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La insignia
8 de octubre del 2001


El oficio de poeta


Claudio Zeiger
Radar, suplemento de Página/12. Argentina, octubre del 2001.


Tras cuatro años sin publicar, está por llegar a las librerías Valer la pena, el libro en el que Juan Gelman reúne los poemas escritos durante la búsqueda de su nieta nacida en cautiverio durante la última dictadura. De paso por Buenos Aires para presentarlo, Gelman habla con Radar de su oficio dentro y fuera de la militancia, de su defensa de Borges, su amistad con Cortázar, las ausencias dentro del boom latinoamericano, y su fama de poeta comprometido, ese "gran malentendido".


Alguna vez, Gelman confesó que siendo niño se había enamorado de una vecina, y que para conquistarla no tuvo mejor idea que enviarle unos poemas de Almafuerte como si fueran suyos. La vecina no pareció demasiado conmovida por el gesto (ni por el plagio). Lo cierto es que después del traspié amoroso, el pequeño Juan decidió que no iba a volver a confiar en poetas ajenos: empezó a escribir sus propios versos. Desde entonces, justo es decirlo, no dejó de hacerlo. Veinticuatro libros de poemas lleva escritos Gelman desde Violín y otras cuestiones, que, con el espaldarazo de Raúl González Tuñón, lo lanzaba al ruedo de arenas no siempre tranquilas de la poesía argentina, allá por los años 50.

Gelman vivió una vida signada no sólo por la poesía, sino también por la militancia política. Conoció desde adentro la izquierda argentina y fue protagonista de los grandes cambios de los años '70. A pesar del exilio y de los hechos más amargos que le tocó vivir bajo la dictadura con la desaparición de su hijo Marcelo y de su nuera Claudia, siguió escribiendo, con altibajos o grandes lapsus de silencio, hasta ahora.

Acaba de salir un nuevo libro de Gelman después de cuatro años, cuando en 1997 publicó Incompletamente y al mismo tiempo recibía el Premio Nacional de Literatura. El primero desde que en 2000, el Premio Juan Rulfo lo consagrara como uno de los máximos poetas de habla hispana. Se llama Valer la pena, título que cobra sentidos múltiples, vívidos y dolorosos, a la vez que convoca cierta felicidad, quizá la felicidad del deber cumplido. Los poemas que componen este libro fueron escritos entre 1996 y 2000, en forma simultánea a la búsqueda y la recuperación de su nieta nacida en cautiverio. En la conversación, Gelman va a ligar en forma directa esa experiencia y estos poemas, aunque sigue manteniendo celosamente el manto de confidencialidad sobre la recuperación de su nieta.

Y sigue buscando captar algo de la materia inasible del lenguaje poético, dice. A pesar de sostener, también con empecinamiento, que la poesía es más una fuente de insatisfacción que otra cosa. O que nunca se llega a atrapar a fondo la esencia de lo poético, único motivo, tal vez, para seguir intentándolo. Con la poesía como musa y medium, Gelman recorre aquí algunos triunfos parciales, algunos malentendidos y algunas batallas que libró a lo largo de su vida junto a la poesía, esa dama esquiva. Los poemas de Valer la pena aparecen fechados entre 1996 y 2000.


-¿Responde a alguna idea de unidad o son la acumulación de lo escrito durante esos años?

-Lo que después puede terminar en un libro o no es resultado de una obsesión que te lleva a escribir y que no sabés en realidad bien cuál es. El libro se acaba cuando se acaba la obsesión. Cesare Pavese, en El oficio de poeta, explicaba que la obsesión empieza en un punto muy alto, mientras que la expresión se encuentra en el punto más bajo. Si uno hiciera un gráfico, a medida que sube el nivel de expresión baja el nivel de obsesión, hasta que ambas se encuentran, se cruzan y entonces creo que es cuando se escriben los poemas más felices. Pero la expresión es algo que se va perfeccionando con el tiempo, y entonces hay que parar un poco, porque al tener el dominio de una forma expresiva se va dando una facilidad que lleva a la maquinita de hacer poesía. Los poemas que reuní en este libro son efectivamente poemas escritos durante varios años. Es curioso que el tono se haya mantenido a pesar de las interrupciones que se produjeron en el ínterin por la búsqueda y el encuentro de mi nieta. Fue una escritura con sobresaltos, con interrupciones. En la búsqueda, uno de pronto tenía la cabeza, el corazón, la sangre puestos en otro lugar. Lo que me llama la atención de Valer la pena es la persistencia de ese tono, de esa obsesión, quizás alimentada por la propia búsqueda, que significó una enorme inversión psíquica y afectiva, sobre todo en el seguimiento de la pista que se pudo hacer gracias a la investigación que realizó mi mujer, Mara La Madrid, que no es la madre de mis hijos, pero que como me dijo más de una vez, participó en esto desde su lugar de ciudadanaargentina. Ella no es familiar directa de ningún desaparecido, ni de mi hijo, pero hay un tema de responsabilidad civil que la movió a hacerlo.

