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21 de marzo del 2008

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Iberoamérica

Tres reflexiones sobre la crisis andina


Marc Saint-Upéry
La Insignia. Bolivia, marzo del 2008.

 

Durante una semana, a principios de marzo de este año, toda Latinoamérica quedó inmersa en una espera angustiada del desenlace del grave conflicto diplomático que estalló entre Ecuador, Colombia y Venezuela después de que aviones y tropas colombianas atacaran, en la selva ecuatoriana, un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y dieran muerte a más de veinte guerrilleros, entre ellos Raúl Reyes, miembro de la cúpula de esa organización. Asistimos a la ruptura de relaciones entre Quito y Bogotá; a la gira internacional del presidente ecuatoriano Rafael Correa, indignado y buscando el apoyo regional para forzar la petición de disculpas colombianas y de condena a la violación de su territorio; a los discursos incendiarios de Hugo Chávez contra Uribe; a la movilización de tropas y tanques venezolanos en la frontera colombiana; al apoyo de Nicaragua a Quito y Caracas y a las acusaciones de Bogotá sobre supuestas complicidades entre las FARC y los gobiernos de Ecuador y Venezuela (sustentadas en el contenido del disco duro de una computadora de Reyes).

Sin embargo, todo pareció resolverse de la manera más sorpresiva después de un primera mediación del Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), que estableció la violación de la soberanía ecuatoriana pero no condenó formalmente a Colombia y formó una comisión de investigación del caso, en medio de abrazos y apretones de manos presidenciales de la Cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo. Por supuesto, tomarse al pie de la letra el final casi idílico del 7 de marzo no sería menos ilusorio que interpretar sin una pizca de ironía las declaraciones tremendistas y los ruidos de sable de la semana anterior. Las reflexiones que siguen no pretenden en absoluto ofrecer un panorama exhaustivo de esta crisis con causas complejas y numerosas consecuencias posibles, sino concentrarse en tres aspectos, desde mi punto de vista, interesantes o aleccionadores [1].


Quién ganó y quién perdió

Muchos de los primeros balances de la crisis se dedicaron a evaluar quiénes eran los ganadores y quiénes los perdedores del conflicto. Entre los simpatizantes nacionales y continentales del gobierno de Rafael Correa, e incluso más allá de ellos en la misma opinión ecuatoriana, se observó que, por primera vez, Ecuador se había mostrado capaz de defender con vigor su dignidad y sus derechos frente a las constantes violaciones de su territorio por las tropas colombianas (de hecho, la del 1 de marzo sólo se diferenció por su magnitud sin precedente) [2] y supo hacer validar por la comunidad regional su firme voluntad de no dejarse arrastrar en el conflicto colombiano según los deseos de Washington. Por su parte, los defensores automáticos del presidente venezolano proclamaron que la actuación de Hugo Chávez había sido simplemente brillante, tanto en su fase de tensionador como en su posterior papel de pacificador en Santo Domingo, lo que desmentía los rumores de ocaso de la influencia continental del líder bolivariano. Muchos observadores colombianos o pertenecientes a la derecha internacional proUribe y proWashington estimaron que, si bien Colombia no había podido calcular y controlar debidamente el riesgo diplomático de su acción bélica, la magnitud de su victoria contra las FARC compensaba ampliamente cualquier disgusto de orden internacional. Algunos señalaban incluso que, pese a las declaraciones formales sobre la violación de la soberanía ecuatoriana, una mayoría de los miembros de la OEA eran secretamente aliviados por el debilitamiento de las FARC. Paradójicamente, algunos analistas de extrema izquierda también dijeron que Uribe había ganado porque, en el fondo, y pese a las disculpas, se había salido con la suya y los abrazos de Santo Domingo eran una payasada y una clara señal de la poca coherencia y firmeza antiimperialista de Correa y Chávez.

Antes de relativizar tantos gritos de victoria, muy imprudentes y prematuros, hay que señalar que una solución bélica era simplemente inimaginable, esencialmente por dos razones. Por un lado, al contrario de otras zonas del planeta, la existencia en Sudamérica de regímenes ampliamente legitimados (y, en su mayoría, relegitimados varias veces) por el voto popular -no quiero discutir aquí hasta que punto son verdaderamente democráticos y en función de qué criterios gobernando poblaciones con un alto grado de interpenetración cultural (e incluso económico-social, si pensamos que una parte importante del electorado de Chávez, por ejemplo, son emigrantes colombianos que profesan simultáneamente convicciones uribistas y chavistas)- vuelve casi inexistente cualquier base de sustento racional y de movilización emocional para un aventura bélica. Por otro lado, aunque el presidente Correa haya hablado de ir "hasta las últimas conscuencias" (tal vez el único traspié de su discurso por lo demás impecable de defensa y reivindicación de la dignidad y soberanía ecuatoriana el 2 de marzo), todo el mundo sabe que los ejércitos ecuatoriano y venezolano no tienen la mínima capacidad logística y operacional frente a las aguerridas FF.AA. colombianas y al apoyo logístico de sus poderosos patrocinadores estadounidenses.

