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3 de noviembre del 2007

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Cultura

Nadie sabe mis cosas. La poesía de Blanca Varela

Blanca Varela


Mariela Dreyfus y Rocío Silva-Santisteban
La Insignia. Perú, noviembre del 2007.
Prólogo de Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela.
Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2007.

 

Nadie sabe mis cosas

En el año 2000 empezamos este proyecto con un propósito inicial modesto: publicar una selección de textos críticos sobre la poesía de Blanca Varela que no iba a pasar de unas pocas páginas dirigidas básicamente a especialistas. Conforme fuimos comentándoles a críticos, escritores y amigos esta idea, percibimos el creciente interés por colaborar con este proyecto y poco a poco fue cobrando las dimensiones actuales y cambiando el horizonte de recepción. Estando así las cosas trocamos nuestro objetivo inicial y asumimos que sería mucho más completo un libro que se beneficiara, de alguna manera, del formato reader que utilizan las editoriales estadounidenses reuniendo un conjunto de textos imprescindibles sobre un autor o tema previamente publicados además de los ensayos inéditos que ya teníamos. Por esto mismo decidimos incluir algunos textos pioneros sobre la poesía de Blanca Varela como son los ensayos de Paz, Paoli, Oviedo, Gazzolo, Sobrevilla y Castañón, así como otros que, aún habiéndose realizado posteriormente, presentaban análisis publicados en revistas que debían reunirse en un solo volumen como los de Casteñada y Togushi, Valcárcel, Cárcamo, Chirinos, Suárez, Reisz, Rebaza y Silva Santisteban. Asimismo se incluyen una antología realizada por la propia autora en enero de 2005, una bibliografía amplia, un primer esbozo de cronología y un conjunto de fotografías, casi todas inéditas, acompañadas de breves leyendas biográficas. Este es el libro que tiene entre manos: un justo reconocimiento y homenaje a una escritora que ha palpado con sus letras la historia, dura y difícil, de la cultura peruana de los últimos años.

No obstante, es preciso empezar por los inicios, los primeros y tímidos encuentros con la ciudad letrada, de una autora que siempre tuvo una relación tensa y prolífica con ella. En 1957, Sebastián Salazar Bondy y Alejandro Romualdo, el poeta puro y el poeta social, deslindan con toda diferencia grupal para editar y prologar la Antología general de la poesía peruana; en esta antología se incluyen por primera vez en algún libro de literatura peruana dos poemas de Blanca Varela. Se trata de una edición anterior a su primer libro de poesía, Ese puerto existe. La nota que precede a los textos presenta este libro con el título "Primer baile" que luego fue descartado.

El primer libro de Blanca Varela se publicó con un prólogo de Octavio Paz el año 1959 por la Universidad Veracruzana. El prólogo, que incluimos en esta edición, no sólo fue un "espaldarazo" como lo han comentado algunos, sino que significó, como lo han señalado otros, una pauta de interpretación fuerte, un camino marcado para las exégesis posteriores, una ruta muchas veces difícil de desmarcar. Paz, en este prólogo, sostiene, entre otras cosas, que "nada menos femenino que la poesía de Blanca Varela, pero al mismo tiempo, nada más valeroso y mujeril" planteando uno de los derroteros de la crítica, quizás el menos transitado, esto es, el tema de "lo femenino", la cuestión del género del autor en relación con su producción artística, y las diferencias entre una supuestas características de esta poesía subalterna y femenina con otra "mujeril". Paz, luego de plantear otro par de rutas que retomaremos más adelante, persiste en su intención de sacar a Varela de todo espacio "femenino" o de cualquier "subcategoría" para, en un gesto de retruécano que se puede leer casi como tautología, proponer una salida: "¿Por qué no decir, entonces, que Blanca Varela es, nada más y nada menos, un poeta, un verdadero poeta?". En este libro, Susana Reisz, Bethsabé Huamán, Yolanda Westphalen y otras críticas, dialogan y discuten con Paz, sostienen que lo femenino se ha leído siempre siguiendo esta pauta, y proponen otras interpretaciones igualmente sugerentes.

