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1 de septiembre del 2007

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Cultura

Maldito parásito, pobretón, mantenido


Marisol García
La Insignia. Chile, septiembre del 2007.

 

Aunque estoy medio resignada a que el próximo presidente de Chile será el hermano del Negro Piñera y no pienso gastar energía en descalificar lo inevitable (menos con esa patética aversión a los buenos negociantes que súbitamente les ha bajado a los izquierdistas más acomodados), no deja de preocuparme que el país de los próximos años sea el de los winners, emprendedores y ejecutivos como únicos modelos de virtud. O quizás ya estamos en eso y yo no quiero darme cuenta. Como sea, agradecería que "vago", "ocio" y "pobre" no se vuelvan aún malas palabras, por favor. Hay otras groserías más justas e imaginativas. Dime cómo insultas y te diré quién eres.

Camilo José Cela se dio una vez el trabajo de antologar los sinónimos que en lengua hispana aluden a la mujer que ejerce la prostitución. Encontró 1.111, y eso fue hace más de cuarenta años (debe haber varios nuevos). En ruso, los insultos alusivos a la madre son más diversos y ofensivos que en otros idiomas, y llegan al extremo del canibalismo con la expresión "cómete a tu madre". Décadas después del Holocausto, los polacos siguen heredándoles a sus hijos la más amplia gama de expresiones ofensivas contra los judíos, y en Asia debe quedar uno que otro maoísta que mira con odio cuando pronuncia su ofensa favorita: "intelectual".

Los datos están en El arte del insulto, estudio lexicográfico de tres académicos españoles (Luque, Pamies, Manjón) convencidos de que el desdén de su gremio hacia las expresiones de ofensa al prójimo los priva de un muy elocuente caudal de señas culturales. A quién insultamos y cómo lo hacemos guarda directa relación con los valores que creemos necesario defender y aquellos vicios que nuestros temores o mezquindades juzgan intolerables. El machista tiene un trato hipócrita con las putas; tal como los franceses, negros, afeminados o pobres les llenarán a otros la lengua de veneno por insondables complejos.

La precampaña presidencial chilena avanza ya sin timideces, y no se nos ocurre manera más precisa de conocer a sus protagonistas que prestándoles atención a sus insultos. Si la repetición de ciertos tópicos sirve para un borrador sociológico más o menos fiable, la saña verbal de nuestros políticos nos revela un país en el que la gravedad de las faltas sociales ya no está dada por la sobreideologización, la falta de honestidad ni la intolerancia, sino por el modo en el que nos relacionamos con el dinero. Para un lado, hacer buenos negocios es indicativo de "incontinencia bursátil" y hasta parentesco con la avidez de la piraña. Desde el otro bando se enrostra la desidia moral que constituiría el parasitarismo del Estado y la aversión al esfuerzo en horarios de oficina. "No le han trabajado un peso a nadie", alude quien antes llamó a sus opositores "vagos" como si dijese "comeniños".

En el Chile lleno de emprendedores, líderes sub-20 y futbolistas concienciados para el triunfo, meditar, sopesar y escuchar son los grandes pecados que obstaculizan el despliegue de la virtud mayor del concretar. Lo demuestran las autoridades ocupadas en una seguidilla de proyectos irrelevantes, tanto como el candidato que cree que el saldo de su cuenta corriente merece ser parte de su currículo. Para alentarse, Sebastián Piñera cerró hace dos días la discusión sobre sus haberes con la famosa frase "dejad que los perros ladren: es señal de que avanzamos". Equivocadamente, se la atribuyó a Sancho Panza, como suelen hacerlo quienes jamás han leído el Quijote. Pero eso da igual: en esta cancha juega el que responde más fuerte, porque el que sabe se queda en la banca.


Publicado originalmente en LUN (Chile), agosto del 2007.

 

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