Así que, fuera de un escenario de guerra, un juego geopolítico de este tipo y de este nivel de complejidad raras veces es de suma cero. Todo depende de la capacidad de los diferentes actores para capitalizar a lo largo del tiempo sus beneficios y hacerlos creíbles en el mercado de la opinión internacional establecida. En este marco, se puede decir, entre otras cosas, que Correa hizo prueba de reflejos de estadista de alto vuelo que le reportaron muchos puntos, pero que Bogotá logró imponer a Ecuador la prioridad siempre aplazada del control de su frontera norte y sembrar algunas dudas sobre la naturaleza de sus relaciones con las FARC. Se puede decir también que Uribe registró una victoria sin precedentes en su batalla para arrodillar las FARC pero que su audacia excesiva aumentó peligrosamente para él el riesgo de una intervención regional a favor de una solución negociada al conflicto. Se puede observar que Chávez se salvó por un ejercicio de malabarismo diplomático y retórico impresionante de los riesgos crecientes de irrelevancia y descrédito regional debidos a sus constantes sobreactuaciones, pero que esto no resuelve el fuerte desgaste interno de su régimen ni le garantiza el futuro de potencia regional creíble con el que sueña. Finalmente, hay que observar que los reflejos conciliadores y pacificadores de la comunidad regional no se desenvolvieron en el foro necesariamente más adecuado para ello, lo que deja dolorosamente pendiente la cuestión de la construcción institucional de una agenda multilateral.


Uribe, las FARC y el imperio

Al contrario de la cantaleta que gran parte de la izquierda latinoamericana entonó sin mucha reflexión, si Uribe se permitió esta operación de violación descarada del territorio de un país vecino no es porque el imperio le ordenara hacerlo. Por supuesto, lo más probable es que las agencias del imperio estuvieran al tanto, asintieran y cooperaran activamente a nivel logístico. La satisfacción de Washington por el resultado era previsible, pero la audacia de Uribe vino ante todo de su deseo de capitalizar y acelerar la serie de éxitos militares y políticas que está acumulando contra las FARC desde hace varios meses, a sabiendas que tiene en esto el apoyo masivo de la aplastante mayoría de la población colombiana, nos guste o no. Basta citar el artículo del semanario Cambio reproducido en Archipiélago (marzó-abril del 2008): "Los buenos resultados de las últimas semanas se han visto reflejados en las encuestas. El Gallup Poll de noviembre [2007] indica que el 63 por ciento de los encuestados cree ahora que es posible vencer a la guerrilla. En septiembre esa cifra era del 59 por ciento. En la misma medición aumentó del 70 al 76 por ciento la imagen favorable de las fuerzas militares y su desfavorabilidad bajó del 25 al 19 por ciento. La imagen favorable de la policía subió del 56 al 65 por ciento y la desfavorable bajó del 39 al 31 por ciento. En contraste, el 93 por ciento de los encuestados tiene una imagen desfavorable de las FARC, frente al 1 por ciento de favorable".

Las encuestas valen lo que valen, pero aun admitiendo un margen de error, una sobrerrepresentación de los encuestados urbanos o un sesgo en la formulación de las preguntas, para quien conoce Colombia desde adentro está claro que estas cifras reflejan bastante bien el sentimiento general de la población, incluso de los sectores populares, con poquísimas excepciones sociales y territoriales. Y este sentimiento es en lo esencial el resultado de la política repugnante e insensata de las FARC. La conciencia de esta popularidad, o al menos de esta credibilidad de la política de seguridad democrática de Uribe explica también por qué el senador Carlos Gaviria, pese a ser el representante de la sensibilidad más radical de la coalición de izquierda colombiana, el Polo Democrático Alternativo, reaccionó de manera muy crítica a las acciones y declaraciones de Hugo Chávez en ocasión de la crisis entre Ecuador y Colombia. "Ojalá el presidente Hugo Chávez se serene y recapacite", dijo Gaviria a la vez que recordó que los colombianos han admirado su acción política y la mediación hecha en la liberación de los secuestrados pero que, justamente para seguir siendo útil en el proceso conflictivo de Colombia, "sería altamente deseable que asumiera actitudes más mesuradas. Yo soy el presidente de un partido de oposición pero nosotros debemos tener presente que al presidente lo eligieron los colombianos y que el presidente no puede ser tratado de una manera tan irrespetuosa por jefes de Estado de países extranjeros y mucho menos vecinos".