A su vez la otra ruta que señala Paz para interpretar la poesía de Varela es su genealogía surrealista, no de escuela a la manera de asumir los postulados de los manifiestos, sino de "estirpe espiritual", de conexión estética. Sin duda las conexiones con el surrealismo también se articulan en torno a ciertos temas, ciertas presencias pictóricas, por ejemplo, y por lo mismo, una de las secciones de este libro está dedicada a las conexiones entre la plástica, ciertamente de estirpe surrealista, y las inquietudes que pintores y escultores como Giacometti o De Chirico, despiertan en nuestra autora. Rossella di Paolo y Luis Rebaza abordan esta fecunda relación en varios de los poemas tempranos de Varela. Finalmente, otro de los ejes críticos que propuso Paz en su comentadísimo prólogo, es la idea de una severidad expresiva en los poemas varelianos. Para plantear este rigor poético, que no necesariamente se traduce en una contención lírica puesto que Varela a su vez es autora de poemas largos y frondosos, Paz echa mano de una metáfora que ha sido posteriormente muy citada, comentada y, por supuesto, criticada: "Blanca Varela es una poeta que no se complace con sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo". De esta frase se desprende la idea de que como "verdadero poeta" es mejor callarse que excederse en palabras y que, Blanca Varela, prefiere el silencio que otorga significación al exceso que deviene en sinsentido. Alguna crítica ha querido leer en esta exégesis otra interpretación de la poesía escrita por mujeres, de la poesía "femenina", que a veces calla como "treta del débil", esto es, como forma perpendicular de evitar la dominación, como una manera de decir con el silencio. En medio de todas estas interpretaciones vale la pena recordar, a su vez, ese poema corto de Paz, "Las palabras", que al principio de una serie de imperativos con los cuales describe la relación del poeta con las palabras -poeta que a su vez es encarnado por un buey, un toro, un gallo galante y un cocinero-, es decir, por un autor varón y su relación tensa y desequilibrada con el lenguaje y la escritura- suelta en un paréntesis el famoso "(chillen, putas)". Extraño vínculo del poeta "gallo galante" que debe provocar y coger del rabo a las putas palabras para que chillen y esta otra concepción del trabajo con el lenguaje: la mujer que deviene en verdadero poeta aprende a callarse a tiempo. Sin duda esta otra ruta propuesta por Paz es también analizada en la tercera sección que tiene como eje las genealogías literarias de Varela por varias autoras como Coté, Ghersi, Ollé, Ortega, Suárez, Castañeda y Togushi.

Años después de la publicación de Ese puerto existe, algunos pocos críticos leyeron y comentaron la poesía de Blanca Varela con mayor profundidad que las simples reseñas periodísticas, aunque es preciso mencionar que la reseña de Canto Villano de Ricardo González Vigil de 1976 es una buena excepción; estos primeros ensayos críticos son textos fundacionales que significaron, para quienes vinimos después, puertas de entrada a la recepción de una poesía compleja, abstracta, aparentemente fácil pero de significaciones múltiples, densa y, a veces, oscura. Estos textos son los trabajos pioneros de José Miguel Oviedo, Roberto Paoli, Ana María Gazzolo, James Higgins, Abelardo Oquendo, David Sobrevilla, Américo Ferrari, Reynaldo Jiménez y Adolfo Castañón, algunos de los cuales incluimos en este volumen. A su vez, el poeta Javier Sologuren, miembro de la llamada Generación del 50, publicó una antología de la poesía de Blanca Varela titulada Camino a Babel en las ediciones populares que fomentaba la Municipalidad de Lima bajo el régimen de Alfonso Barrantes. El libro significó la difusión a nivel popular de una autora que, en ese entonces, comienzos de la dura década del 80, empezaba a considerarse como una poeta "de culto" entre los poetas jóvenes y los estudiantes de literatura.

