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La insignia
11 de julio del 2001


Libros

El socialismo en el Che


Ferran Gallego


Con su propia cabeza.
El socialismo en la vida y la obra del Che

Manuel Monereo, España, 2001.

Comenzaré citando a un autor conservador para demostrar que los rojos, al contrario de lo que indicó hace algún tiempo Muñoz Molina, leemos a los buenos autores, sean de la ideología que sean. En su libro El hombre que fue Jueves, Chesterton habla de un personaje que quería ser poeta pero sólo llegó a ser poema. ¿Habrá ocurrido que el Ché quiso ser poeta y sólo ha sido un poema recitado tediosamente en la mitología apolítica de nuestro tiempo?

Tal vez uno de los factores de la postmodernidad haya sido la restauración del hiperromanticismo, como una forma de contra-racionalismo, en la que la carencia de elementos simbólicos introduce una desviación de la relación entre el mito y los creyentes.

Es cierto que en nuestra juventud, el hiperromanticismo desempeñó un papel importante. No en vano, como decía Berlin, el romanticismo es uno de los ingredientes básicos de la cultura política contemporánea. Lo que ocurre es que, para nosotros, la relación con el Ché fue fundamentalmente una relación ética. Mientras que, en plena época de la cultura como espectáculo, la relación con el Che es una relación estética. Sudar la camiseta con la efigie del Che la noche de los viernes es algo distinto a enarbolar su imagen en las banderas de la lucha contra el capitalismo.

Sin embargo, es una característica de la época. De estos malos tiempos que han seguido no sólo a la derrota, sino a la sensación de la derrota, al amargo sabor a resaca en la madrugada que ha seguido a la noche de fiesta de la esperanza revolucionaria. Paolo Flores d'Arcais, en uno de sus últimos trabajos nos dice: nos hemos engañado. Buscábamos la verdad y, en el fondo, queríamos encontrarle un sentido a las cosas.

Y es así. Nosotros no queríamos sólo entender el absurdo de la historia, el mito de Sísifo de nuestro deambular por los acontecimientos, sino hallar las razones profundas de una existencia. Y el Ché formaba parte de quienes nos daban esas razones. Curiosamente, las razones que le llevaron a la muerte eran las razones por las que valía la pena vivir. Tal vez esa veneración de una muerte heroica forme parte de la mística romántica a la que hacía referencia y que, desde mi punto de vista, ha ayudado muy poco a la causa por la que mayoría de nosotros estamos aquí.

Tal vez hay otro elemento estético en la obra del Che. Hace algunos años, cuando estuve en Cuba, tras un viaje en Iberia sobrecogedor, en una pequeña cabaña vivía una familia que conservaba fotografías inéditas del Che. Había que ver a las jóvenes compañeras de viaje -en sentido estricto- abalanzarse sobre aquella exposición que mostraba el rostro de Guevara, una ansiedad que nos produjo, a todos los demás, la comprensible melancolía de la comparación desfavorable.

Pero vayamos al libro de Monereo. Manolo ha hecho un libro sobre Guevara cuya excelencia deriva de algo que viene preocupándole desde hace tiempo. En qué ha consistido nuestra derrota, nuestra pérdida de credibilidad. Por qué nos han ganado y por qué seguimos teniendo la razón. Por qué nos han arrebatado, incluso, algunas razones.

Es, por tanto, un libro de militante. Un libro escrito por un comunista al ritmo de la urgencia de las preguntas que tenemos que hacernos los comunistas en el siglo XXI. Eso lo ha alejado de la hagiografía y de la reflexión académica fría, de esa práctica de forenses sociales que examinan las vísceras de los proyectos fallecidos para averiguar las causas de una muerte irreversible.

Es un libro que habrá de ser, por tanto, polémico, porque quiere dialogar con los otros comunistas. Sobre algunas cuestiones esenciales. Porque Monereo ha escogido al Ché por algo más que una preferencia estética; incluso por algo más que una opción moral. Lo ha escogido por su actualidad política, estratégica.

Lo ha escogido para señalar algunos materiales básicos con los que volver a construir el ideario comunista. Las palabras tienen dueño, y la palabra comunismo no sólo se ha utilizado para emancipar o para defenderse del fascismo. Se ha usado para ejercer el papel de verdugos, de burócratas desatentos, de tacticistas sin principios. Y los dueños de la palabra comunismo quieren presentarla ahora en los términos exactos de esa otra vertiente que ha tenido su significado.

Nosotros, los que estamos en esto de la política comunista estamos, también, como decía un poeta catalán, para salvar las palabras, para devolver el camino de acceso al recto dominio de las cosas que se ejerce a través del lenguaje. Porque el lenguaje es comunicación pero, en primer lugar, conocimiento.

Por ello tenemos que empezar sabiendo qué es lo que decimos cuando decimos comunismo. Incluso lo que decimos cuando lo distinguimos de esa otra etapa, previa, que denominamos socialismo.

