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6 de enero del 2009

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Cultura

Tamales con cubiertos de plata


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, enero del 2009.

 

Mi grupo étnico tiene su origen en la difícil sociedad colonial, en la que la división tajante entre indios y españoles de pronto se vio resquebrajada por la emergencia de mis padres y abuelos, los primeros ladinos, gente nacida de la unión sexual de españoles e indias y que no quiso trabajar la tierra debido a que esa condición laboral era vista como poco menos que denigrante. Y como tampoco podía aspirar a los espacios españoles de poder, tuvo la inmensa sabiduría de inventarse nichos intermedios de sobrevivencia que poco a poco habrían de consolidarla como una etnia imprescindible para definir el país.

Habiendo copado los espacios intermedios de la sociedad (artesanos, tinterillos, ayudantes, trabajadores de servicios), los ladinos -como los burgueses- poco a poco se hicieron con el poder económico suficiente como para situarse encima de los campesinos (indios) y hablar de tú a tú con los criollos (aunque a éstos no acabara de gustarles la arrogancia ladina) y, así, protagonizaron en parte la Independencia y la Revolución Liberal.

El poder y la representatividad de la nación, el Estado y el país no se los arrogó el ladino sino que los arrebató de las manos de las etnias con las cuales tuvo que competir y a las que terminó venciendo en un proceso histórico que pudo controlar gracias a su habilidad para situarse en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Esta capacidad de ubicuidad le confirió algunos rasgos negativos de identidad que son propios de una sociedad colonialmente jerarquizada y modernamente brutalizada por la forma militarista y dictatorial que el liberalismo adoptó en nuestro territorio. Ocurrió entonces que la ladinidad se dividió en bandos políticos e ingresó en el siglo XX protagonizando la historia reciente del país, aunque no como único actor, pues los grupos indígenas han sido la columna vertebral de una economía criolla dominante, basada en su explotación y opresión sistemáticas y generalizadas. Las excepciones a esta regla son los indios ricos, explotadores, asesinos, torturadores y genocidas, que siempre los ha habido.

La ladinidad, pues, ha protagonizado lo bueno y lo malo de la historia de este país pero no se autodefine como buena ni mala, sino sólo como históricamente concreta.

Culturalmente, mi grupo étnico siente tan suyas las tortillas como el pan, los frijoles como el salmón, el aguardiente como el vino, los huipiles como las camisas Guess, los pantalones rayados de Santiago Atitlán como los Dockers; y se reserva el derecho de usarlos en las ocasiones que le parezcan convenientes. Asimismo, considera tan suyo el Popol Vuh como el Quijote, el Viernes Santo como el Pascual Abah, y también el caldo de frutas, la televisión por cable, los videojuegos y la música tex-mex que alegra la cofradía de San Simón en San Andrés Itzapa y que comparte con los indígenas del altiplano. Mi grupo étnico es tan mestizo, híbrido y diverso como las masas indígenas y los grupos culturalistas autollamados "mayas". Por eso, defendemos el derecho a apropiarnos de la antigua cultura maya y de la actual cultura popular indígena como parte de nuestra identidad mestiza. Negarnos ese derecho equivaldría a que España nos negara el de apropiarnos del Quijote. No nos avergonzamos de comer tamales con cubiertos de plata, y aplaudimos el autonomismo del movimiento indígena, siempre que no intente usarnos como contraparte "negativa" para proponerse como alternativa "positiva" en la construcción democrática de la nación.


Pittsburgh, 5 de abril de 1997.

 

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