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La insignia
23 de enero del 2004


Acto tercero, escena V

Ricardo III


William Shakespeare
Transcripción para La Insignia: C.B.


Acto tercero
Escena V

(Los muros de la Torre)

Entran Gloucester y Buckingham, con armaduras oxidadas y aspecto extrañamente siniestro.

Gloucester: Vamos, primo, ¿sabes temblar y cambiar de color, matar el respiro en medio de una palabra, y luego volver a empezar, y detenerte otra vez, como si estuvieras alterado y loco de terror?

Buckingham: ¡Bah! Sé imitar al grave actor de tragedia; hablar mirando atrás, acechar a todos lados, temblar y sobresaltarme al doblarse una paja, simulando hondo temor; el aspecto espectral está a mi disposición, igual que las sonrisas forzadas; y ambas cosas están dispuestas a su trabajo, en cualquier momento, para ayudar a mis estratagemos. Pero ¿qué?¿Se ha ido Catesby?

Gloucester: Se ha ido, y mira, trae consigo al Alcalde.

(Entran el Lord Alcalde y Catesby)

Buckingham: Déjame hablarle a solas... Señor Alcalde...

Gloucester: ¡Mirad allí el puente levadizo!

Buckingham: ¡Oíd, un tambor!

Gloucester: Catesby, mira por encima de las murallas.

Buckingham: Señor Alcalde, el motivo por el que os hemos manda buscar...

Gloucester: ¡Mira a tu espalda, defiéndete, hay enemigos!

Buckingham: Dios y nuestra inocencia nos defiendan y nos guarden!

Gloucester: Estate en paz, son amigos: Ratcliff y Lovel.

(Entran Ratcliff y Lovel, con la cabeza de Hastings)

Lovel: Aquí está la cabeza de ese innoble traidor, el peligroso e insospechado Hastings.

Gloucester: Tanto quise a ese hombre, que debo llorar. Le tomé por la criatura más franca e inofensiva que respiraba en toda la Cristiandad; hice de él mi libro, donde mi alma anotaba la historia de todos sus pensamientos secretos cada día. Tan lisamente revestía su vicio con apariencia de virtud, que, dejando aparte su culpa abierta y visible -quiero decir, su trato con la mujer de Shore-, vivía libre de toda sombra de sospecha.

Buckingham: Bien, bien, era el traidor oculto más escondido que jamás ha vivido. ¿Imaginaríais, o incluso creeríais -si no fuera que, por gran providencia, vivimos para contárnoslo-, que este sutil traidor había conspirado hoy, en el Consejo, asesinarme a mí y a mi buen lord Gloucester?

Alcalde: ¿Eso había pensado?

Gloucester: ¿Qué, creéis que somos turcos o infieles? ¿O que, contra las formas de la ley, habríamos procedido tan precipitadamente a la muerte del traidor, si no fuera porque el peligro extremo del caso, la paz de Inglaterra, y la seguridad de nuestras personas nos obligaron a esta ejecución?

Alcalde: Entonces, ¡tened toda felicidad! Bien mereció su muerte; y Vuestras Altezas han procedido bien, para amonestar a los falsos traidores de intentos semejantes.

Buckingham: Nunca esperé cosa mejor de él desde que cayó con mistress Shore. Pero no habíamos decidido que muriera antes que llegara Vuestra Señoría a ver su fin, lo que ha impedido la afectuosa prisa de estos amigos, algo en contra de nuestra intención: porque, señor, habríais oído hablar al traidor, y confesar terriblemente el modo y el propósito de su traición, de modo que habríais podido darlo a conocer a los ciudadanos, que tal vez nos juzgarán mal por él, y lamentarán su muerte.

Alcalde: Pero, mi buen señor, las palabras de Vuestra Alteza servirán tanto como si le hubiese visto y le hubiera oído hablar; y no dudéis, ilustres príncipes, de que daré a conocer a nuestros obedientes ciudadanos toda vuestra justa actuación en este caso.

Gloucester. Y con esa intención quisimos que viniera Vuestra Señoría, para evitar las censuras del mundo calumniador.

Buckingham: Pero, ya que llegasteis demasiado tardo, para nuestra intención, dad testimonio de que habéis oído lo que pretendíamos, y así, mi buen lord Alcalde, os decimos adiós.

(Se va el Lord Alcalde)

Gloucester: Síguele, síguele, primo Buckingham. El Alcalde va a la Guildhall a toda prisa; allí, en el momento más oportuno, demuestra tu bastardía de los hijos de Eduardo: diles cómo Eduardo hizo morir a un ciudadano sólo porque dijo qu quería hacer a su hijo heredero de "la Corona", refiriéndose, desde luego, a su casa, que era llamada asý oir su muestra. Además, señala la lujuria odiosa y su bestial apetito en el cambio de deseos, que extendió a sus criadas, hijas, esposas, dondequiera que ansiaba hacer presa sin sujeción su mirada furiosa o su corazón salvaje. Más aún, si hace falta, refiérete a mi persona: diles que, cuando mi madre quedó preñada en espera de ese insaciable Eduardo, el noble York, mi ilustre padre estaba guerreando en Francia, y, por justo cálculo del tiempo, encontró que el hijo no lo había engendrado él, lo cual bien se echó de ver en sus rasgos, que no se parecen nada al noble Duque mi padre: pero toca esto ligeramente, como de lejos, porque ya sabes que mi madre vive.

Buckingham: No dudéis, señor, de que haré el orador como si la áurea paga por la que alego fuera para mí mismo: conque, señor, adios.

Gloucester: Si te va bien, llévales al castillo de Baynard, conde me encontrarás bien acompañado de reverendos padres y doctos obispos.

Buckingham: Me voy, y hacia las tres o las cuatro, esperad las noticias que ofrezca la Guildhall.

(Se va)

Gloucester: Vete, Lovel, a toda prisa a ver al doctor Shaw; (A Catesby) tú, ve a ver al padre Penker; y rogadles que me vayan a ver dentro de una hora en el castillo de Baynard. (Se van Lovel, Catesby y Ratcliff)
Ahora entraré a dar unas órdenes secretas para quitar de un medio a los retoños de Clarence, y avisar de que ningún género de personas tengan acceso en ningún momento a los Príncipes.

(Se va)



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