La insignia
4 de marzo del 2001


El zumbayllu


José María Arguedas
Letras peruanas, nº 1. Perú, junio de 1951.


La terminación quechua illu es una onomatopeya. Illu representa en una de sus formas la música que producen las pequeñas alas en vuele; música inexplicable que surge del movimiento de objetos leves. Esta voz tiene semejanza con otra más Importante: Ulla Illa nombra a cierta especie de luz y a los monstruos que nacieron heridos por los rayos de la luna. Illa es un niño de dos cabezas o un becerro que nace decapitado; o un peñasco gigante, todo negro y lúcido, cuya superficie apareciera cruzada por una vena ancha de roca blanca, de opaca luz; es también illa una mazorca cuyas hileras de maíz se entrecruzan o forman remolinos; son illas los toros míticos que habitan el fondo de los lagos solitarios, de las altas lagunas rodeadas de totora, pobladas de patos negros. Todos los illas causan el bien o el mal, pero siempre en grado sumo. Tocar un illa, y morir o alcanzar la resurrección, es posible. Esta voz illa tiene algún, parentesco fonético y una interna comunidad de sentido con la terminación Illu.

Se llama tankayllu al tábano zumbador a inofensivo que vuela en el campo libando flores. El tankayllu. aparece en Abril pero en los campos regados se le puede ver en otros días del año. Agita sus alas con una velocidad, alocada, para elevar su pesado cuerpo, su vientre excesivo. Los niños lo persiguen y le dan caza. Su alargado y oscuro cuerpo termina. en una especie de aguijón que no sólo es inofensivo sino dulce. Los niños lo dan caza para beber la miel en que está untado ese falso aguijón. Al tankayllu no se lo puede dar caza fácilmente, pues vuela alto, buscando la flor de los arbustos. Su color es raro, tabaco oscuro; en el, vientre lleva unas rayas brillantes; y como el ruido de sus alas es intenso, demasiado fuerte para su pequeña figura, los indios creen que el tankayllu tiene en el cuerpo algo más que su sóla vida. ¿Por qué tiene miel en el tapón del vientre? ¿Por qué sus pequeñas y endebles alas mueven el viento hasta agitarlo y cambiarlo? ¿Cómo es que el aire sopla sobre el rostro de quien lo mira cuando pasa el tankayllu? Su pequeño cuerpo no puede darla tanto aliento. El remueve el aire, zumba como un ser grande; su cuerpo afelpado desaparece en la luz, elevándose perpendicularmente. No, no es un ser malvado; los niños que beben su miel sienten el corazón durante toda la vida como el roce de un tibio aliento que los protege contra el rencor y la melancolía. Pero los indios no consideran al tankayllu una criatura de Dios como todos los Insectos comunes; temen que sea un réprobo. Alguna vez los misioneros debieron predicar contra él y otros seres privilegiados. En el Departamento de Ayacucho hubo un danzante de tijeras que ya se ha hecho legendario. tal, 16 en las plazas de los pueblos durante las grandes fiestas; hizo proezas Infernales en las vísperas de los días santos; tragaba trozos de acero, se atravesaba el cuerpo con agujas y garfios; caminaba alrededor de los atrios con tres barretas entre los dientes; ese dansak' se llamó "Tankayllu". Su traje era de piel de cóndor ornado de espejos.

Pinkuyllu es el nombre de la quena gigante que tocan los indios del sur durante, las fiestas comunales. El pinkuyllu no se toca jamás en las fiestas de los hogares. Es un instrumento épico. No lo fabrican de caña común ni de carrizo, ni siquiera de mamak, caña selvática de grosor extraordinario y dos veces más larga que la caña brava. El hueco del mámak, es oscuro y profundo. En las regiones donde no existe el sauco blando los indios fabrican pínkuyllos menores de mámak; pero no se atreven a dar al Instrumento el nombre de pinkuyllos, le llaman simplemente mámak', para diferenciarlo de la quena familiar. Mámak quiere decir la madre, la germinadora, la que da origen; es un nombre mágico. Pero no, hay caña que pueda servir de materia para un pinkuiylln; el hombre tiene que fabricarlo por sí mismo. Construye un mámak más profundo y grave; como nace mes ni aún en la selva. Una gran caña curva. Extrae el corazón de las ramas del sauco, luego lo curvan al sol y los ajustan con nervios de toro. Yo es posible ver directamente la luz, que entra por el hueco del-extremo inferior del sauco vacío, sólo se distingue una penumbra que brota de la curva, un blando resplandor, como el del horizonte en que ha. caldo el sol.

