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La insignia
24 de mayo del 2007


Perú

Se necesita muchacha (II)


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, mayo del 2007.

Con la colaboración de Daniela De Orellana y León Portocarrero.
Fotografías de Giancarlo Tejeda


"A veces los empleadores hacen cosas como pedir plata prestada a la trabajadora. Conocemos el caso de una trabajadora que laboraba para una anciana, y la señora ya no tenía dinero. Entonces ella seguía trabajando en esa casa gratis y además en otras casas para solventar los gastos de su patrona. Lo hacía porque había establecido una relación de afecto con la empleadora, pero esas relaciones son dependientes por un solo lado. El problema es complejo" nos dice Blanca Figueroa, una de las personas que viene defendiendo los derechos de las trabajadoras del hogar desde 1974 y hoy asesora La Casa de Panchita.

Pero si es como de la familia…

Este es el ejemplo más claro de la relación de dependencia que surge entre la trabajadora del hogar y la empleadora cuando no se toma en cuenta que se trata de una relación laboral. Y es también una de las excusas para no retribuir adecuadamente o para evitar pagar un sueldo mensual pues se alega que se trata de una "relación cuasi-familiar" en tanto se desarrolla dentro del hogar. Pero a pesar de la cercanía, a pesar de esa intimidad muchas veces de ida pero no de vuelta, a pesar de las confesiones que la empleadora pueda realizar, incluso si están salpicadas de lágrimas o de dolores de cabeza, la relación entre ambas no es familiar sino laboral. Eso debe quedar siempre meridianamente claro.

Si la crueldad con que se trata a muchos adolescentes y niños que se ganan la vida como sirvientes se sustenta en una compasión mal entendida y la caridad cristiana es el camuflaje perfecto, en el caso de otras mujeres, tanto o más curtidas que la empleadora, la relación se disfraza de una extraña dependencia emocional. "La trabajadora del hogar siempre anda cruzando los dedos para que los empleadores no se peleen porque después se la descargan con ella. Además está el dilema de ver y escuchar todo. Incluso los celos… la empleadora quiere que le cuente todo lo que le escucha hablar al señor por teléfono y viceversa. '¿La señora con quién sale? ¿quién la llama? y la otra, igual. Entonces la trabajadora no sabe si decir o callar" sostiene Sofía Mauricio, ex trabajadora del hogar y ahora directora de La Casa de Panchita, pero puntualiza que "no eres parte de la familia, nunca lo vas a ser porque tú has sido contratada para cumplir una función. Esa chica tiene su familia, no acá pero sí en su pueblo. Que en términos de confianza haya una mejor relación, perfecto, pero porque yo me llevo bien en una empresa no soy parte de la familia del jefe".

Sin embargo, a pesar de "ser de la familia", muchas veces se les designa otros espacios para que coman e incluso cubiertos marcados y separados, como si se tratara de una persona con una enfermedad. Hay un sentido común racista, soterrado en el tejido social peruano, que adscribe a los seres humanos vistos como "inferiores" una cierta condición de impureza contaminante. "Es como automático: tiene su plato, su cubierto, su taza, tu baño. Es decir, el empleador la separa. No obstante, tiene todo el día a los niños cargados, juega con ellos, ¿cómo es posible, si es un ser tan impuro y sucio, que críe a los hijos?" -refuerza la idea Wilfredo Ardito, de la Mesa contra la Discriminación de APRODEH.

Esta doble moral se puso en juego desde que, durante el s.XVII y hasta bien entrado el s. XIX, se requerían a las "amas de leche" o nodrizas que en su mayoría eran indígenas o mulatas. Un aviso publicado en El Comercio el 16 de julio de 1854 dice "NECESITA un ama de leche que sea sana y sin vicios con preferencia si es morena, en la calle de las Mantas No 32 en los altos darán razón". Las amas de leche, que al parecer se pusieron de moda por la influencia alemana de los colonos de Pozuzo, daban de lactar a los hijos de los patrones pero sólo los tocaban a través de tules: la piel era contaminante pero la leche no. Absurdas sofisticaciones de nuestro racismo criollo.


Mi cuarto no tiene puerta

"¿Ver la televisión? No, no, la señora tiene, pero no creo que me daría la señora. Sólo para sus hijos y para ella no más en su sala y no me puedo sentar ahí" es lo que me contesta Teodora Huamán Flores, 19 años, estudiante de quinto de media en la escuela nocturna, y trabajadora del hogar en el Cuzco, cuando le pregunto sobre las facilidades de descanso durante su jornada laboral. Ella, a diferencia de los testimonios de algunas de sus compañeras publicados en el reportaje anterior, no ha sufrido maltrato físico ni sexual, pero la discriminación, el maltrato psicológico y lo que es peor aún, el acoso moral, han sido permanente durante toda su vida. "Mi cuarto es chiquito no más, mi cama no más entra y yo también y un poquito espacio y con la puerta abierta no más. No tengo llave de la puerta, no se puede cerrar, porque están metidos las cosas de la señora" termina confesando.