-También, supongo, que lo hizo por amor a usted.

-Yo supongo lo mismo. Pero no necesariamente ese amor podría haberla motivado. Nosotros veníamos investigando desde hace años, lo que pasa es que encontrábamos pistas que se agotaban, hasta que decidimos que el modo de dar con quien resultó ser mi nieta era tratar de averiguar todo lo posible sobre el destino de la madre, es decir, de mi nuera, Claudia, y por ese camino, a pesar de todas las dificultades, la cosa se resolvió bien. Pero resultó ser un gran sacudón. Esta búsqueda, en fin, removió todo. A pesar de eso, un poco milagrosamente, el tono de estos poemas se mantuvo. A pesar de las interrupciones y de los meses sin escribir.

-¿Sigue sosteniendo su divisa de "escribir mucho, corregir poco y tirar mucho"?

-En realidad ningún poema se termina nunca. Como decía Octavio Paz, en realidad el poema no se termina sino que se abandona. La corrección es lícita y necesaria. Yo solía escribir todas las noches, desechaba lo que no me parecía bien, sobre todo cuando veía que asomaba la maquinita de la poesía. En general he escrito series de poemas que se convirtieron en libros o no pero en el término de unos dos o tres meses. Con Valer la pena es la primera vez que tardo tantos años en terminar un libro. Y bueno, con respecto a la tercera parte de la consigna, soy claro. Tirar significa eso: tirar a la basura. Pero no hay arrepentimiento.

-¿Por qué el título, Valer la pena?

-Creo que hay por lo menos un doble sentido. Primero, obviamente, el uso corriente de la expresión, algo vale la pena o no. El otro sentido es el de valer lo que vale la pena. No sé si se entiende. De alguna manera, es estar a la altura de la pena. Y merecerla. Algo que no puede quedarse en el mero dolor.

-Gran parte de su público seguramente no dudaría en calificarlo como un "poeta comprometido". Pero la verdad es que pocos poemas suyos son deliberadamente políticos o testimoniales. ¿Ha sido víctima de esa fama?

-En principio me hace acordar lo que decía Baudelaire, de que el mundo funciona sobre la base de un gran malentendido, así que uno más ¿qué le hace al tigre? Me parece que el único tema de la poesía es la poesía y que en consecuencia puede hablar de todo, de política, de revolución, de huelgas, amor, abandonos, mientras sea poesía. Sí creo que hay un tema serio que es el de la historia. Como decía Goethe: toda poesía es de circunstancia, y de otra manera lo decía Paul Eluard. Cuando se produce la guerra de Corea en los años 50, él era miembro del Partido Comunista, y no había poeta del partido que no hubiera escrito su poema sobre la guerra. Él no. Y cuando le preguntaron por qué, dijo que escribía un poema político cuando la circunstancia exterior coincidía con las circunstancias del corazón.

-¿Cómo fue su formación literaria?

-Creo que lo que más ayuda a comprender la poesía es leer a los grandes poetas. En la juventud suelen darse afinidades entre algunos amigos que escriben, que se muestran lo que escriben, y que de pronto sacan una revista. Todo eso estimula. Pero descreo de las escuelas poéticas. Se suele hablar de la generación del 60 cuando en ese momento surgieron una enorme cantidad y variedad de poetas que jamás escribieron poesía política o social. Fui muy amigo de Raúl González Tuñón y más de una vez me sorprendió cuando daba su versión sobre la vieja oposición entre Florida y Boedo. Él se frecuentaba con los de Florida, aunque adscribía a Boedo. Y no te voy a decir ciertas opiniones que él tenía sobre algunos escritores de Boedo porque está muerto y no corresponde.

-¿Pudo congeniar la poesía con la política en los años de militancia o eran dos mundos destinados a chocar?

-Creo que no hay respuestas absolutas a este conflicto. Por hablar sobre casos concretos, Francisco Urondo en los años en que él estaba en laorganización guerrillera y tuvo responsabilidades políticas, pudo escribir. Cuando a Rodolfo Walsh lo mataron estaba escribiendo cuentos. Con respecto a todas esas discusiones sobre si la novela era burguesa y por lo tanto no había que escribirlas, bueno, yo recuerdo que Walsh tampoco escribió una novela cuando era un ciudadano común, y Borges tampoco hizo una novela, y no estuvo en la guerrilla. No creo que las cosas pasen por ahí. Perdón por la repetición, pero insisto en la necesidad de que una circunstancia exterior se relacione con una circunstancia íntima, ya sea la revolución, un amor desgraciado o la suegra que te cagó la vida. Cuando se relaciona con algo que está en vos, nace la obsesión que lleva a escribir.

-¿Cómo vivió los años del boom latinoamericano?

-Lo viví como algo ajeno. Hay que decir que el boom de la poesía latinoamericana fue anterior, relacionado con Neruda y Vallejo entre otros poetas, pero sin acompañamiento bombástico. No pongo en tela de juicio la calidad de narradores como Carlos Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa o Donoso, pero también uno se pregunta por qué no figuró Onetti entre los del boom. Un fenómeno peculiar, las presencias y las ausencias del boom.