El fabricante de pinkuyllus abre los huecos del instrumento dejando aparentemente distancias excesivas entre uno y otro. Los primeros huecos deben ser cubiertos por el pulgar y el índice, o el anular, abriendo la mano izquierda en toda su extensión. Los otros tres por el índice, y el anular y el meñique de la mano derecha, con los dedos muy abiertos. Los indios de brazos cortos no pueden tocar el Pinkuyllu. El instrumento es tan largo que el hombre mediano que pretende servirse de él tiene que estirar el cuello y levantar la cabeza como para, mirar el cenit. Lo tocan en tropas, acompañándose de tambores; en las plazas, el campo abierto o en los corrales y patios de las casas, no en el interior de las habitaciones. Y las mujeres deben cantar.

Sólo la voz de los wak´rapukus es más grave y poderosa que la de los pinkuyllus. Pero en las regiones donde aparece el wak' rapuku ya no se conoce el pinkuyllu. Los. dos sirven al hombre en trances semejantes. El wak´rapuku e una corneta, hecha de cuernos de toro, de los cuernos más gruesos y retorcidos. Lo ponen boquilla de plata 0 do bronce. Su túnel sinuoso y húmedo es más impenetrable y oscuro que el del pinkuyllu; y como él exige una selección entre los hombres que pueden tocarlo. En el pinkuyllu y el wak´rapuku se tocan sólo canciones y danzas épicas. Los indios. borrachos llegan a enfurecerse cantando las danzas guerreras antiguas; y mientras otros cantan y tocan, algunos se golpean ciegamente; se sangran, y lloran después, frente a la sombra de las altas montañas, cerca de, los abismos; o frente a. los lagos fríos, Y la estepa apenas cubierta de gramíneas duras cuyas flores grises se mueven con el viento.

Durante las fiestas religiosas no se oye el pinkuyllu ni el wak´rapuku. ¿Prohibirían los misioneros que -los indios tocaran en los templos, en los atrios o junto a, los troncos de las procesiones católicas estos instrumentos de voz tan grave y oscura? Tocan el pinkuyllu y el wa'rapuku en el acto de la renovación de las autoridades de la comunidad, en las feroces luchas de los jóvenes durante los días del carnaval, para la hierra del ganado, en las sangrientas corridas de toros. La voz del pinkuyllu o del wak'rapuku los ofusca, los exalta, desata sus fuerzas; desafían a la muerte mientras lo oyen. Van contra los toros salvajes cantando y maldiciendo; abren caminos extensos o túneles en las rocas; danzan sin descanso sin percibir el cambio de la luz de tiempo. El pinkuyllu y el wak'rapuku marca el ritmo; los hurga y alimenta; ninguna elemento llega más hondo en el corazón humano.

La terminación illu significa la propagación de esta clase de música, y la palabra illa nombra la propagación de la luz astral nocturna. Como la música que nombra yllu, ylla denomina la luz que causa efectos trastornadores en los seres. Ambas palabras son voces de una vastedad ¡limitada; nombran y explican. Pinkullu no sólo nombra al instrumento, define los efectos que causa y el origen de su poder; tankayllu no es únicamente el nombre del pequeño insecto volador, sino que contiene una explicación suficiente de las causas de la naturaleza rara del insecto, de su misteriosa figura y costumbres, de la música de sus alas, de la mágica virtud de la miel que lleva en el aguijón. Y killa no sólo nombra a la luna, contiene toda la esencia del astro, su relación con el mundo y con el ser humano, su hermosura, su cambiante aparición en el cielo.