La precariedad del espacio disponible para dormir, incluso sin ninguna intimidad, es el lugar común de los dormitorios de las empleadas. A veces se les acondiciona los bajos de una escalera sin ventanas ni otro ducto de aire que la puerta, o en la misma cocina se habilita una cama de campamento o un simple colchón al suelo. La arquitecta Roxana Correa recuerda que un propietario muy orgulloso del diseño de su casa a todo lujo, le enseñó una hornacina de tres niveles en un pequeño habitáculo cerca de la cocina. Ella pensó en un tipo novedoso de alacena o despensa, pero el propietario le explicó que se trataba de la máxima economía de espacio para el uso de tres empleadas domésticas. No debe sorprenderle a nadie que las habitaciones de la llamada "zona de servicio" siempre sean más pequeñas, los baños no tienen lavamanos, sino sólo ducha e inodoro (los arquitectos imaginan que las empleadas se lavan las manos cuando restriegan las ollas). Estas medidas y otros detalles forman parte del Reglamento Provincial de Construcciones de los distintos municipios y, a pesar de que se exige un mínimo de 3 mts de largo y 2 mts de ancho para una habitación de servicio, muchas veces en estos pequeños espacios deben vivir dos o más trabajadoras, incluso, con sus hijos pequeños, durmiendo una sobre otra en camarotes. El dormitorio de servicio de mi propia casa, felizmente deshabitado, contiene dentro la caja de luz del departamento. ¿También estará reglamentado un peligro así?

La historia de los espacios de servicio, según el arquitecto Juan Günther, se remonta a la colonia y a la zona llamada "el común", donde vivían los esclavos, los sirvientes, los caballos y hasta los perros, al fondo de la casa y frente a la huerta. Este sistema funcionó tal cual hasta el s.XIX cuando, debido a la influencia del diseño francés, se pasa a crear el espacio doméstico en la buhardilla que, durante el s.XX, deviene en cuartos pequeños en la azotea de las casas. Siempre junto a los perros y palomas. En un informe de Manuel Rodríguez Lastra sobre disposiciones arquitectónicas del espacio de servicio en las casas sostiene que lo óptimo es que tanto la trabajadora como los empleadores, compartan todas las áreas. Pero la "diferencia" con la empleada está tan insertada en la mentalidad del peruano que, inclusive, el Hotel Ocucaje brindó el año pasado una tarifa especial para amas por año nuevo: "Pero las amas no participaban de las actividades recreativas del hotel, tenían su propio comedor y sus propios baños aparte e iban a dormir en la sección de esclavos de la hacienda, se conozcan o no se conozcan", recuerda Wilfredo Ardito. Por unos cuantos dólares menos.


Relaciones de servidumbre

Paseando al perro

En 1973 Alberto Rutte García publicó el primer trabajo pormenorizado sobre las empleadas del hogar titulado, a tono con las telenovelas de la época, "Simplemente explotada". Tras 34 años de escrito el diagnóstico es casi el mismo: las leyes mantienen el término "ocho horas de descanso" dejando libre la posibilidad de 16 horas de jornada laboral; se regula un descanso semanal de 24 horas; la CTS de ahora, igual que la de antes, es 15 días por año de servicio, y las vacaciones son de 15 días al año. "¡Cuando el resto del mundo, del Perú, tiene un mes de vacaciones! Además no establece un sueldo mínimo, entonces la trabajadora está desprotegida", nos dice Cristina Goutet, la autora de Se necesita muchacha, libro prologado por Elena Poniatowska. En efecto, los cambios en la legislación, pocos, insisten en construir una relación laboral moderna: el término patrón o patrona ha sido descartado por el de empleador y se ha incluido a las trabajadoras del hogar dentro del Seguro Social. Pero en tanto no hay sueldo mínimo, y las trabajadoras sigan ganando incluso 150 soles, la posibilidad de que entre empleador y empleado se coticen los 117 soles que exige Essalud, es muy remota.

Y es que, a pesar de las exigencias para mejorar nuestro sistema laboral, las relaciones de las empleadas del hogar siguen siendo de pongaje. Por eso los términos de trato personal muchas veces son de "choleo" y no se acepta la autonomía de la trabajadora como sujeto. Como sostiene Alberto Rutte se espera que la empleada sea una persona sumisa, obediente, que responda acríticamente al comportamiento autoritario de los patrones y que se reconozca a sí misma como un ser inferior condenado a servir siempre y sin posibilidades de desarrollo o expectativas de logro. Pero para bien de las sociedad peruana las cosas han cambiado: "y me salí por eso, porque le dije: ¡Ud. no me va a gritar a mí! Ella se molestó, bastante. Se puso histérica. Me dijo, 'no te vas, te quedas porque lo digo yo'. Agarré mis cosas y me fui… no me pagó mi último sueldo. Y no le he reclamado: que se quede con su plata" me dice Magdalena Prieto Cruz, 29 años, digna pero, desgraciadamente, desempleada a la fecha.


