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9 de abril del 2008

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Cultura

Blue Iguana

Iguanas y dólares


Antonio Rivas
La Insignia. España, abril del 2008.

 

«Ella era una muñeca, pero yo sabía que si me descuidaba me pegaría un tiro en la espalda. Las mujeres son así.»

De mediados de los ochenta a mediados de los noventa fueron malos tiempos para la serie negra cinematográfica. Lo que aparentaba ser una inteligente mezcla de revisión y retorno a los orígenes, de la mano de los hermanos Coen, en Sangre fácil (Blood Simple, 1984), se quedó en una pieza de género aislada. Pieza maestra, eso sí, pero aparente final de una forma de entender el género negro en el cine. La leve esperanza de continuidad que dio un año después John Landis con Cuando llega la noche (Into the Night, 1985, algo inferior pero muy meritoria en cualquier caso) fue en realidad el punto de partida de toda una década orientada cada vez más hacia la pirotecnia y la acción, antes que al desarrollo de una trama de intriga clásica con su justa dosis del tinte rojo característico del género. La situación no cambiaría hasta 1995 (Usual Suspects, de Bryan Singer) y 1996 (Fargo, de los mismos Coen que cerraron capítulo diez años atrás). Si bien a dosis mucho menores, desde entonces han aparecido en las pantallas títulos que pueden encuadrarse en esta misma vertiente, si bien a menudo ocultados por la "variante Tarantino" del género y los omnipresentes thrillers de acción.

Durante dicho periodo de sequía se presentó en las pantallas, para alivio y disfrute de los aficionados, una pequeña joya que pasó injustamente desapercibida entre armas letales y películas de intriga-con-sorpresa-final. El año: 1988. A la dirección y guión: John Lafia. La película: Blue Iguana.

Vince Holloway es un detective privado que malvive como cazarrecompensas de segunda. Como suele ocurrir en estos casos, acaba metiéndose en un lío, y la única salida viene de la mano de dos agentes del fisco absolutamente psicópatas que le hacen una oferta que no puede rechazar: ha de acudir a la isla Diablo, un paraíso fiscal situado en el trópico donde todo tiene algún valor excepto la vida de cualquiera, y hacerse con veinte millones de dólares producto del narcotráfico. La situación en Diablo se basa en un delicado equilibrio de poderes entre la gobernante y actual poseedora del dinero, Cora, y Reno, el jefe de la mafia local, ambos con sendos pequeños ejércitos (milicia local y gángsters, respectivamente) a su cargo.

Vince consigue la ayuda de Dakota, la propietaria del Blue Iguana y novia de Reno, y de un joven del lugar, cada uno con sus propios motivos (en absoluto desinteresados) para echarle una mano. Y es entonces cuando la película se convierte en género negro puro y duro. La estrategia de Vince es simple y de eficacia comprobada, al igual que antes que él hizo el agente de la Continental en Cosecha roja: hagamos que se maten unos a otros y recojamos el botín de entre las cenizas.

Tras lo anterior no queda mucho que decir en cuanto al argumento, y no hay sorpresas destacables. Todo se desarrolla como cabría esperar en semejante trama de intrigas y la película no deja de ser una atinada revisión de un argumento conocido, trasladada a otro paisaje y clima. El mérito de Lafia consiste en contar la misma historia de forma que resulte original, hasta el punto de que no se puede dejar de estar pendiente de cuál será el siguiente paso en la escalada de violencia (aunque siempre adecuada y nunca gratuita) que se desata en una tierra caliente.

Por otra parte, resulta fascinante contemplar cómo entre todos los protagonistas de la historia no hay prácticamente nadie que sea trigo limpio, y "escrúpulos" no parece ser una palabra de su vocabulario. Todos miran por su único y propio interés, sin tener el menor reparo en mentir, traicionar o asesinar tal y como los convenga en cada momento. Así las cosas, al final el jefe de los gángsters locales, Reno, resulta ser el único personaje íntegro de la historia, que actuaba (pásmense, señoras) nada más y nada menos que por amor.

Así le va.

Ya he mencionado antes que la película pasó prácticamente desapercibida en el momento de su estreno. El director y los actores eran unos completos desconocidos en su momento (algunos lo siguieron siendo), con alguna excepción sacada de secundarios de lujo (Dean Stockwell resulta impagable como uno de los desquiciados agentes del departamento de impuestos). Y sin embargo, estamos ante la que resultó ser la mejor película de serie negra de toda una década, e incluso, aplicando criterios estrictos en la definición del género, la única. Vayan estas líneas como homenaje a una interesante obra del género injustamente olvidada.


Publicado originalmente en Bibliópolis

 

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