Yllariy es el nombre del amanecer; de la luz que brota al término de la noche. Illa no nombra la fija luz, la esplendente y sobrehumana luz solar. Denomina la luz menor sobre la que puede meditar el hombre primario; nombra el claror el relámpago, el rayo, toda luz vibrante. Estas especies de luz no totalmente divinas con las que el hombre ingenuo cree tener profundas relaciones, entre su sangre y la materia fulgurante.


iZumbayllu! En el mes de Mayo trajo Antero el primer zumbayllu al Colegio. Los alumnos pequeños lo rodearon.

-¡Vamos al patio Antero!

-¡Al patio, hermanos! ¡Hermanitos!

Palacios corrió entre los primeros. Saltaron el terraplén y subieron al campo de polvo. Iban gritando:

-iZumbayllu zumbayllu!

Yo los seguí ansiosamente.

¿Qué podía ser el zumbayllu? ¿Qué podía nombrar esta palabra cuya terminación me recordaba misteriosos objetos? El humilde Palacios había corrido casi encabezando todo el grupo de muchachos que fueron a ver el zumbayllu; había dado un gran salto para llegar primero al campo de recreo. Y estaba allí mirando las manos de Antero, con una alegría que daba a su rostro el esplendor que no tuvo antes. Su expresión era muy semejante a la de los escolares indios que juegan a la sombra de -los molles en los caminos que unen las chozas lejanas y las aldeas. El propio ¨añuco", el engreído, el arrugado y pálido "Añuco", miraba a Antero desde un extremo del grupo; en su cara amarilla, en su rostro agrio, erguido sobre el cuello delgado, de nervios tan filudos y tensos, había una especie de tierna ansiedad. Parecía un ángel nuevo, recién convertido.

Yo recordaba al gran "Tankayllu", al danzarín cubierto de espejos, bailando a grandes saltos en el atrio de la iglesia. Recordaba también al verdadero tankayllu, al insecto volador que perseguíamos entra los arbustos floridos de Abril y Mayo. Pensaba en los blancos pinkuyllus que había oído tocar en los pueblos del sur. Los pinkuyllus traían a la memoria la voz de los wak'rapukus. ¡Cómo la voz de los pinkuyllus y wak'rapukus es semejante al extenso mugido con que los toros encelados se desafían a través de los montes y los ríos!

Yo no pude ver el pequeño trompo ni la forma. cómo Antero lo encordelaba. Me dejaron entre los últimos, cerca del ¨Añuco¨. Ví que Antero, en el centro del grupo, daba una especie de golpe con el brazo derecho. Luego escuché un canto delgado.

Era aún temprano; las paredes del patio daban mucha sombra; el sol encendía la cal de los muros, por el lado del poniente. El aire de las quebradas profundas y el sol cálido no son propicios a la difusión de los sonidos; apagan el canto de las aves, lo absorben; en cambio hay bosques que permiten estar siempre cerca de los pájaros que cantan. En los campos templados o fríos, la voz humana o la de las aves es llevada por el viento a grandes distancias. Sin embargo, en ese campo de polvo del Colegio, bajo el sol denso, el canto del zumbayllu se propagó con una claridad extraña; parecía tener un agudo filo. Todo el aire debía estar henchido de esa voz delgada; y toda la tierra, ese piso arenoso del que parecía brotar.

- ¡Zumbayllu zumbayllul

Repetí muchas veces el nombre mientras oía el zumbido del trompo. Era como un coro de grandes tankayllus fijos en un sitio, prisioneros sobre el polvo. Y causaba alegría repetir la palabra, tan semejante al nombre de' los dulces insectos que desaparecían cantando en la luz.