Las épocas de crisis, que son momentos para interrogarnos sobre la identidad, tienen su aspecto fructífero si afrontamos con valentía la renovación, que muchas veces es una lealtad elemental a la tradición. A una tradición que nos da, en primer lugar legitimidad de origen como comunistas. Porque la diferencia con la izquierda socialdemócrata no fue una discrepancia sobre los métodos para alcanzar el socialismo, sino la renuncia de la socialdemocracia, ya desde la Gran Guerra, a hacer algo distinto a un "capitalismo organizado", algo que se ha consolidado y agravado a fines del pasado siglo cuando se ha renunciado a la percepción del antagonismo social, a la perspectiva de clase incluso en un sentido reformista de fondo, para atender a una demanda de ciudadanía armónica.

Comunismo significa libertad. No significa determinados métodos democráticos, sino el fin de la alienación, la obtención de la sociedad soberana, reconciliada consigo mismo, sujeto real y universal de la historia, controladora de los procesos sociales, dueña de la historia. La sociedad y el individuo, no la sociedad abstracta en nombre de individuos concretos que muchas veces son sacrificados en nombre de proyectos colectivos.

La alternativa socialista es la libertad, es la "democracia" en un sentido distinto a lo que hoy, en el fondo, significa liberalismo, porque implica a una mayoría social, no actúa SOBRE una mayoría social ni AL SERVICIO de una mayoría social. Es democrática no en función de unos mecanismos, sino en relación con su naturaleza, lo cual incluye, evidentemente, ser extremadamente cautelosos en el uso de los métodos.

La alternativa socialista no es irreversible, nos señala Monereo. Y no puede entrar en contradicción con los objetivos del comunismo. No puede haber más Estado cuando el objetivo final es la abolición del mismo. No puede arrebatarse el control de las personas sobre su pensamiento cuando se habla del fin de la enajenación ideológica.

La alternativa socialista tiene que inducir elementos de eficiencia económica, medir la asignación de recursos, atender a los espacios de la pequeña economía, de las zonas de cooperación no estatal, distinguir entre lo público y lo estatalizado. No se puede vivir peor, sin que ello implique la referencia al consumismo. Simplemente, no se puede tener la permanente impunidad en el error económico, porque de ello depende el bienestar de las personas y el futuro del sistema.

En el libro de Monereo existen algunas reflexiones audaces, incluso dolientes, sobre el escándalo que produjo en la formación ideológica del Ché -porque de eso se trata, del examen dinámico, sobre la práctica, de una formación- el examen de determinados fracasos del sistema, que iban desde la aplicación de la teoría del valor hasta los problemas de la construcción del socialismo en la URSS.

Esta aproximación al Ché no quiere ser exhaustiva, pero sí tocar algunos aspectos centrales de un pensador que contemplaba su propia vida como experiencia actuante, como aprendizaje y como servicio, del que la realidad y la conciencia le pedían cuentas. No era, por tanto, uno de esos personajes impunes, sino alguien que se jugaba su propia tranquilidad espiritual en cada decisión. Era un revolucionario.

Me falta a mí, que soy, como sabe Monereo un especialista en Bolivia, la referencia a la muerte. Porque la divulgación del Ché es, sobre todo, la de su muerte: su fama es su derrota, su sacrificio. De ahí las comparaciones con Jesucristo, que llegan a lo físico, pero que tienen un sentido litúrgico más perverso. La admiración por la muerte y el destierro del mensaje. Sería interesante, en un futuro, que habláramos sobre esa Bolivia revolucionaria en la que muere el Che. de ese Gary Prado, oficial nacionalista revolucionario que recibe la orden de asesinarlo, y que no entiende qué hace un extranjero en la revolución boliviana.

Pero, aparte de este detalle, que daría lugar a un debate sobre la estrategia de la izquierda americana en los años sesenta, esta nuestra fascinación por el Ché. Nosotros, los de nuestra generación. Los que seguimos siendo comunistas cuando de todo hace veinte años y un día. Nosotros, los cautivos y desarmados del ejército rojo. Nosotros, los de entonces que seguimos siendo los mismos, queremos a Guevara. Porque intuimos que sigue haciendo algunas preguntas esenciales sobre nuestro pasado y, desde luego, sobre los queda por vivir. Lo queremos por la intensidad ejemplar de su compromiso en tiempos de intelectuales cansados.

Lo queremos porque tal vez quiso ser poeta y sólo consiguió ser poema. Pero qué poema, en estos malos tiempos para la lírica y en estos peores tiempos para la épica. Qué poema, que como el de Rosa Luxemburg, sólo supo entender la aspereza teórico del marxismo desde la ternura humanista del discurso revolucionario. Qué poema, que recorrió las vértebras inmóviles de la cordillera andina, la rectitud infinita de la Pampa y el Altiplano, la densidad absorta de las selvas, que se empapó en venas abiertas de América Latina para dar palabras al sufrimiento y nombrar la explotación. Qué poema, que recita aún la contundencia de nuestra indignación y expresa la materia de nuestros sueños. Qué poema, que nos hace vivir el comunismo como algo más que una opción intelectual, sin emoción, petulante y libresca. Que nos hace vivir el comunismo como una forma de ser en los otros, de sentirnos parte de un ser humano unánime. Qué poema que nos da tantas razones para seguir comprometidos con la esperanza en esta vida, especialmente a los que no creemos que haya otra.



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