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La insignia
13 de junio del 2001


Edith Södergran: una poetisa escandinava


Rocío Silva Santisteban


La herida de las mujeres fuertes es el origen de su poder: desde la carne viva emanan los rayos de su misterio. Así lo entendió Edith Södergran (1892-1923), rubia y tuberculosa, poeta, fotógrafa de gatos y paisajes invernales, cuando escribió uno de los versos más rotundos de la poesía vanguardista: "Yo sé, yo sé que venceré... el misterio yace en el cuerpo de la fuerte cuando, cegado por el alcohol, pasa a la acción". La acción, para esta campesina convertida en dama y luego en víctima, es el sacrificio del poeta.

Södergran murió en la pobreza, víctima de la misma enfermedad que mató a su padre, aquella que la había condenado a una vida de reposo en su dacha de Raviola, aunque siempre enterada de los acontecimientos literarios del mundo europeo.

Edith fue criada como una dama rusa, en el colegio alemán de San Petersburgo, donde aprende diversos idiomas (alemán, ruso, inglés, francés) que luego desdeña para terminar escribiendo en la lengua de su madre: el sueco. Por esa extraña simbiosis que suele formarse entre las hijas únicas y sus únicas madres, Edith acompañada de Helena Hoolmros, su mamá, deambuló por sanatorios europeos buscando el ansiado aire transparente que le permitiese mejorar. Es en ellos donde descubre su portentoso talento para las palabras y los sonidos.

Llegó a pasar incluso una larga temporada en el sanatorio Davos Dorf, de Suiza, escenario de "La Montaña Mágica" de Thomas Mann. Al parecer el lugar fue propiciatorio para todo tipo de causas pasionales, y es allí donde se enamora de su médico, Ludwig von Muralt, un hombre de cincuenta años, equilibrado y fuerte, pero casado. Edith, de apenas 21 años, logra sacarlo de sus casillas con las horribles fotos que le toma a su esposa, y que le envía como travesura tras hurtarle sus propios guantes, que esconde bajo la almohada para aspirar el olor del cigarrillo. "Una vez amé a un hombre que en nada creía.../ En un frío día llegó él con los ojos vacíos/ en un pesado día partió con el olvido en la frente..." Tras abandonar el sanatorio, en vísperas de la I Guerra Mundial, no lo volvería a ver: él también se contagia de tuberculosis y muere en 1917.

Es en 1916 que Edith le envía sus poemas al crítico de literatura de Helsinki Arvid Mörne, quien se los devuelve con estupendos comentarios. Con este empujón se lanza al ruedo y trabaja un libro que envía a la editorial Holger Schildt, con una nota que decía: "si me devuelve el poemario, lo consideraré como una muestra de gran enemistad de su parte". Logra convencerlos y el libro sale a la luz ese mismo año bajo el escueto título de "Dikter" (Poemas).

Se produjo entonces el escándalo. Los poemas, cuyo texto emblemático fue sin duda Virgen Moderna que comenzaba con "No soy mujer. Soy un neutro...", causaron un profundo malestar en los círculos literarios de Finlandia, por la ruptura con las formas clásicas (métrica y rima), pero sobre todo, por los temas y las imágenes ("Dios es el alma inmaculada de lo invisible y el cuerpo ya descompuesto de lo que aún no se ha pensado..."). Pero felizmente en Helsinki la crítica se divide, la apoyan poetas y escritores de visión futurista, la desdeñan los pacatos tradicionales. Un año después publica su segundo libro acompañado de una carta, una especie de confesión en la que explica sus ideas estéticas, y que termina con una frase que fue mal interpretada: "Mi confianza reside en el hecho de que he descubierto mis dimensiones. No es propio de mí el hacerme menos de lo que soy [...] No puedo ayudar a los que no sienten que es la sangre del futuro la que corre por estos poemas".

Es a partir de este momento en que Södergran es catalogada como "la loca discípula de Nietzsche" o como la autora de las 31 píldoras para reír. Sólo un pequeño círculo de amistades, como la periodista y escritora Hagar Olsson ("mi hermana") o el poeta Ragnar Ekelund, asumen para ellos mismos la defensa de la "causa". Sin embargo, poco a poco, en Escandinavia primero, y en el mundo después, se empezó a entender su obra a partir de las nuevas propuestas expresionistas, que en Alemania iban a cobrar auge con Georg Trakl.

Como suele suceder con la mayoría de poetas, Edith sólo es comprendida en su verdadera dimensión luego de "viajar a regiones más respetables". El 21 de junio de 1923, la noche de San Juan y día sagrado de los finlandeses, expira acompañada sólo de su madre, en medio del silencio del bosque blanco. Debajo de la almohada encontraron dos poemas, en ellos resume esa mezcla de naturaleza ardiente y postración obligada, sin olvidar un irónico saludo a manera de desafío: "Muerte, ¿por qué te quedas en silencio?".



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