Desde finales de los 70 y durante toda la década del 80, Blanca Varela calló por muchos años. Su parquedad poética se trastocó además en parquedad social: durante la década del 70 se dedicó trabajar como comentarista de libros en revistas como Amaru y como crítica de cine bajo el seudónimo Cosme en las páginas de La Prensa, sin participar activamente de la vida literaria limeña. A pesar de su opción clara por la huida del mundanal ruido de la ciudad letrada, hizo algunas excepciones y salió la palestra limeña para participar en algunos recitales colectivos como el que organizara el recordado poeta Césareo Martínez en el otrora Instituto Cultural Peruano-Soviético. Fueron a su vez años de trabajo constante como directora de la filial peruana del Fondo de Cultura y como presidenta de la sección peruana del PEN Club. Es durante estos años que el crítico y poeta Edgar O 'Hara publica una entrevista larga en la revista Debate así como un poema-homenaje titulado "La diosa blanca de Barranco". Christine Graves, asimismo, defiende en 1979 en la Universidad de San Diego, una de las primeras tesis dedicadas a la poética vareliana titulada originalmente en inglés "La poesía de Blanca Varela, un gesto de amor en la oscuridad: estudio crítico y traducción de Luz de día y Canto Villano".

Durante estos años, y a pesar de la entrega de su poesía reunida Canto Villano en edición del Fondo de Cultura Económica y de algunos poemas "nuevos" que aparecieron como un bonus track de la edición de 1986, Blanca Varela recién volvió a publicar un libro completo en 1993 bajo el sello de Jaime Campodónico. Se trata de un texto que, de alguna manera, significó un quiebre con su propuesta estética anterior aunque, paradójicamente, no con la publicada posteriormente durante los primeros años del nuevo milenio. Este libro, Ejercicios Materiales, aparecido después de 15 años de silencio, planteó el tema de la corporalidad y de la carne como eje central del texto, en un diálogo siempre tenso con dios (y con Dios). El título evoca directamente a los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, esto es, aquella práctica de rigor espiritual que lleva hacia el discernimiento y el control del mal espíritu, sólo que en versión laica, agnóstica y, de alguna manera, blasfema. Eduardo Chirinos, en un excelente acercamiento desde la ascesis de los ejercicios ignacianos, plantea una red de vínculos nodales con el texto de Varela en su ensayo "El reptil sin sus bragas de seda".

Con la publicación en 1997 del homenaje de la revista Casa de Cartón, se difunde nuevo material sobre nuestra autora, así como una entrevista larga, que incluimos en el presente volumen, realizada por Rosina Valcárcel, en la que expresa por primera vez una interpretación personal de su relación con los "valses", con la música criolla, con la formación criolla en la primera infancia; así como su ruptura con esta tradición al emprender su viaje a Europa y su encuentro con la modernidad literaria y con la filosofía existencialista (sobre todo con las dos Simone, Weil y Beavouir). En esta revista, aparece por primera vez el artículo de Esther Castañeda y Elizabeth Togushi sobre la genealogía femenina de Blanca Varela que se incluye en el presente libro. Esta genealogía no sólo se remonta a su madre, Esmeralda González (bajo cuyo seudónimo, Serafina Quinteras, escribió varios valses criollos), sino también a su abuela, Delia Castro y a su bisabuela, Manuela Antonia Márquez, una estirpe de mujeres periodistas, intelectuales, librepensadoras, y sobre todo, trabajadoras convencidas del valor de la palabra.

