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19 de septiembre del 2007

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Cultura

Carta a Margarita Carrera


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, septiembre del 2007.

 

Muy estimada Margarita:

Le escribo para agradecerle los dos artículos (Prensa Libre, 30 y 31-8-07) que me dedicó con ocasión del Premio Nacional de Literatura, sobre el cual -por cierto- jamás he dicho que creo merecerlo, como usted afirma.

Yo, de ninguna manera la ignoro, como sigue usted afirmando, y mucho menos la olvido como la maestra que me introdujo a la épica griega y a otras expresiones de la literatura, y también a la historia del idioma castellano. Tampoco olvido que fue usted quien presentó mi primer libro, La debacle, en El Café Literario, en 1969. Cómo olvidarlo si yo no sabía si recoger el libro o no, en vista de que usted, sin levantarlo, lo deslizó sobre la mesa para ubicarlo frente a mí, mientras yo esperaba a que lo pusiera en mis manos. Fue cómico. Y sí, yo estaba feliz esa noche porque media guerrilla urbana se había congregado allí para celebrar mi pecado de juventud.

Tampoco olvido sus sinceros juicios sobre mi pésima poesía de la época, los cuales agradezco porque algo habrán tenido que ver con que buscara en el epigrama la única posibilidad de expresión poética en la que me siento cómodo y satisfecho, aunque no descarto que mis Epigramas de seducción le merezcan la misma opinión que mis poemas de antes. La verdad es que hubiese valorado mucho que en aquel entonces me orientara usted sobre en qué consiste la buena poesía, porque como sólo me reiteró que yo no era poeta sino narrador y que debía desistir de escribir poemas, durante un tiempo me sumí en una gran incertidumbre acerca de la estética del verso, convencido sólo de que mi poesía era pésima y sin saber cuáles eran los ingredientes de la calidad poética. Pero, bueno, todos sabemos que esto, en definitiva, es una tarea individual de cada escritor y no de los profesores de literatura, por lo que de ninguna manera debe tomar esta anécdota como un reproche ni mucho menos.

En cuanto a Señores bajo los árboles, el libro está hecho con testimonios reales, tal como usted afirma que está hecho el suyo sobre el obispo Gerardi, pero el ordenamiento y el trabajo artesanal sobre las voces transcritas, implica, en el caso de mi libro, un ejercicio ficcional sobre lo testimonial. Por eso digo que lo que fue real porque ocurrió físicamente, en el libro es ficción. Como usted bien sabe, ficción no es sinónimo de mentira, sino de reordenamiento de lo real para darle viabilidad estética y narrativa.

Ahora bien, su pregunta: "¿Se dignará Morales leer mi obra, a pesar de ser yo mujer?", me desconcierta, porque sólo un hombre o una mujer muy tontos dejarían de leer a alguien por su sexo. Si ese fuera mi caso, me hubiese privado de Safo, de Virginia Wolf, de Clarice Lispector y de la poesía de usted. Y no hubiese recurrido a sus criterios para que juzgara mis primeros escarceos poéticos ni mucho menos aceptado sus duros y sinceros juicios, hasta la fecha. De modo que no creo ser merecedor de la pregunta, la cual reformularía así para cualquier escritora: ¿Será que mi obra merece ser leída por su calidad literaria, independientemente de mi sexo? A lo que habría que responder con el detenimiento y la responsabilidad del caso. Y esta no es la ocasión.

Le reitero mi agradecimiento por las dos piezas que me dedicó, y créame que, con enorme placer y nostalgia, todavía puedo visualizarla gesticulando delante de la pizarra, explicándonos con desbordado entusiasmo su delicada versión acerca de la importancia de Homero y del deslumbrante asalto a la dorada Ilión.

Su estudiante agradecido,

Mario Roberto Morales

 

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