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La insignia
4 de octubre del 2005


Reflexiones peruanas

Depresión a la peruana


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, octubre del 2005.


El pasado miércoles 28, seis personas se suicidaron en Arequipa, entre ellos una joven pareja de enamorados, desesperados ante las dificultades insalvables que enfrentaba su relación en Puno, donde vivían.

Los antiguos romanos consideraban que el suicidio era una salida heroica frente a la indignidad de caer en manos de los enemigos. Para los japoneses era la forma más digna de responder por un acto vergonzoso que se había cometido. En el Perú, donde la vergüenza o el arrepentimiento son sentimientos desconocidos para los responsables de crímenes atroces, el suicidio se debe a razones menos solemnes: una profunda depresión agravada por problemas amorosos o económicos. En los últimos años, ha alcanzando magnitudes dramáticas, hasta convertirse en un problema de salud pública.

La gran cantidad de suicidios coincide con un número sin precedentes de peruanos que emigran a otros países, a veces inclusive arriesgándose en frágiles embarcaciones. En ambos casos, se busca escapar de una sociedad donde es sostenido el crecimiento económico, pero también lo es la falta de alternativas para las mayorías. Curiosamente, nuestro país ha vivido momentos muchísimo peores: violencia política, hiperinflación, racionamiento de energía eléctrica, corrupción generalizada. ¿Por qué ahora se siente mayor desesperanza?

Quizás porque entonces podía pensarse que los responsables de esas calamidades eran algunos individuos concretos y que, si alguna vez dejaban de gobernar o eran capturados (o en algunos casos las dos cosas), el Perú podría por fin salir adelante. En la actualidad, somos más conscientes de que dichos personajes eran mas bien las manifestaciones de una sociedad enferma y de que los problemas del Perú demorarán más en solucionarse.

Ahora bien, cualquiera que vea los noticieros peruanos, desearía irse inmediatamente de un país plagado de crímenes horrendos y políticos cínicos. Hasta hace unos años, las mañanas de los sábados y domingos, los niños veían a Don Gato o a los Picapiedra. Actualmente, ésa es la hora en que Panamericana y Frecuencia Latina compiten en presentar los reportajes más sórdidos sobre prostitución, violaciones y asesinatos en serie. No sólo se vulnera el horario de protección al menor, sino la salud mental de los adultos que aprecian tales espectáculos (salvo los pocos que pueden protegerse de ello gracias al cable).

Lamentablemente, la prensa escrita suele caer en extremos similares. Varios residentes extranjeros me han confesado que prefieren no leer los periódicos. "Están llenos de chismes políticos malintencionados y mezquinos" me dice una cooperante inglesa. En realidad, sobre los reales problemas del país (pobreza, analfabetismo, machismo, racismo, por si alguno se hubiera olvidado), periódicos y noticieros informan muy poco o no dicen nada.

Sin embargo, la depresión colectiva no es generada sólo por los medios de comunicación. Diariamente se hace sentir de muchas formas a la mayoría de peruanos que no es importante. Desde la publicidad que menosprecia sus rasgos físicos, hasta la manera como muchos conductores tratan a los peatones. Los pobres son incluso considerados culpables de su pobreza "por no ser competitivos". El propio Estado manifiesta su insensibilidad con normas como la Resolución 789 de RENIEC que impide el ejercicio de derechos fundamentales a los cinco millones de peruanos que no tienen Documento Nacional de Identidad (DNI) vigente.

El consumo ostentoso de unos pocos incrementa la frustración en la mayoría. Saga Falabella anuncia perfumes que cuestan lo que una trabajadora del hogar recibe en dos meses y ellas se enteran gracias a que los encartes llegan a las casas. En Cajamarca, dentro de pocos meses un centro comercial opulento coexistirá con una población en extrema pobreza. ¿No generará todo eso frustración, rabia o descontento? El alcohol, las pandillas o aferrarse a una relación afectiva son otras válvulas de escape.

La sensación de que uno está solo con sus problemas en una sociedad aparentemente feliz puede terminar siendo aplastante. En muchos países, los domingos aumentan los suicidios entre quienes se sienten solos. En el Perú, la manipulación comercial de celebraciones como la Navidad o el Día de la Madre incrementa exponencialmente la frustración en quienes, por diversas razones, no pueden celebrar como señalan los asfixiantes comerciales.

Es fundamental darnos cuenta de que vivimos en un entorno que promueve la depresión y aprender a protegernos de ella. Por ejemplo, creo que es totalmente desaconsejable que una persona, deprimida o no, se exponga al contenido morboso de los noticieros. Oir música, leer una novela o conversar con alguien son posibilidades mucho más constructivas de invertir el tiempo. Salga a caminar, que todavía no cobran por ello.

Usted mismo puede fortalecer la autoestima de los demás de muchas maneras. Haga que el vigilante, que la persona que limpia la oficina (o el cobrador de combi, el vendedor ambulante) se sientan seres humanos. Y si es relativamente feliz, evite la ostentación de su felicidad... algo que los peruanos relativamente felices no siempre saben hacer.



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