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La insignia
20 de septiembre del 2004


«Eric Hobsbawm: entrevista sobre el siglo XXI»

Las predicciones de un perspicaz historiador


Susana Pezzano
La Insignia. Venezuela, septiembre del 2004.


Considerado el historiador vivo más popular de Occidente y uno de los más brillantes del marxismo, Eric Hobsbawm, nacido en Alejandría en 1917, analiza con rigor intelectual y ameno estilo las tendencias del siglo pasado para explorar cuáles serán las características de la centuria actual y anticipar sus principales problemas.

Sus reflexiones, con su acostumbrada dosis de originalidad y pasajes no exentos de ironía, son recogidas en el libro "Eric Hobsbawm: entrevista sobre el siglo XXI", que reproduce una larga conversación, sostenida en 1999, pero que hoy conviene releer si pretendemos desentrañar esa especie de "malestar de la cultura" que recorre el mundo.

El libro aspira a ser, en términos temporales, la continuidad de ese fresco magistral de Hobsbawn, "Historia del Siglo XX", calificado por el profesor palestino Edwad Said como una obra "poderosa e inquietante" que analizaba, desde una perspectiva integral, el período comprendido entre la primera guerra mundial y el hundimiento de la Unión Soviética.

A lo largo de 220 páginas, Hobsbawn aborda en esta "Entrevista sobre el Siglo XXI", la decadencia del imperio de occidente, el fenómeno de la globalización, las nuevas guerras, los cambios en los valores y estilos de vida, los problemas demográficos y las migraciones, y el papel de la izquierda. Temas acuciantes para un mundo en crisis.


Cómo serán las guerras del futuro

Leído seis años después, sorprende el carácter profético de las afirmaciones de Hobsbawn. Por ejemplo, al examinar el tema de la guerra considera que tenderá a desaparecer la línea divisoria entre conflicto interno y conflicto internacional, regla de oro de la época de la Guerra Fría por la que nadie atravesaba las fronteras de otro estado soberano para no romper el equilibrio.

Hobsbawm advierte que la alta tecnología aplicada a la guerra "proporciona una capacidad de destrucción mucho más precisa y discriminatoria", que ha conducido a un uso "más displicente y más frecuente". Se llega al extremo de "subvalorar los daños colaterales", no sólo referido a la muerte de personas por error, sino también a los "enormes daños que se causa a la infraestructura sobre las que una comunidad vive y produce". Además, denuncia un "retorno a la iniciativa privada en las guerras", sobre todo en las zonas del mundo donde los estados se desintegran, que va desde la utilización de cuerpos de mercenarios hasta la contratación por empresas privadas del "armamento, los transportes, el aprovisionamiento y las vestimentas de las tropas".

Sus apreciaciones de 1999, impactado por la guerra del Golfo y los conflictos en las Balcanes, se transforman hoy en una aguda descripción de la masacre de Estados Unidos en Irak. Inclusive, a la luz del detalle, no menor, del papel de Halliburton, como proveedor privado de servicios para el ejército estadounidense.

Su exhortación de entonces a debatir las nuevas reglas del sistema internacional de las potencias, cobra ahora una extraordinaria urgencia. "Hay que recuperar una situación en la que nadie pueda emprender una acción militar si no existe un consenso amplio y basado en razones graves. No puede funcionar un mundo en el que alguien dice: soy lo bastante fuerte para intervenir, luego intervengan", alerta Hobsbawm.


Quién dominará el mundo

A medida que se avanza en la lectura, surge con nitidez el método de Hobsbawm. Del análisis de las tendencias del siglo pasado, extrapola los problemas cruciales que aflorarán en el actual. ¿Cuáles son las otras profecías que enuncia el inteligente historiador de 87 años? El capítulo sobre la decadencia del imperio de occidente contiene interesantes pistas sobre el probable devenir del mundo.

Una de las características del siglo XX es que en 1960 se invierte una tendencia secular iniciada en el siglo XVI con la construcción y el fortalecimiento progresivo de los estados territoriales o Estado-Nación. Este impulso de onda larga se detiene a raíz de la "pérdida por parte del estado soberano de la fuerza de coerción". A su vez, en otras zonas del mundo se produce la desintegración de los estados por el colapso de los imperios coloniales y la nueva actitud de resistencia a los ejércitos de ocupación.