La Casa de Panchita

La Casa de Panchita

Sofía Mauricio y Blanca Figueroa son las propulsoras de La casa de Panchita, ONG que apoya a las trabajadoras del hogar con cursos de capacitación y de recreación para sus hijos, con información sobre sus derechos pero, sobre todo, es un espacio para que lleguen, se sientan cómodas, compartan conversaciones y libros, revistas y un poco de ocio creador. Desde el año pasado, debido a la necesidad de ambas partes, también se han convertido en una agencia de empleo. El año pasado recibieron 900 solicitudes de empleadores.

La casa empezó en 1998, cuando el personaje del folleto "Panchita", se convirtió en el icono de las trabajadoras. "Esta fue una historia que se validó, se utilizó con experiencia de años y les encantó, ellas empezaron a preguntar y a decir que Panchita debe tener una casa" nos comenta Blanca. La Casa de Panchita comenzó como una habitación en la calle Francisco de Cela, apenas de unos 30 m2. "Después de tres años, la habitación fue pequeñísima para la cantidad de gente, nos mudamos a Canevaro, pero tres años después no se podía ni caminar, entonces nos mudamos a esta casa en República de Chile. Al principio las chicas se sentían tímidas porque es preciosa, ¿no?". La casa es grande y sus patios permiten incluso que las hijas de las trabajadoras jueguen, aunque para las actividades que dirigen los más de 20 voluntarios, que son alumnos de distintas universidades, llevan a los niños a parques públicos. También hay una biblioteca, un comedor, y los días domingo burbujea de actividad.

Por supuesto, prestan asesoría laboral ante las diversas instancias del Ministerio de trabajo y, de ser necesario, apoyo jurídico y psicológico en caso de abusos de toda índole. Están empeñadas además en difundir los derechos de las trabajadoras, por ese motivo han repartido 70 mil ejemplares de la Ley de Trabajadoras del Hogar en Ate, Ventanilla, los conos de Lima e incluso en Pucallpa. Zonas donde, según Sofía Mauricio, la discriminación es mucho más fuerte, "porque no se toma conciencia de la situación de esa trabajadora. Yo puedo venir de Cajamarca trayéndome una paisana mía, que se quedará en mi casa pero siempre manteniendo la diferencia. Es la mirada de 'yo soy mejor que tú', aunque haya sido trabajadora del hogar anteriormente. Por las promotoras sabemos que muchas patronas, ex trabajadoras del hogar, les dicen a las chicas: 'yo también he pasado por eso y, es más, a mí no me pagaban y tú siquiera vas al colegio. A mí no me daban descanso los domingos, si quiera tú sales. A mí me pegaban, yo no te estoy pegando'. La discriminación que es fuerte entre todos lo peruanos, es aún más fuerte entre paisanos".


La trabajadora del hogar y la congresista

El domingo 22 de abril un reportaje realizado por la periodista del programa de televisión Cuarto Poder, Maribel Toledo, denunció ante la opinión pública que la congresista Elsa Canchaya, original de Junín, donde había ejercido como notario público, había contratado como asesora de su despacho en el Congreso de la República y por la suma de 1.470 dólares mensuales, a Jacqueline Simon, quien en realidad laboraba como la nana de sus hijos.

Obviamente se trata de un contrato simulado y además anulable, en tanto que para tener el rango de Asesor SP1, se requiere como mínimo bachillerato universitario. En esta ocasión el autoritarismo de la congresista Canchaya, sumado a su viveza criolla y a su torpeza política, han puesto sobre el tapete una vez más las equívocas relaciones entre empleada y empleadora. Al parecer la congresista será desaforada, el procurador del congreso la ha denunciado por falsedad genérica, delito contra la administración de justicia y estafa. Al momento de escribir estas líneas la Comisión de Ética del Congreso la ha suspendido por 120 días sin goce de haber y su oficina ha sido clausurada en el parlamento. A Jacquline Simon se le ha acusado de estafa en agravio del Estado y puede terminar en presidio.

Un taxista comentó al leer la noticia en los periódicos "Qué sinvergüenza esta congresista, y encima ha fregado a la muchacha". La sabiduría popular da cuenta de la situación con gran claridad: nos encontramos frente a un escenario ejemplar que muestra casi en blanco y negro las prácticas en perjuicio de las trabajadoras del hogar que ejercen empleadores inescrupulosos, en este caso, para usarlas en sus propios entuertos. Es cierto que Jacqueline Simon tiene 25 años, grado de instrucción superior pues asiste a una academia de enfermería, y sabe lo que hace. Sin embargo, en una relación tan desigual, la parte débil siempre llevará las de perder.


Nota

El proyecto que dio origen a este trabajo fue el ganador de las Becas AVINA de Investigación Periodística (Perú).



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