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La insignia
3 de octubre del 2001


30 años sin Bola de Nieve


Agustín Sánchez González
La Jornada. México, 2 de octubre.


Hay hombres que nacen con un don y que lo desarrollan de manera extraordinaria para beneplácito del resto del mundo. Uno de los cantantes más maravillosos que han existido es Ignacio Villa y Fernández, mejor conocido como Bola de Nieve, gran artista que nació en Guanabacoa, el 11 de septiembre de 1911, y que este 2 de octubre cumple 30 años de haber desaparecido físicamente.

Bola de Nieve nos dejó y le tocó morir en la ciudad de México -sitio que amaba- justo pocos días después de cumplir 60 años.

Fue hijo de un cocinero y de una "negra, cuentera, organizadora de bailes y capaz de bailar la mejor rumba de cajón o el 'toque' de Yemayá", dice Raúl Martínez en un reportaje en la revista Cuba Internacional, de la que hemos tomado muchos de los datos que enunciamos más adelante.

Su abuelo era un mayombero (brujo negro), ñañigo, sabio en las yerbas y capataz en los muelles del puerto de La Habana. De esta forma, Bola creció en medio de los congos, carabalfes, comparsas de diablitos y salidas de cabildos en las calles de Guanabacoa en Día de Reyes.

Otro personaje importante en la vida de Bola fue su tía abuela Tomasa, Mamaquica, quien lo motivó y alentó al estudio de la música.

Precisamente en esa ciudad vivió uno de los santeros más importantes de Cuba: Arcadio, cuya estatua de cera se encuentra en el Museo de Santería de Guanabacoa donde, por cierto, se exhibe un traje de Bola.

Así, el cubano estuvo inmerso en la magia de la santería, los babalaos (sumos sacerdotes), la música y danzas bembé. De ahí se puede entender la magia que se vive al escucharlo cantar obras de su inspiración como: Drumi mobila, Carlota te morí, Manda conmigo papé; o de autores como Eliseo Grenet: Yambambó, Drume negrita; o de Nicolás Guillén: Vito Manue, entre otros.

Cada pieza interpretada por Bola es una delicia; canciones magistrales de distintos autores a las que imponía su estilo; lo mismo interpretaba boleros tradicionales de María Greever, José Sabré Marroquín, Mario Ruiz Armengol, Adolfo Guzmán o Vicente Garrido, que autores contemporáneos como John Lennon, de quien grabó Es tan difícil. Pero también puso su piano y voz en versiones de temas españoles, catalanes, italianos, estadunidenses o peruanos (su Flor de la Canela, de Chabuca Granda, es única).

Ignacio Villa y Fernández comenzó su trayectoria en México en el Politeama, en 1933, sitio donde acompañaba con su piano a la hoy casi olvidada estrella también cubana: Rita Montaner. Fue ella quien lo bautizó como Bola de Nieve, pues le parecía graciosa la cabeza rapada y tan negra del músico.

En nuestro país actuó al lado de las grandes estrellas de la época: Agustín Lara, María Greever y Guty Cárdenas. Bola decía que México era su otra patria. Poco después se incorporó a la compañía de otro grande: Ernesto Lecuona.

En 1948 se presentó en el Carnegie Hall de Nueva York y el New York Times lo comparó con grandes estrellas como Maurice Chevalier y Nat King Cole. La lista de estrellas con quien compartió es grande y lo mismo los lugares donde se presentó. Bola de Nieve se quedó con la Revolución, pudo irse como otras estrellas, pero optó por la nueva opción de vida que se presentaba en Cuba.

Fue en su segunda patria donde ocurrió su sorpresiva muerte, una verdadera pérdida nacional; el poeta Nicolás Guillén dijo que con Bola desaparecía una de las figuras artísticas de raíces hondamente cubanas. Ello ocurrió hace 30 años, pero como dice la canción de Vicente Garrido, Una semana sin ti, que interpretaba Bola: "Pero a veces quisiera volver a sentirte tan lejos, porque nunca te tuve tan cerca de mí".



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