Hice un gran esfuerzo; empujé a otros alumnos más grandes que yo y pude llegar al círculo que rodeaba a Antero. Tenía en las manos un pequeño trompo. La esfera estaba hecha de un coco, de tienda, de esos pequeñísimos cocos grises que vienen enlatados; la púa era grande y delgada. Cuatro huecos redondos, a manera de ojos, tenía la esfera. Antero encordeló el trompo lentamente con una cuerda delgada; le dió muchas vueltas envolviendo la púa desde su extremo afilado; luego lo arrojó. El trompo se detuvo un instante en el aire y cayó después en un extremo del círculo formado por los alumnos, donde había sol. Sobre la arena brillante su larga púa trazó líneas redondas, se revolvió lanzando ráfaga de aire por sus cuatro ojos. Vibró como un gran insecto cantador, luego se inclinó volcándose sobre el eje. Una gris anteolaba su cabeza giradora, un círculo negro lo partía por el centro de la esfera. Y su agudo canto brotaba de esa faja oscura. Eran los ojos del trompo, los cuatro ojos grandes que se hundían como en un líquido en !a dura esfera. El polvo más fino se levantaba, en círculo envolviendo, al pequeño trompo.

El canto del zumbayllu se internaba en el oído; avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos.

Miré el rostro de Antero. Ningún niña contempla un juguete de ese modo. ¿Qué semejanza había, qué corriente, entre el mundo de los valles profundos y el cuerpo, de ese pequeño juguete móvil, casi proteico que escarbaba cantando la arena en la que el sol parecía disuelto?

Antero tenía cabellos rubios, su cabeza parecía arder en los días de gran sol. La piel de su rostro era también dorada; pero tenía muchos lunares en la frente. "Candela" le llamaban sus condiscípulos; otros lo decían en quechua "Markask'a", ¨El Marcado", a causa de sus lunares. Antero miraba el zumbayllu con un detenimiento contagioso. Mientras bailaba el trompo todos guardaban silencio. Así atento, agachado, con el rostro afilado, la nariz delgada y alta, Antero parecía asomarse desde otro espacio. De pronto, Lleras gritó, cuando aún no había caído el trompo:

-¡Fuera akatank'as (escarabajos)! ¡Mirando esa brujería del Candela"! ¡Fuera zorrinos!

Nadie le hizo caso. Ni siquiera el ¨Añuco´. Seguimos oyendo al zumbayllu.

-¡Zorrinos, zorrinos! ¡Pobre s k'echas (meones)¡ amonestaba Lleras con voz casi indiferente.

El zumbayllu. se inclinó hasta rozar el suelo; apenas tocó el polvo, la esfera rodó en línea curva y se detuvo.

-¡Véndemelo! -le grité a Antero- ¡Véndemelo!

Antes de que nadie pudiera impedírmelo me lancé al suelo y agarré el trompo. La púa era larga, de madera amarilla. Esa púa, y los ojos, abiertos con clavo ardiendo, de bordes negros que aún olían a carbón, daban al trompo un aspecto irreal. Para mi era un ser nuevo, una aparición en el mundo hostil, un lazo que me unía a ese patio odiado, a ese valle doliente, al Colegio. Contemplé detenidamente el juguete mientras los otros chicos me rodeaban sorprendidos.

-¡No le vendas al foráneo! - pidió en voz alta el "Añuco".

-¡No le vendas a ése! - dijo otro.

-¡No le vendas! - exclamó con voz de mando, Lleras.

-No le vendas, he dicho!

Lleras se abrió paso a empujones y se paró frente a Antero. Le miré a los ojos. Yo sé odiar profundamente, con pasajero pero fulgente odio. En los ojos de Lleras había una especie de mina de poco fondo, sucia y densa.

¿Alguien había detenido el relámpago turbio de esos ojos? ¿Algún pequeño había permanecido quieto delante de él, mirándolo con odio creciente, arrollador de todo otro sentimiento?

-Te lo vendo, forastero. ¡Te lo regalo, te lo regalo! - exclamó Antero, cuando aún los ojos de Lleras se estrellaban contra los míos.

Abracé al "Markask'a", mientras los otros hacían bulla, como si aplaudieran.

-Deja a los k'echas, campeón - habló el "Añuco" con cierta dulzura.

-¡Regalo éstos también! - dijo Antero. Y echó al aire varios zumbayllus.

Los chicos pelearon alegremente por apoderarse de los trompos. Lleras y "Añuco" se fueron al patio de honor.

