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12 de noviembre del 2007

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Cultura

Mi mala pata con Los Patita de Perro


Paul Medrano
La Insignia. México, noviembre del 2007.

 

Supe de Los Patita de Perro por su tercer disco, que encontré en un tianguis de disqueras independientes. Al pedir referencias al tendero sobre el cidí se limitó a decirme que era "rock para niños". Pero Los pata contraatacan resultó ser algo más que una simple producción infantil: una propuesta crítica, sensible y consciente del entorno sociopolítico.

La semana pasada estuvieron en el Festival Internacional de La Nao, en Acapulco. Me habían encargado una crónica, lo cual me preocupó al percatarme de que el texto de marras podría quedar como hecho, precisamente, con las patas. Olvido mis complejos y me voy al lugar que marca la festividad, que me recibe con la desagradable noticia de un cambio de sede: los asistentes al zócalo de Acapulco tendremos que sudar otros 10 minutos para llegar al parque de la Reina.

Aunque sé que la puntualidad es mala, llego con media hora de anticipación. Me arrepiento casi al instante; el lugar está bañado por un sol aún fuerte que obliga a hacer fila en los refrigeradores que expenden ese refresco de cola que tanto satisface mis lombrices ávidas de glucosa. El escenario todavía está en construcción. Casi no hay gente. La pila de mi teléfono se acaba y descubro que no llevo bolígrafo.

Media hora después mis penas son menos con una botella de 600 mililitros del vino americano. Viene a mi mente la letra de Corazón de coca: "Corazón de coca tan negro y palpitante/ que sólo caries en mi boca dejaste/ y ahora vagan en mi mente los recuerdos felices/ y ahora tengo la barriga llena de lombrices". Los asientos empiezan a llenarse. Sube al escenario un grupo de música calentana, que arranca tímidos aplausos al respetable, quizá porque muchos de los asistentes son menores de edad.

Me alejo del lugar para encender un Camel y escucho de lejos las coplas de Los Salgado. Tras varias caladas miro un rostro conocido: es Nacho Pata, el bajista, que con cara de turista camina entre la gente. Responde mi saludo con cara de y quién es este güey. Mas cambia de semblante cuando le informo de que me gusta su música y que estoy ahí para escucharlos. En eso se acercan los otros dos miembros de la banda: Paco y Charly Pata. Tras una breve charla, hago una pregunta que al pronunciarla me suena a que he metido la pata:

-Oigan, ¿y traen, discos o playeras?

-Sí -me responde Nacho-, si quieres vamos para que las veas, porque nos quedan pocas.

Trato de no verme tan canino como los agentes de Tránsito y les propongo que mejor la escojo al final del concierto.

Con 13 años de existencia, Los Patita de Perro han grabado cuatro discos y un dividí, y recientemente, Nacho ha publicado el libro Cuentos pulgosos. Aunque es una propuesta infantil, resulta más madura que muchas otras que se dicen "serias" o para un público más "adulto". Lo que hacemos es no tratar a los niños como tontos, dice Charly Pata, y así lo hacen. Lo auténtico y profesional de su música los ha llevado a hacer duetos con Armando Vega-Gil, Paco Barrios el Mastuerzo o el mismísimo Guillermo Velázquez y sus Leones de la Sierra. Al bellopuerto llegan procedentes de una gira por Chile, Colombia y Monterrey. De aquí se irán a Canadá, para regresar a Guadalajara, Oaxaca, el DF, Puebla y un largo etcétera.

El concierto arranca con Pon Pin: "Pon Pin es un muñeco/ muy naco y barrigón/ pues nunca fue carita/ además de ser sangrón". Un público novato para este tipo de propuestas para niños, en un comienzo no sabe si reir o salir corriendo. Hay una barrera entre el escenario y los músicos, que Nacho rompe en mil pedazos:

-Gracias, público de Michoacán, por recibirnos en esta internacional feria del aguacate.

Los adultos ríen, los niños también, quizá porque sus padres lo hacen, o porque "aguacate" suena chistoso. Nacho, Paco y Charly enseñan al respetable a hablar en idioma marciano, la pronunciación correcta de "chale", a hacer la seña roquera y a increpar a los tamarindos, como su tema Motoperros: "Qué pasa cuando cruzas una rata y un marrano/ le sueltas la cadena y le quitas el bozal/ le pones en la choya un casco de marciano/ y lo mandas en su moto a patrullar por la ciudad".

Aunque el concierto no es largo, logra esa comunión necesaria para llegar a un final de antología: comandados por Los Patitas, unos 20 niños arriba del escenario brincan cual chapulines oaxaqueños al tiempo que gritan términos que aún no comprenden pero que seguramente los marcarán: "¡fraude electoral! ¡fraude electoral! ¡fraude electoral!" o "¡espurio! ¡espurio! ¡espurio!" Abajo, seguramente hay más "niños de bigote" que también gritan en silencio al ritmo de varios riffs.

Antes de terminar, padres e hijos caen sobre la chica que vende los discos y playeras. Pienso en empujar a varios chamacos para ganar un lugar y recuerdo que Los Patita de Perro repasaron los derechos de los pequeños. Cuando pregunto si quedan camisetas, la chava niega con la cabeza mientras cuenta el cambio que dará a un niño con disco en mano y sonrisa rebosante. Hago una pataleta y me alejo de ahí con la cola entre las patas, pero satisfecho con el niño que todos llevamos dentro.

 

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