciones como la del Convento de San Francisco de Asís, donde tuvieron lugar las sesiones teóricas.

Él asegura que cuando salimos a caminar, andamos arropados por algo más que nuestra vestimenta habitual. Ataviados con la piel de la ciudad, como si se tratara de nuestra propia piel, los devotos de este Puerto obligado de Las Indias, recalan en sus costas desde cualquier lugar del mundo, o se asoman desde su balcón al mar para contemplarla. Ella merece una entrega sin límites y la inteligencia suficiente como para no dejárnosla arrebatar por el tiempo, la dejadez y mucho menos por la desmemoria.



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