Aunque en 1993 la editorial española Icaria había publicado una antología de poemas de Blanca Varela con prólogo de Jonio Gonzáles, es recién en 1998, con la antología publicada por Visor, Como dios en la nada (1949-1998), que Blanca Varela ingresa al mundo editorial de España. Al año siguiente, bajo el sello valenciano Pre-textos, se edita un nuevo poemario de Varela, Concierto animal, y en los albores del nuevo siglo, la editorial catalana Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores lanza Donde todo termina abre las alas. Poesía reunida (1949-2000), que reune en un solo y hermoso volumen toda la producción poética de Varela hasta la fecha, incluyendo el conjunto inédito, El falso teclado. Esta edición consta además de un esclarecedor prólogo, "Blanca Varela: la poesía como conquista del silencio", de Adolfo Castañón, y con el singular epílogo, "Hablo con Blanca Varela", a cargo del poeta español Antonio Gamoneda, donde éste establece una suerte de lectura dialogada con varios de los poemas emblemáticos de Varela. En esta línea de interpretación, que Susana Reisz denomina acertadamente como una hermenéutica poética, se inscribe también uno de los textos de la propia Reisz, así como los ensayos de Pollarolo, Negroni y Dreyfus incluidos en la séptima sección.

En la última década, la más bien parca producción de Varela se ha visto ampliada con tres nuevos conjuntos, El libro de barro, Concierto animal y El falso teclado, que nos muestran a una escritora en pleno dominio de sus recursos, ahondando, con el rigor verbal y la densidad conceptual que la caracterizan, en los que podrían considerarse los motivos centrales de su poética a partir de Ejercicios materiales: el cuerpo, como espacio para la gestación (cuerpo materno) y el deterioro; la conciencia respecto a la contingencia del ser y la consecuente imprecación a la divinidad (o a su ausencia); la muerte, incesantemente descrita, enfrentada y hasta engalanada con una actitud despiadadamente lúcida y serenamente resignada a un tiempo. Los ensayos de Franco y Vich, agrupados en la sección "Cuerpo, maternidad y muerte", precisamente inciden en estas recurrencias temáticas y su magistral expresión poética, mientras que en la novena sección se incluyen textos críticos que analizan las tensas relaciones que en la poesía de Varela se recrean entre modernidad y tradición (sobre todo en su poema "Valses"), así como entre lo femenino y lo normativo del lenguaje, en textos de Reisz, Ortega, Silva Santisteban y Wetsphalen. En este libro hemos incorporado, además de la entrevista de Valcárcel redactada a manera de testimonio, una mucho más breve, pero igualmente intensa de la poeta venezolana Yolanda Pantín. Finalmente Bethsabé Huamán se encargó de recopilar una amplia muestra bibliográfica, esperemos que sea útil al investigador literario y a los universitarios interesados en trabajar sobre la obra vareliana; no obstante, sabemos que el profesor Richard Caccione, desde hace más de seis años, está recopilando una bibliografía muy pormenorizada que esperamos sea publicada en breve.

La obra de Varela, además del importante reconocimiento internacional que obtuvo al otorgársele en el año 2001 en México, el Premio de Poesía que lleva justamente el nombre de su amigo y mentor, Octavio Paz, en virtud de una trayectoria que, por su intensidad y su belleza, la coloca como una de las voces fundamentales de la lírica hispanoamericana contemporánea, ahora se ha visto nuevamente distinguida con el Premio Lorca - Ciudad de Granada otorgado el año 2006 y el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que conceden el Patronato Nacional y la Universidad de Salamanca del año 2007, ambos al conjunto completo de su obra. Esta presencia no sólo imprescindible sino incluso rectora en el ámbito poético, se evidencia también en la participación de Varela, al lado de los españoles José Angel Valente y Andrés Sánchez Robayna, así como del uruguayo Eduardo Milán, en la configuración de Las ínsulas extrañas, polémica antología publicada por el sello Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores en el año 2000, que constituye un muestrario esencial de la poesía escrita en español en la segunda mitad del siglo XX.