La verdad es que gran parte de la izquierda no quiere entender que Uribe está muy lejos de ser un títere de Bush, en parte por las mismas razones por las que Israel no es un títere de Washington. En el caso de de Israel es incluso casi al revés, lo que no corresponde a ninguno de los esquemas simplistas y economicistas sobre el imperialismo. Y si la comparación entre Colombia y el Estado hebreo tiene sus límites, es para mayor ventaja de la posición de Uribe, ya que las FARC ni siquiera gozan de la legitimidad popular nacional y regional de la OLP o de Hamas. La poderosa convergencia de intereses y solidaridad entre la cruzada antiterrorista de los neoconservadores de la Casa Blanca y la política del mandatario colombiano no tiene nada que ver con la manipulación por Washington de un régimen fantoche, como podía ser el caso de Vietnam del Sur o de algunas dictaduras centroamericanas. De igual manera, si bien es exacto que Washington y Bogotá comparten, en general, el mismo interés en propiciar un debilitamiento de los gobiernos progresistas o nacionalistas de la región, la incursión salvaje en territorio ecuatoriano no hace parte de un complot de desestabilización de los procesos de cambio en los países vecinos, como muchos lo afirman. Por lo contrario, fortaleció la popularidad de Correa y ofreció a Chávez una oportunidad de desviar la atención de sus problemas internos. Se trató más bien de un riesgo diplomático conciente y cínicamente calculado (un cálculo, sin embargo lleno de imponderables, ya que Uribe había probablemente subestimado el vigor de las reacciones de las cancillerías latinoamericanas) con el objetivo de conseguir beneficios sustanciales primero en el terreno militar, y segundo y en menor medida, en el terreno político (con el uso y la manipulación del contenido de la computadora de Reyes).

Hasta que la izquierda latinoamericana no entienda el carácter muy sui generis del conflicto colombiano y no abandone los marcos interpretativos de tipo vietnamita o centroamericano (lo que no quiere decir que deba abandonar la búsqueda sistemática de una solución política negociada sin intromisión de Washington), dejará en duda sus propios credenciales democráticas, le hará el juego a Uribe y contribuirá al aislamiento y al hostigamiento de la única fuerza cuyo potenciamiento político puede ofrecer una prospectiva de solución durable y equitativa del conflicto colombiano, el Polo Democrático Alternativo (ver entrevista de Antonio Navarro Wolf en el número mencionado de Archipiélago).


Diplomacia presidencial y organismos multilaterales

Una dinámica política en la que un presidente se puede permitir el lujo de tratar un día a otro mandatario elegido de "mafioso, criminal, narcotraficante y peón del imperio" y, al día siguiente, predicar amistad y reconciliación con el mismo mandatario (y no es la primera vez que pasa algo parecido) no sólo tiene algo de profundamente ridículo sino que es políticamente muy contraproducente. Socava la credibilidad de los gobiernos y alimenta el cinismo de los observadores y de la población sobre la madurez de las naciones sudamericanas.

Un chiste que circulaba en Venezuela durante la crisis era el siguiente: "Batallones, no hagan el ridículo, Ecuador y Colombia ya están en el camino de una solución, vuélvanse a casa. Pero eso sí, mientras estén en la frontera, compren pollito y lechecita colombianos" (alusión sarcástica a la grave situación de desabastecimiento alimentario vigente en Venezuela desde hace unos meses). En una encuesta del Instituto Varianza Opinión efectuada entre el 27 de febrero y el 2 de marzo a 1.200 hogares en las principales ciudades del país, a la pregunta "¿Apoyaría una guerra con Colombia por razones políticas?", un 89 por ciento de los venezolanos dijo que no. Sólo un 2 por ciento dijo que sí mientras que el resto, un 9 por ciento, respondió que depende. En otra pregunta, un 78 por ciento piensa que las FARC sí secuestran a venezolanos. Un 69 por ciento concuerda que "las guerrillas colombianas son terroristas" y, a la vez, un 62 por ciento opina que "hay que seguir negociando la liberación de otros rehenes". Lo que significa que la posición del presidente Chávez en el sentido de no considerar a las FARC terroristas no es compartida por una gran mayoría de venezolanos, mientras sí comparten con él la idea de negociar la liberación de rehenes.

¿Habrá sabido leer Chávez esta señal? Seguramente se habrá dado cuenta de que no sólo Colombia manifestó irónicamente su ausencia de preocupación frente a la concentración de tropas venezolanas en su frontera, sino que el mismo Pentágono declaró su absoluta tranquilidad. Mientras tanto, la OEA tampoco mencionó a Venezuela en sus deliberaciones y su búsqueda de fórmulas para superar la crisis. Como buen animal político, Chávez debe haber captado el mensaje, lo que podría explicar por qué se convirtió de un día al otro de inquebrantable enemigo del "peón del imperio" en manso defensor de la "cabeza fría" y de la "racionalidad".