-¿Qué recuerdos guarda de Cortázar?

-Con Cortázar fuimos muy amigos, así que básicamente guardo los recuerdos de una amistad. Nos habíamos conocido en Argentina, y lo volví a encontrar en París, donde él ya estaba viviendo, durante los años del exilio. Era un hombre muy modesto, muy humilde. Y también recuerdo su sentido del humor, muy peculiar. Yo vivía en una callecita que se llamaba Edgar Poe, un pasaje de una cuadra, pero el nombre de la calle en realidad estaba pintado en la pared. Finalmente, una vez la municipalidad de París puso una placa. Decía entonces "Edgar Alan Poe", y abajo metieron la pata, porque le pusieron "escritor inglés". Cuando se lo conté a Cortázar me propuso ir a la avenida Voltaire y ponerle abajo: "escritor canadiense". Lo gracioso es que después Osvaldo Soriano publicó esta anécdota, y hay que reconocer que a los tres meses cambiaron la chapa.

-¿Mantuvo esas relaciones tensas con Borges que caracterizaban a los escritores de izquierda?

-No tuve una relación de amistad y nos vimos una sola vez por razones profesionales, pero yo lo leía, y además lo defendía. Es la misma confusión pero al revés. Creo que las relaciones entre las posiciones políticas, la ideología de un escritor y lo que hace, digamos, su obra, son siempre muy complejas. Balzac se declaraba monárquico, y sin embargo los personajes más simpáticos de sus novelas son los republicanos. Las opiniones políticas son una parte de la subjetividad de cualquiera. Céline, el autor de Viaje al fin de la noche, era un fascista, no había mucha vuelta que darle, y había escrito unos panfletos claramente antisemitas. Unos compañeros que estaban presos me contaron años después que uno de ellos tenía ese libro y le gustaba mucho, pero había otro que le cuestionaba. ¿Cómo podía leer a un autor fascista? Un buen día le sacó las tapas del libro, recortó otra tapa, se la pegó y le dio el libro a leer. Al otro le encantó, así que cuando supo la verdad se llevó una verdadera sorpresa. Bueno, en mis épocas en el Partido Comunista tuve muchas discusiones sobre Borges porque no podían aceptar que un reaccionario fuera a la vez un gran autor. En realidad, no era reaccionario sino conservador. Y decía unos disparates políticos extraordinarios, para qué negarlo. Creo que entre el Borges que se dejaba condecorar por Pinochet y su literatura, alguna relación existe. Eso es lo complicado de imaginar, como imaginar la relación entre Viaje al fin de la noche y el fascismo. Pero finalmente la literatura abre a mundos que no se reducen jamás a una posición política.

-Usted también se formó en una cultura de izquierda que valoraba mucho lo intelectual y lo artístico, algo que parece haberse perdido definitivamente.

-Hubo gente realmente muy valiosa en esa izquierda. Te mencionaba antes a Raúl González Tuñón, pero él era un verdadero iconoclasta dentro del Partido Comunista. También estaba Juan L. Ortiz, que vivía apartado en su provincia, en la ciudad de Paraná y hacía lo que su conciencia política le dictaba. Era muy conmovedor verlo repartir la prensa clandestina del Partido, Nuestra Palabra, en su bicicleta. A la vez era una persona de una gran formación y sensibilidad. El aparato burocrático era esterilizante, pero eso no significaba que mucha gente se dejara esterilizar. Hubo grandes escritores y artistas que se terminaban yendo. En los años 50 y 60 se dio el fenómeno del éxodo periódico de estudiantes. Era común en esa época decir que eran más lo que habían estado que los que estaban.

-¿Pensó alguna vez que no iba a escribir más?

-Pasé años sin escribir, porque creo que la escritura de la poesía es el producto de una necesidad. Ha habido cortes bruscos en mi vida. El exilio fue uno de ellos, pero siempre volvió la necesidad de escribir. Cuando cierro una etapa, como hice con este libro, no sé si voy a volver a escribir.

-Algunos de los títulos de sus libros son bastante elocuentes al respecto: Interrupciones, Incompletamente...

-Acá lo complicado del asunto es que cada cosa que hacés pone en tela de juicio todo lo que hiciste antes. Si seguís escribiendo es porque lo anterior no te satisface para nada, no conseguiste lo que estás buscando. Juan Rulfo, por ejemplo, escribió un par de libros y ya no volvió a hacerlo. Y la verdad es que según él mismo confiaba, no tenía más que decir. Claro que lo hinchaban tanto que fingió que estaba escribiendo una novela nueva y hasta llegó a publicar un adelanto de esa novela que sabía que no iba a escribir nunca. Con la poesía uno no se puede dar el lujo de ponerse ansioso. Se produce o no se produce. Algunos van a cesar por abandono, otros porque ya no tienen nada que decir. Podés cansarte. La verdad es que agarrar a esta señora es un asunto bien difícil.



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