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La insignia
10 de enero del 2004


El viejo profesor Norberto Bobbio


Luis Peraza Parga
La Insignia. México, enero del 2004.



Ser maestro de primaria, secundaria o profesor universitario es una tarea que trae más gozo que sombras. Quizás el reconocimiento y el salario no sea el adecuado, quizás el olvido es lo que impera pero las satisfaciones humanas son muy grandes. Quién no se ha enamorado de su maestra que era como nuestra madre pero distinta, misteriosa, con algo de picante. Pasábamos mucho más tiempo con ella que con nuestra madre ya que hasta los ocho años de edad no empezábamos a tener distintos maestros para cada asignatura.

Quién no ha admirado y odiado a ese profesor infalible en su conocimiento sólo superado quizás por ese progenitor que, a veces, la más de las veces la madre, nos ayudaba a hacer la tarea de la escuela. Siempre se habla de la persona del padre como el super héroe pero nunca del maestro, que es un super héroe más liberal.

Qué eternos se nos antojaban los años escolares y qué irrepetible emoción en el comienzo de las inacabables vacaciones de verano donde no existían horarios y nos convertíamos en salvajes, olvidándonos incluso de la escritura y de las odiadas operaciones matemáticas más simples.

Sin embargo, volvíamos a la escuela y en pocas horas todo aquel mundo irreal se desvanecía en las brumas de la memoria más ingranta de los niños. En nuestro regreso a las aulas, nos encontrábamos siempre con el viejo profesor hasta que el tiempo nos obligaba a alejarnos de la institución donde pasamos la mayor parte de nuestra vida consciente. Años más tarde, te armabas de valor para disfrutar de una reunión de antiguos alumnos donde las peleas a puños diarias de la niñez se tornaban en peleas dialécticas. Allí te encontrabas con el eterno maestro, quizás más viejo que nunca y tu ilusión se trastocaba en desaliento al comprobar que ese super héroe liberal balbuceaba inseguro un apellido que no era el tuyo. Para ti, él lo era todo, para él, tú eras un mocoso más de los centenares que supervisaba anualmente.

El maestro siempre sigue allí en la institución que te formó como persona y comprueba como el infante crece, se hace hombre, encuentra su camino laboral y personal y quizás, si el maestro tiene suerte, le encargan a su viejo profesor la educación de su descendencia.

Quizás es como la imagen creada por el filósofo Heráclito de que el tiempo y la vida es como ese río que fluye permanentemente y en el que jamás te podrías bañar dos veces en el mismo agua. En nuestro caso, el profesor es como el eterno puente romano por el que pasan las contínuas aguas de estudiantes que siempre le estarán agradecidos por la dedicación y el cariño que puso en la educación de unos pupilos de los que apenas recuerde su nombre y generación. El gran maestro italiano Norberto Bobbio, filósofo del diálogo, de los derechos humanos y de la democracia, murió el 9 de enero del 2003, pero su recuerdo y sus lucidísimos escritos seguirán influyendo para siempre en futuras generaciones de estudiantes y amantes de la sabiduría.



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