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21 de noviembre del 2007

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Cultura

Abimael por Santiago


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, noviembre del 2007.

 

«Después de treinta y un años vuelvo a la ciudad antigua/ y en la estación que caen las flores leo vuestra obra./ Que el excesivo descontento no os destroce el corazón./ Siempre habría que tener una visión más amplia del mundo y de las cosas.»

Mao Tse Tung escribió este poema al regresar a Pekín después de larguísimo exilio, en el verano de 1949. El poema muy bien podría servir de introducción a este libro, o por lo menos, de clave para poder leer el pentagrama: porque La cuarta espada se trata, en realidad, de la pesquisa de un joven escritor peruano que, luego de corto pero intenso exilio, regresa con un pretexto perfecto para indagar en la historia de su país. La oculta historia del asesino peruano por antonomasia se convierte en una razón para, de alguna forma, rescatar la necesidad de “ver el rostro del otro” en su verdadera dimensión. Ese rostro del otro que devuelve la imagen especular de uno mismo.

Si bien es cierto que el objetivo principal del libro es entender la alteridad radical que implica el ser humano Abimael Guzmán, más allá de las monolíticas descripciones que lo congelan bajo adjetivos gruesos de monstruosidad, en el fondo, según mi perspectiva, se trata de la puesta en escena de una voz, la del narrador, que indaga por el cinismo de su generación, por la indiferencia de los sectores sociales privilegiados, por los aún vastos abismos entre ricos y pobres extremos, y sobre todo, por los sujetos que formaron parte activa de una guerra que, a su vez, mantuvo a miles en tremenda indiferencia.

“Soy un burgués satisfecho” dice en un momento de su reflexión personal, y luego agrega, “tengo la impresión de ser un turista en el infierno. Sus ocupantes me hablan pero saben que me voy a ir, que este infierno no es mío, que los dejaré a ellos y haré mi notita de prensa al respecto” y estas confesiones de cinismo en voz alta, en realidad, lo que hacen es mostrar entre líneas una culpa cristiana o peruana. La increíble culpa que, encerrada en sí misma y peleándose con su aparente sarcasmo, es la forma de acercarse a un país que uno ama y odia.

Para empezar el “horizonte” al que habla este narrador no es peruano: es un lector que no conoce los “recodos en el camino” para usar una metáfora ad hoc. Las explicaciones son varias, múltiples, y las traducciones de peruanismos a un español normalizado inevitables. Por eso mismo, la tarea es obvia: mostrar al lector no peruano las estrategias que utilizó SL como forma de conectar con las estrategias de terror de otro grupo, muy lejano geográfica e ideológicamente, Al Qaeda. No es explícito; pero la imagen de Guzmán en traje a rayas “conecta” en este sentido. Sin embargo como sostiene Mijail Bajtín: unas son las intenciones del autor, y otro su resultado concreto. Y en este caso, la historia de Guzmán, es una extraña manera de volver al Perú.

A pesar de esta vocación por mostrar un personaje más real que las caricaturas de siempre, Roncagliolo lamentablemente no logra un asunto fundamental: entrevistar al objeto de su biografía. Su mayor acercamiento es una entrevista con Elena Iparraguirre, otra con Manuel Fajardo y frustrados encuentros con Morote y otros dirigentes. Se entiende que es un libro apresurado —esto precisamente lo comenta el narrador al principio— y he ahí su mayor debilidad, pues no es lo mismo investigar para un reportaje (aunque sea en varias entregas) que para un libro. El investigador-autor debió plantarse en exigir mayores tiempos, finalmente no es el editor sino el autor el responsable de su prestigio (que será su arma y su escudo siempre).

Otra debilidad del texto son algunos comentarios que se afirman rotundamente pero cuyas fuentes no son certeras. El uso del “dice esta fuente que dicen o que dijo X o Y” no es pues la mejor manera de investigar sobre un tema con demasiadas asperezas y ambigüedades. Sin embargo, a pesar de estas “debilidades”, es un libro muy importante para nuestra identidad como nación, pues no reduce al otro a la monstruosidad, sino que indagando en su humanidad, saca a la luz otras motivaciones más allá de las políticas usuales.

El texto da a conocer detalles de la infancia de Abimael y el abandono de la madre, indaga sobre la existencia de un romance en sus primeros años de universitario en Arequipa que, al parecer, tuvieron como resultado una hija; asimismo, deja en claro que su mayor virtud como “intelectual” ha sido estar atento a los cambios estratégicos de los diversos gobiernos de turno; y que finalmente el “partido tenía mil ojos y mil oídos” pero una sola y autoritaria voz: la de él mismo. También lo muestra como un dirigente que no tocaba armas, que estaba fuera del teatro de operaciones, y que se mantenía es una especie de burbuja panóptica. A su vez, Roncagliolo llama la atención sobre los errores que llevaron a la caída de la cúpula: casi todos pecados de pasión amorosa.

A pesar de algunas metáforas no tan acertadas —que han sido pasto de muchos blogs que se fijan en la astilla y no en la viga— y de errores como no hacerle el seguimiento a la tesis que Guzmán presentó en la UNSA sobre Kant —y que, intuyo, debe plantear muchas explicaciones sobre su posterior recorrido— el libro es una entrega honesta sobre un tema que nunca nadie había tratado de esta manera.

 

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