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15 de enero del 2001 |
Tengo un sueño
Martin Luther King
Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial,
durante la Marcha a Washington por el trabajo y la libertad. (28 de agosto de 1963) Estoy orgulloso de reunirme con ustedes este día, que será ante la historia la manifestación por la libertad más grande en la historia de nuestro país. Hace cien años, un gran estadounidense, bajo cuya simbólica sombra estamos hoy cobijados, firmó la proclamación de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad norteamericana y se encuentra desterrado en su propia tierra. Entonces, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. De alguna manera, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la constitución y la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, sí, tanto a negros como a blancos, les serían garantizados los inalienables derechos a la libertad y la búsqueda de la felicidad. Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos de color. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a la gente negra un mal cheque; un cheque que ha regresado con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia está quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de oportunidad de este país. Y entonces, hemos venido a cobrar este cheque, el cheque que nos colmará de la riqueza de la libertad y la seguridad de la justicia. También hemos venido a este sagrado lugar, para recordar a Estados Unidos la urgencia impetuosa de hoy. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia; ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino alumbrado de la justicia racial; ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad; ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento. Este verano, ardiente por el legítimo descontento del negro, no pasará hasta que no haya un otoño vigoroso de libertad e igualdad. 1963 no es el fin, sino el principio. Y los que pensaban que el negro necesitaba desahogarse para sentirse contento, tendrán un rudo despertar si el país retorna al mismo oficio. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que al negro se le garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuará sacudiendo las bases de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino llano y elevado de la dignidad y la disciplina. No permitamos que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas en que tiene lugar el encuentro de la fuerza física con la fuerza del alma; y la maravillosa nueva militancia, la cual ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca. Porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí en este día, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro. Y también han llegado a comprender que su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes preguntan a los expertos en derechos civiles "¿cuándo estarán satisfechos?" Nunca podremos estar satisfechos mientras el negro sea víctima de horrores indescriptibles de brutalidad policial; nunca podremos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades; no podremos estar satisfechos, mientras los negros sólo podamos movernos de un pequeño tugurio a un tugurio grande; nunca podremos estar satisfechos, mientras nuestros hijos sean despojados de su personalidad y su dignidad sea pisoteada por un letrero que dice "sólo para blancos"; no podremos estar satisfechos, mientras el negro de Mississippi no pueda votar y el negro de Nueva York crea que no tiene nadie por quien votar. ¡No! No estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que "la justicia transcurra como el agua sobre la colosal quebrada de las virtudes". Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí con grandes esfuerzos y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de las angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por la tormenta de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento de la creación. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento no es merecido, sino emancipador. Regresen a Mississippi, regresen a Alabama; regresen a Carolina del Sur; regresen a Georgia; regresen a Louisiana regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades norteñas, sabiendo que de alguna manera esta situación podrá y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperación. Hoy digo a ustedes, amigos míos, que aunque nos enfrentemos a las dificultades de hoy y mañana, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño estadounidense. Sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales...". Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, habrán de sentarse unidos en la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado que se sofoca con el sudor de la injusticia, que se ahoga con el sudor de la opresión, habrá de convertirse en un oasis de libertad y de justicia. Sueño que mis cuatro pequeños hijos vivirán un día en un país en el que no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que un día, en Alabama con sus rabiosos racistas, con su gobernador escupiendo frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, sueño que un día ahí, en Alabama, los niños y niñas negras, podrán unir sus manos con las de los pequeños blancos, niños y niñas blancas, como hermanos y hermanas. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos. Los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán erguidos, "y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano". Esa es nuestra esperanza. Esa es la fe con la cual regreso al sur. Con esta fe, podremos esculpir de la montaña de la desesperación, un peñasco de esperanza. Con esta fe, podremos transformar el sonido desentonado de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, erguirnos juntos por la libertad, sabiendo que algún día seremos libres, y este es el día. Este será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado "mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a ti te canto; tierra de libertad donde mi padre murió. Tierra del orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña dejemos repicar la libertad". Y si Estados Unidos es grande, se tendrá que hacer realidad. Entonces, dejen repicar la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de New Hampshire; dejen repicar la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York; dejen repicar la libertad desde las alturas de Alleghenies de Pensilvania; dejen repicar la libertad desde las rocas cubiertas de nieve de Colorado; dejen sonar la libertad desde las sinuosas pendientes de California. Pero no sólo ahí: dejen repicar la libertad de la Montaña de Piedra de Georgia; dejen repicar la libertad desde la montaña Lookout de Tennesse; dejen repicar la libertad desde cada colina y montaña de Mississippi. "De cada costado de la montaña, dejen repicar la libertad". Y cuando esto pase y dejemos repicar la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada ciudad y en cada estado, podremos acelerar el día cuando todos los hijos de Dios, hombre negro y hombre blanco, judíos y cristianos, católicos y protestantes, cuando podremos unir nuestras manos y exclamar las palabras del viejo soñador negro: "¡libre al fin, libre al fin! Gracias a Dios omnipotente, somos libres al fin". |
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