En Ecuador, pese a estar terriblemente alterado "como persona de carne y hueso" (según sus propias palabras) por lo que denunció como las mentiras descaradas de Uribe, que le había anticipado telefónicamente una simple y rutinaria persecución "en caliente" a pocos cientos de metros de la frontera, el presidente Rafael Correa no se dejo llevar sólo por la pasión y tuvo un protagonismo particularmente destacado. Sin embargo, la coherencia y el éxito relativo de la posición ecuatoriana se manifestaron no gracias a sino a pesar de la debilidad política y conceptual del frente diplomático y de buena parte del gabinete. De hecho, es un secreto a voces en Quito que toda la estrategia de reivindicación de Ecuador fue elaborada por un ex canciller llamado de urgencia, y llevada a cabo esencialmente por la energía y la voluntad personal del presidente.

Para bien o para mal, las izquierdas en el poder en Sudamérica han fortalecido la tendencia al decisionismo presidencialista, y esto se refleja también en la política exterior. Eso nos debería llevar a algunas reflexiones. Por supuesto, a corto plazo, la diplomacia presidencial es a menudo más eficiente que los engorrosos procesos de consulta y deliberación entre miembros de los varios organismos multilaterales regionales (OEA, UNASUR, Comunidad Andina, Mercosur, Grupo de Río, etc.), especialmente en ausencia de mecanismos claros de formación de consensos, de regulación de los disensos y de delimitación de la competencias diplomáticas entre ellos. Sin embargo, a mediano y largo plazo, la elaboración de una agenda diplomática de Estado (y no sólo de gobierno) es vital para los países de la región, aún más para pequeñas naciones como Ecuador o Bolivia, que pueden tener fricciones con vecinos mucho más poderosos económica y militarmente, como Colombia, Chile o Brasil. Uno de los ejes centrales de esta agenda debería ser un firme compromiso con la construcción de una arquitectura multilateral continental sólida y coherente. Al contrario de Europa occidental en su largo proceso de integración (hoy complicado por la extensión al este, por supuesto), en las Américas, las asimetrías son muy fuertes, no van a desaparecer por milagro y no pueden ser contrarrestadas por proyectos quijotescos y sin densidad real como el ALBA. (Una observación a propósito: ¿donde estuvo el ALBA estos últimos meses? Si alguien la encuentra, que la devuelva a su legítimo dueño, por favor.) El unilateralismo es el privilegio de los fuertes, el multilateralismo el único recurso de los débiles a largo plazo. Pero no puede depender de caprichos ideológicos y de arranques caudillescos.

En una entrevista al diario argentino Clarín, el presidente Correa habla de la posibilidad de transformación del Grupo Río: "Nos entusiasmó a todos esa idea de generar la Organización de Estados Latinoamericanos, tras el tremendo éxito del Grupo. Hubo una propuesta concreta creo que de (Daniel) Ortega, de que el Grupo se convierta en la entidad para un nuevo orden latinoamericano. La OEA está prácticamente neutralizada por la presencia de EE.UU". Este entusiasmo podría ser precipitado. Como lo señalaba en un seminario en la Flacso de Quito la especialista en relaciones internacionales Grace Jaramillo, marginar a la OEA no es necesariamente sabio: "Será imposible obligar Colombia a sentarse en una mesa de negociación, de cualquier tipo que sea, si la OEA no interviene y presiona. Además, tiene un sentido moral y político fuerte manifestar la preocupación unánime de los latinoamericanos por la violación de la soberanía nacional ecuatoriana en un foro donde esté presente EE.UU".

Por otro lado, sería probablemente más manejable empezar por fortalecer la Unasur y decidir de una vez por todas lo que se quiere hacer exactamente con la Comunidad Andina (que se quedó muda e inactiva durante la crisis). La reciente propuesta brasileña de constituir un Consejo de Seguridad Sudamericano para prevenir conflictos en la región y que podría también tener "la capacidad de discutir acciones conjuntamente, coordinar compras de material y definir una industria bélica común" es una jugada que merece también ser analizada con detenimiento, incluso si uno de sus objetivos es claramente potenciar la capacidad de Brasilia como actor internacional de primer plano y ganar su propio puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sea como sea, se trata de un tema de reflexión urgente par la izquierda continental, a sabiendas que la crisis que se concluyó por los abrazos de Santo Domingo abre interrogantes que desvirtúan muchos reflejos ideológicos paulovianos.


También publicado en la revista Archipiélago (marzo-abril del 2008)

 

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