Portada de La Insignia

20 de febrero del 2008

enviar imprimir Navegación

 

 

Cultura

Mi padre, el doctor Broner


Carolina Broner
La Insignia. España, febrero del 2008.

 

En mi barrio natal, Almagro, hay jerarquías; la más alta la ocupa mi padre; la segunda, su perra, Pandy; después mi madre, más conocida como "la señora de Natalio", y muy por detrás, mi hermana y yo, también conocidas como "las hijas de Natalio" o como "esa que va con Pandy".

Lo de la perra es sencillo: bonita, simpática y con el tamaño perfecto para que los niños jueguen con ella y sus madres la consideren fiable.

Lo de mi padre es mucho más que guapura y simpatía. El doctor Broner es un bioquímico que adora lo que estudió y cree que su formación debe estar al servicio del bienestar de la gente. El doctor Broner es el vecino que está al tanto de que alguien necesita un medicamento, un aparato ortopédico o una consulta con un especialista y mueve cielo y tierra para conseguirlo. El doctor Broner es quien montó lo que llamó "banco de sangre viviente" para un gremio que no tenía dinero para comprar heladeras donde guardar reservas y quien durante años se encargó de hacer análisis periódicos a los posibles donantes. El mismo que tiempo después organizó un banco de medicamentos para una mutual del Gran Buenos Aires, primero con muestras gratis que conseguía en ferias y congresos, y más tarde con una red de contactos con médicos y visitadores de laboratorios.

El doctor Broner es el bioquímico brillante que tuvo que dejar de ejercer por culpa de su enfermedad, pero al que sus colegas siguen respetando treinta años después.

Natalio es el tipo que jugaba a matar ingleses con su hermano y con su primo, y que dejó grabado su nombre en la piedra de una de las paredes del patio de su infancia. Natalio es el que, cuando acababa de llegar a Argentina, creyó que la mejor manera de recordar la frase "murió Eva Perón" era ponerle música y entonarla alegremente por la calle; el pobre crío de diez años que descubrió quién era Evita cuando llegó a casa llorando por los insultos de los vecinos, y su tía le explicó que había estado cantando "algo así como que ha muerto Eva Brown". Natalio es el militante universitario al que los milicos le destrozaron la espalda durante la llamada "Noche de los bastones largos", el militante convencido que consigue que los comerciantes del barrio colaboren con el comedor popular de la vuelta de su casa y que se olvida el bastón en algún cursillo sobre filosofía marxista. .

Natalio es el que siempre dice que está mejor, aun después de pasar una semana en el hospital con neumonía. El que se niega a que sólo se piense en él como un enfermo de esclerosis múltiple. El que sigue andando, con bastones y andadores, pero por sus propios medios, a pesar de que sus resonancias indiquen que hace años que debería estar en una silla de ruedas. El que se olvida de sus cuarenta y pocos kilos y su infinidad de limitaciones, y se ofrece para ir a comprar una pizza con tal de burlar su encierro domiciliario. Natalio es el hombre que le pide a su enfermera que compre una rosa para que mi madre sepa que sigue tan enamorado como el primer día.

Mi padre, Natalio, el doctor Broner, es mi mejor sinónimo de dignidad.

 

Portada | Mapa del sitio | La Insignia | Colaboraciones | Proyecto | Buscador | RSS | Correo | Enlaces