Sobre ese telón de fondo ¿nos dirigimos hacia otro siglo americano? -pregunta el entrevistador. "Es posible, pero lo dudo", responde Hobsbawm. Reconoce la supremacía económica de Estados Unidos, pero sospecha que su influencia será menor. Admite la superioridad militar por un largo tiempo, pero advierte que la "exhibición de la fuerza ya no es suficiente para gobernar el mundo". Entre otras razones porque "los pueblos de los países más débiles no están dispuestos a doblegarse a sus intereses" (otra vez, la situación de Irak corrobora su intuición).

Considera que China es el único país que puede aspirar a competir con los Estados Unidos, pero le parece "bastante improbable que sea en un futuro previsible". Desestima que la India se convierte en algo más que una potencia regional en los próximos 50 años. Tiene un "futuro bastante prometedor" en el terreno de la tecnología y la investigación, pero es un estado "débil en su estructura, su capacidad de administración y su sistema político".

Para Hobsbawm, lo fundamental es que el siglo XXI "no va a ser el siglo de nadie" porque "el mundo se ha hecho demasiado grande y complicado para ser dominado por un solo estado". No descarta que Estados Unidos haya tratado y continúe tratando de "hacerse con el control de la política mundial", pero es una "apuesta peligrosa" que puede ocasionar un "riesgo grave".


Las tensiones de la globalización

El capítulo sobre globalización describe con sencillez pero de manera certera las peculiaridades de este proceso histórico de carácter irreversible, que se aceleró en los años 90 y perdurará en permanente transformación. Según Hobsbawm, su premisa es la "abolición de las distancias y el tiempo" por la eliminación de los obstáculos técnicos.

El punto de partida fue "la enorme aceleración y difusión de los sistemas de transporte de los productos" que, por primera vez en la historia de la humanidad, permitió organizar más allá de las fronteras no sólo el comercio, sino la producción. La verdadera diferencia entre la economía global de antes de 1914 y la actual "es la emancipación de los bienes manufactureros y quizás agrícolas de los territorios en que se producen", aclara.

Sin embargo, advierte que el principal problema de la globalización es su aspiración a "garantizar un acceso, tendencialmente igualitario para todos, a los productos de un mundo que es, por su naturaleza, desigual y distinto". Al mismo tiempo, el proceso tecnológico de la globalización requiere un elevado grado de estandarización que pondrá a prueba los límites de la tolerancia y los umbrales de rechazo a ese brutal intento de homogenización.


Desigualdades e incertidumbre

¿Cuáles serán los otros grandes problemas del siglo XXI? De la lectura del libro, se desprenden dos: por un lado, "la desigualdad de oportunidades de vida en el mundo será uno de los factores cruciales del futuro de la humanidad". Se refiere a una triple desigualdad: regional, geográfica al interior de un país, y social.

Por otro, le preocupa qué nos deparará el futuro. Hobsbawm no teme los aspectos tecnológicos. Cree que no habrá problema en la producción de alimentos para todos, se continuará celebrando los triunfos del genio humano y tal vez el hombre consiga adaptarse al nuevo medio ambiente, aprendiendo a utilizar las fuerzas de que dispone sin destruirse.

Lo que no consigue ver claro es el futuro de las relaciones políticas y culturales entre los seres humanos porque gran parte de las estructuras que existían en el pasado "han sido destruidas por el extraordinario dinamismo de la economía en que vivimos". Y eso está llevando progresivamente a hombres y mujeres a que no sepan qué hacer con su propia vida, individual y colectiva.

En la penúltima página, el historiador que se educó en Viena, Berlín, Londres y Cambrigde, que atravesó dos siglos y aún reivindica la causa de la izquierda "aunque no ha prosperado", extiende una mirada sombría hacia el futuro. "Política, partidos, periódicos, organizaciones, asambleas, estados: nada funciona en el mundo como funcionaba antes y que se suponía que tenia que seguir funcionando aún durante mucho tiempo".

Debido a que "el futuro de todas estas cosas es incierto", confiesa que "no consigo ver con gran optimismo lo que se avecina". No obstante, augura para su nieto recién nacido que allí donde decida vivir "encuentre una sociedad a la altura de sus esperanzas y de sus aspiraciones. Eso es lo que cualquier persona del siglo XXI se merece", concluye Hobsbawm. Más que ningún otra, ojalá se cumpla esta profecía.



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