Esencial, además de impostergable, nos resultaba también la publicación de este conjunto de reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela; un volumen que incluye una pluralidad de lecturas, abordadas desde distintas perspectivas y tendencias críticas, pero que responden con igual solvencia al imperativo de acercarse, con inteligencia y rigor, a la magnífica obra vareliana. Lo que más nos alentó de este proyecto fue justamente la variada y selecta nómina de catedráticos, ensayistas, poetas y escritores, incluyendo el entusiasmo de Mario Vargas Llosa, quienes respondieron afirmativamente a nuestra invitación para contribuir con este volumen crítico que es al mismo tiempo un homenaje a Varela, a su honestidad y a su talento para enfrentarse al acto de escribir. Testimonio de la alta, insobornable, calidad poética de su autora, es la antología de sus textos, seleccionada por ella misma para este conjunto.

Por otra parte, el archivo fotográfico que tan generosamente puso Varela en nuestras manos, ilustra con claridad el derrotero artístico y vital de nuestra poeta; allí están consignados tanto su etapa de aprendizaje, transcurrida entre las aulas de la Universidad de San Marcos y las mesas de la Peña "Pancho Fierro", como sus años de residencia en el bullente y bullicioso París de la posguerra, donde acontece el encuentro con intelectuales y artistas europeos de la talla de Sartre, Beauvoir, Michaux, Giacometti y Léger, y, entre los latinoamericanos, el ya mencionado Octavio Paz, así como Carlos Martínez Rivas, Julio Cortázar, y los pintores Rufino Tamayo, Roberto Matta y Wifredo Lam. De su estadía en la ciudad de Washington, Estados Unidos, a finales de los cincuenta, resulta fundamental el nacimiento de su segundo hijo, y su amistad con la crítica de arte, Dore Ashton. De su posterior y definitivo regreso a Lima -"No puedo ser sin el Perú", manifestó en una entrevista publicada en el diario La República en abril de 1989-, son relevantes su dirección, durante más de una década, de la filial peruana del prestigioso sello mexicano "Fondo de Cultura Económica", así como la confirmación de la larga amistad con el poeta Emilio Adolfo Westphalen, y su contribución esporádica con la ya mentada Amaru, revista que éste dirigió durante la década del 60.

Agradecemos al Fondo Editorial del Congreso de la República por su apoyo incondicional en esta empresa; en este sentido, el entusiasmo cómplice de su director, Rafael Tapia, así como la gestión personal de Javier Diez-Canseco y del presidente actual del Congreso, Luis González Posada, resultaron cruciales para llevar a cabo la publicación de Nadie sabe mis cosas. Queremos agradecer especialmente a Rafael Espinosa, quien asumió como suyo este proyecto, y precisamente por su rigor y entrega, tiene el lector un texto limpio y coherente, así como a Angela Kuroiwa por su complicidad. Gracias también a Bethsabé Huamán, talentosa crítica y narradora, por su labor en uniformizar los textos y en especial a Patricia Pereyra, Vicente y Fernando de Szyszlo por ayudarnos con el material gráfico y cedernos el poemas inédito y autógrafo que también incluimos.

El título del volumen, valga la explicación, lo hemos tomado de un poema de Varela incluido en su conjunto "Valses y otras falsas confesiones"; nos pareció idóneo para resumir, en una imagen poética, varios puntos: en primer lugar, la parquedad editorial y pública de la autora, su vocación por mantenerse oculta, cuando no distante, siempre al margen de grupos y etiquetas literarias; en segundo lugar, esta frase condensa la tremenda complejidad del universo poético de Varela, que jamás le ofrece al lector claves evidentes ni placenteras respuestas, sino que lo invita, con despiadada lucidez, a caminar sobre esa línea de mortal del equilibrio que es su poesía, siempre áspera porque tierna, siempre discreta porque reveladora, siempre descarnadamente sincera y sabia. Finalmente, confiamos en que la totalidad de los ensayos aquí reunidos, nos permitirán por fin conocer, o al menos indagar, intuir y señalar, algunos de los enigmas fundamentales que sostienen la espléndida y singular escritura poética de Blanca Varela.


Nueva York - Lima, septiembre de 2007.

 

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