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La insignia
5 de julio de 2007


La ley de El Vaticano


Luis Peraza Parga
La Insignia. EEUU, julio del 2007.


He repetido en varios artículos publicados por La Insignia que la ley del Estados vaticano es que el papa es la ley. Es la dictadura más perfecta; lleva siglos perpetuándose en un cónclave secretísimo donde democracia y jerarquía son conceptos incompatibles.

La Ley Fundamental de El Vaticano otorga al papa la plenitud del poder ejecutivo, judicial y legislativo, que después delega en un Colegio de Cardenales elegidos por él mismo. También posee la representación del Estado y la conclusión de tratados que ejerce por medio de la Secretaría de Estado. Tiene reservada la facultad de conceder amnistía, indulgencia, perdón y gracia. El papa es el Jefe de Estado de los Estados Vaticanos y líder religioso de más de mil millones de personas.

Benedicto acaba de cambiar los votos cardenalicios necesarios para elegir al máximo cargo de la iglesia católica. Ha complicado la decisión. Antes, si ningún papable alcanzaba la mayoría de dos tercios después de varias votaciones, se podía pasar a la mayoría simple. Cuando muera Benedicto, sólo se podrá elegir sucesor con una mayoría de dos tercios, lo que podría eternizar el proceso.

Mientras ese momento llega, va introduciendo cambios poco a poco y sin ruido. Tradicionales unos como la aceptación de la vuelta a las misas en latín y pragmáticos otros como la exhortación a la unidad de los más de doce millones de católicos chinos. El Vaticano rompió relaciones con China en 1951 a raíz de la expulsión de su nuncio, léase embajador, que se trasladó a Taiwán. Desde entonces, desarrollando un exquisito juego diplomático, los obispos son nombrados por una asociación patriótica dependiente del gobierno chino y con autorización papal previa.

En los meses de abril y mayo del 2006, el enfrentamiento entre China y El Vaticano se tornó feroz por la detención de religiosos (obispos y sacerdotes) fieles a la iglesia de Roma y el nombramiento de nuevos obispos de la llamada iglesia patriótica de China, pendientes de excomunión. Se enfrentan la nación más poblada y con más futuro del planeta con la más pequeña (unos pocos kilómetros cuadrados y menos de mil habitantes), pero con mucha fuerza moral. Más de mil millones de chinos contra más de mil millones de católicos repartidos por todo el mundo.

En 1996, Juan Pablo II calificó la iglesia perseguida en China como una joya preciosa de la iglesia católica y afirmó que sus obispos estaban obligados a derramar su sangre en defensa de la fe. Esta obligación ha sido enteramente cumplida, ya que actualmente la totalidad de los obispos fieles a Roma (cuarenta y cinco) se encuentran encarcelados, bajo arresto domiciliario, desaparecidos o escondidos.

Benedicto ha revocado la regulación de Juan Pablo II que impedía el contacto fluido con la jerarquía católica patriótica china y excomulgaba a los obispos consagrados sin consentimiento papal, habla sin distinciones de una iglesia católica en China y está dispuesto a cambiar su representación de Taipei a Pekín.

Hace unas semanas, un supuesto perturbado mental del que no hemos vuelto a tener noticia, se lanzó al paso del papamóvil y fue reducido inmediatamente por la guardia pretoriana, que no suiza, del Vaticano. Benedicto, imperturbable, siguió su recorrido de la audiencia pública. Seguro que un escalofrío recorrió su alma por el recuerdo del atentado que sufrió su antecesor en el mismo lugar.

Ojalá que el próximo papa sea chino. Quizás el misterioso in pectore nombrado por Juan Pablo II sin desvelo de identidad para evitar represalias y cuya presencia se esperaba en el último cónclave. Alguien que sepa de privaciones, incluso vejaciones, cuyo grado obispal haya sido largamente sufrido y ganado en la defensa de su fe, que rechace las riquezas del patrimonio vaticano y las venda para paliar el sufrimiento de la humanidad más desfavorecida, convirtiendo, porqué no, en realidad, la ficción de Las sandalias del pescador.

El Vaticano no va a convertirse al maoísmo, pero China puede abrirse a la libertad de expresión.



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