Los dueños de los otros zumbayllus improvisaron cordeles; reunidos en pequeños grupos empezaron a hacer bailar sus trompos.

Se oía la voz de algunos zumbayllus. Desde los extremos del patio llegaba el zumbido leve y penetrante. Era como si hubieran venido desde algún bosque de arbustos floridos una tropa pequeña de insectos cantadores, que extraviados en el patio seco se levantaran y cayeran en el polvo.

Rogué a Antero que lanzara su trompo. Junto a nosotros se volvió a reunir el grupo más numeroso de alumnos. Nadie hacia bailar el trompo durante más tiempo ni con la intensidad que Antero. Sus dedos envolvían al trompo como a un gran insecto impaciente. Cuando tiraba de la cuerda, la gris esfera se elevaba hasta la altura de nuestros ojos y caía lentamente.

Ahora tú -me dijo- Ya has visto cómo lo hago bailar.

Yo tenía la seguridad de que encordelaría bien el zumbayllu y que lo lanzaría como era debido. Estaba impaciente y temeroso. Agarré el trompo y empecé a envolverle la cuerda. Ajustaba el cordel en la púa, ciñéndo las vueltas lentamente y tirando fuerte. Aseguré. el rompo entre mis dedos, en la mano izquierda; saqué el extremo de la cuerda por el arco que formaban el índice y el anular, como lo había visto hacer al "Candela".

-¡Pretensión del foráneo!

-Elforasterito!

-¡El zonzo!

Empezaron a gritar los abanquinos.

-Este juego no es para cualquier forastero.

Pero Antero que me había estado observando atentamente, exclamó:

-¡Ya está! ¡Ya está, hermano!

Tiré de la cuerda con los ojos cerrados. Sentí que el zumbayllu giraba en la palma de mi mano. Abrí los dedos cuando todo el cordel se desenrrolló. El zumbayUu saltó silbando en el aire; los alumnos que estaban de pie se echaron atrás ; le dieron campo para que cayera al suelo. Cuando lo estuve contemplando, ante el silencio de los otros chicos, tocaron la campana anunciando el fin del recreo. Huyeron casi todos los alumnos del grupo. Sólo quedaron dos o tres, ante quíenes Antero me felicitó solemnemente.

-¡Casualidad! - dijeron los otros.

-¡Zumbayllero de nacimiento! - afirmó el "Candela" - ¡Como yo, zumbayllero!

La base de sus cabellos era casi negra, semejante a la vellosidad de ciertas arañas que atraviesan lentamente las caminos después de las lluvias torrenciales. Entre el color de la raíz de sus cabellos y sus lunares había una especie de indefinible pero clara identidad, Y sus ojos parecían de color negro a causa del mismo inexplicable misterio de su sangre.

Hasta aquella mañana de los zumbayllus Antero habla sido notable únicamente por el extraño color de sus cabellos y por sus grandes lunares negros. El apodo lo singularizó pero lo quitó toda importancia a la rareza de su rostro. "Es el Candela, el Markask'a", me dijeron cuando pregunté por él. Ambos sobrenombres lo definían y absorbían al mismo tiempo. No me preocupé por él. Era mayor que yo y estudiaba en el primer año de media; me adelantaba en dos grados. En su clase no se distinguía ni por bueno ni por malo. No tenía amigos íntimos y era discreto. Sin embargo, algún poder tenía; alguna autoridad innata, cuando sus compañeros no lo convirtieron en el "punto" de la clase, es decir, en el hazmerreír, en él manso, o el raro, el predilecto de las bromas. A otro lo habrían amansado y aprovechado. A él sólo lo pusieron un apodo que no lo repetían ni con exceso ni en son de burla. Salía solo del Colegio y del salón de clases. Su cabeza atraía la atención de los recién llegados. En el Colegio, durante, los recreos, se paraba apoyándose en las columnas de los corredores, miraba jugar y a veces intervenía, pero no en los juegos crueles.


(*) Fragmento inédito del capítulo sexto de la novela "Los ríos profundos".



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