Portada de La Insignia

9 de febrero del 2008

enviar imprimir Navegación

 

 

Iberoamérica
Reflexiones peruanas

Como eres débil, te aplasto


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, febrero del 2008.

 

En todo el mundo existe el prejuicio de que los inmigrantes son peligrosos. En el Perú también está presente, especialmente hacia los varones, pero es más frecuente que el problema se manifieste de otra manera: cuando los rasgos físicos de alguien permiten suponer que es más débil o más frágil, hay quien cree que puede maltratarlo.

De esta manera, el cajero de un banco, el mozo de un restaurante o la recepcionista de una clínica pueden ser muy respetuosos con un peruano blanco y tratar con desdén a un cliente de rasgos andinos o negros. Curiosamente, para muchos vigilantes, policías e integrantes del Serenazgo, esas actitudes implican maltratar a personas con quienes comparten rasgos.

Sin embargo, el maltrato al débil es más complejo que el racismo. Un recién llegado dará por sentado que todos los cuzqueños o ayacuchanos son iguales, sin conocer el marcado desdén de los habitantes de la capital del departamento hacia los campesinos. Incluso entre éstos, quienes viven en los valles menosprecian a los habitantes de las zonas altas, más pobres y de rasgos más indígenas. Muchos emigrantes despreciados en Lima explotan a su vez, y sin mayor remordimiento, a niñas y adolescentes recién llegadas de la sierra.

En efecto, la discriminación termina por convertirse en una cadena: una secretaria puede aguantar el trato autoritario de sus jefes y al mismo tiempo humillar a un mensajero o a la señora que limpia la oficina. Muchos peruanos, en lugar de afrontar los maltratos que sufren, prefieren buscar a otra persona en situación de mayor debilidad para someterla a un trato parecido.

Todo este fenómeno demuestra en el fondo un fenómeno predominante de inseguridad: la única forma en la que una persona puede sentirse conforme consigo misma es asegurando su superioridad sobre otra. El psicólogo Jorge Bruce sostiene que en el Perú existe un extendido "narcisismo de las pequeñas diferencias", por el cual se enfatizan detalles secundarios para ostentar la diferencia frente a los demás.

En empresas privadas, instituciones públicas e inclusive en algunas ONG, este problema no sólo aparece en el trato al público, sino que complica innecesariamente las relaciones internas. "Cuando lo ascendieron, cambió completamente y comenzó a chotear a sus antiguos colegas", me comentaba la asesora legal de un Ministerio. En honor a la verdad, debo decir que, en espacios laborales, el discriminado no es siempre de rasgos andinos: varios amigos extranjeros que trabajaron en el Perú me han comentado que, al no comportarse con la prepotencia atribuida a los blancos, sus compañeros de trabajo los consideraban más débiles y los maltrababan. En todo caso, la legislación laboral peruana todavía no contempla el acoso moral que se sufre en muchos centros.

La tendencia a abusar de los débiles también se ha empleado para cometer delitos imposibles de consumar en otro contexto cultural: quienes practican el cuento de la lotería logran convencer a una persona para que participe en el engaño a un campesino ingenuo y analfabeto, que aparentemente tiene un billete de lotería premiado, pero no lo sabe. A cambio del billete, el incauto entrega con entusiasmo dinero, joyas u otros objetos de valor a su supuesta víctima... y después, difícilmente puede plantear una denuncia, porque él mismo tuvo la intención de cometer una estafa. Existen otras modalidades como el tumi de oro o el paquete de dólares.

En una sociedad donde se tiene esta percepción de la debilidad ajena, establecer relaciones de iguales se hace muy difícil. Incluso en la vida cotidiana, muchos peruanos consideran que hay personas a quienes se puede tutear, pero esperan que a ellos los traten de usted. El problema se agrava, naturalmente, cuando dos personas se consideran facultadas para maltratar al otro. Por ejemplo, muchas trabajadoras del hogar se quejan que los empleados de Wong y Vivanda las tratan con desdén; pero algunos de ellos tienen una queja parecida: "se creen superiores a nosotros".

Un funcionario de una dependencia tributaria recuerda: "Hace poco tuve que explicarle a un señor de la sierra, muy pobre, que su reclamación no tenía fundamento. Sin embargo, me agradeció tanto que lo hubiera escuchado y tratado bien que yo me sentí incómodo, porque era sorprendente una conducta que debería ser normal".

Romper la cadena de la discriminación, dejando de percibir la mayor debilidad de nuestros compatriotas como justificación para maltratarlos, es uno de los pasos fundamentales para hacer del Perú una sociedad más justa y humana. O simplemente, una sociedad.

 

Portada | Mapa del sitio | La Insignia | Colaboraciones | Proyecto | Buscador | RSS | Correo | Enlaces