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5 de septiembre del 2007

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Iberoamérica
Argentina

Malvinas: una nueva oportunidad


Vicente Palermo
Club de Cultura Socialista / La Insignia*. Argentina, septiembre del 2007.

 

Sosegada apenas la polvareda de la rememoración malvinense entre abril y junio pasados, un somero examen de la misma hace patente hasta qué punto, hoy por hoy, el término "Malvinas" se ha convertido para los argentinos en un metonímico de "guerra de las Malvinas". Experimente el lector consigo mismo o con cualquier conocido: basta preguntar "¿qué piensa de Malvinas?" para evocar en la mente la guerra y sus consecuencias.

Este comprensible, tal vez inevitable, desplazamiento de los restantes significados del término por parte de uno de ellos, merece la mayor atención. En efecto, si consideramos la "cuestión Malvinas" del modo más abarcativo, salta a la vista que reune al menos cuatro significados muy diferentes: un archipiélago (habitado, dígase de paso); la guerra de 1982; un diferendo jurídico-diplomático interestatal, y una causa nacional argentina. Puede resultar chocante para muchos la distinción entre diferendo y causa; no obstante, pasarla por alto confunde malamente las cosas. Los diferendos territoriales entre estados son corrientes. Argentina y Brasil tuvieron uno en parte de las antiguas Misiones. Un arbitraje internacional permitió dar vuelta la página. Gibraltar es apenas un diferendo entre españoles y británicos. No es causa nacional para unos ni otros. Una causa nacional se erige sobre un diferendo pero constituye, primordialmente, un hecho cultural y político. Es una propuesta de identidad que aspira a tener encarnadura social. Una propuesta que carga al diferendo de valores. Las causas nacionales dicen de sí mismas, a los connacionales que interpelan, que están establecidas en virtud de mandatos en los que se conjugan la identidad y los intereses nacionales; se proponen, por ende, intangibles y por encima de preferencias, valores o intereses "menores" de los ciudadanos. Nada patentiza mejor esta interpelación, en la causa Malvinas, que su cincelamiento en la dura piedra constitucional en 1994.

Ninguna causa debería eximirse del juicio crítico de cualquier ciudadano, y el aliento de la causa Malvinas no nos brinda las mejores propuestas identitarias ni favorece nuestros mejores intereses como argentinos. Con todo, el problema principal es la falta de debate. Hay mucho barullo, poca imaginación, y escasísima discusión pública. Y que la guerra de 1982 haya eclipsado a todas las otras cuestiones ha empeorado las cosas: la causa Malvinas quedó oculta detrás de la guerra, muy bien protegida con el escudo de este acontecimiento traumático, y gracias a ello continúa definiendo los parámetros -la retórica estéril, querellante, autorreferencial- de la política oficial.

El conocimiento de los hechos y el ejercicio de memoria sobre la guerra de Malvinas son indispensables; pero la rememorización ha sido tan obsesiva como limitada en sus alcances. Centrada en el episodio, en sus desencadenantes más inmediatos, en hipótesis causales superficiales (un general borracho, una dictadura acorralada, el fervor patriótico de los argentinos de buena fe y "engañados"), en sus terribles secuelas y en la reprobación del "olvido", dejó de lado la inspección de las condiciones de largo plazo que hicieron posible aquel desastre político y moral colectivo, entre ellas el nacionalismo territorial como propuesta identitaria y su fusión en la poderosa causa nacional de Malvinas.

Ejemplo claro y reciente de esta separación que concentra la atención en la guerra y preserva la causa son las declaraciones formuladas por el canciller Jorge Taiana en Naciones Unidas (Clarín, 22-06-2007): "la dictadura militar... actuó a espaldas del pueblo... apartándose del tradicional reclamo pacífico. Se trató de una decisión equivocada porque el pueblo argentino siempre supo que el ejercicio pleno de la soberanía será recuperado por el diálogo pacífico y diplomático". Que tan descomunal macanazo se profiriera ante un auditorio donde todos saben que todos saben, ilustra cómo la "política" oficial se orienta al consumo doméstico aun en las Naciones Unidas.

Desde luego, esa política es completamente inútil para alcanzar el objetivo que quita el sueño a la ortodoxia malvinera, la "recuperación" de las islas. El embajador César Mayoral, hasta hace poco representante ante la ONU, reconoció, en una mezcla de pena e ingenuidad, que la Argentina no podría, hoy, siquiera presentar exitosamente una nueva resolución (a diferencia de lo sucedido en 1965): "no es fácil conseguir 128 votos ... Quizás España vote a favor, por Gibraltar. Habría que conquistar a los rusos y a los chinos... Podemos volver a la asamblea a plantear el tema con más fuerza, pero sin resolución (Clarín, 19-06-2007)". Gibraltar viene muy a cuento: españoles, británicos y gibraltareños iniciaron un camino de cooperación y diálogo triangular. Desde entonces un manto de neblina cubre el peñón entre nosotros.

Pero dejemos que el objetivo territorial desvele la ortodoxia malvinera; tal obcecación es muy perjudicial para aquellos argentinos a los que nos importa una mejor integración en el mundo, el aprovechamiento de las mejores oportunidades de cooperación ambiental, económica y tecnológica, y el desenvolvimiento de una cultura política y una propuesta identitaria republicana, progresista, distante del territorialismo y del unanimismo de las causas nacionales. Necesitamos más debate público porque, sin él, la política argentina en la cuestión continuará atrapada por la causa; quizás la mejor oportunidad para comenzarlo sea ahora que la rememoración malvinense ha quedado atrás.


(*) Publicado originalmente en el diario Clarín, de Argentina.

 

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