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La insignia
16 de mayo del 2007


El saber-mercancía*


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, mayo del 2007.


La primera vez que alguien escribió un signo sobre una tablilla de barro, en Uruk, Mesopotamia, cuatro mil años antes de Cristo, fue para recordar cuántos bueyes se llevaban de un lugar a otro, imaginamos que para venderlos. Algunas de esas tablillas, que se encontraban en el Museo de Bagdad, y que quizás ahora ya no se encuentren, son parejas de galletas de barro en una de las cuales se encuentra el dibujo de un buey, y en la otra un signo extraño, lo que podría ser un número. Estas tablillas, agrupadas en conjuntos para ser trasladadas junto con los bueyes, serían en buena cuenta el primer libro de la historia. Por lo tanto, en el inicio de la escritura, se encontraban las relaciones comerciales: la necesidad de dar cuenta de los bueyes como mercancías.

No debe de asombrarnos, entonces, que hoy sean las industrias culturales las que, como bien ha dicho Victor Vich en una entrevista, constituyan las significaciones sociales imaginarias de la sociedad peruana, lo que tiene sentido en nuestra sociedad y lo que no tiene sentido. El libro, por cierto, forma parte de este mundo de industrias culturales desde que el joven tallador de piedras Johannes Geinsfleisch zur Laden zur Gutemberg, en 1455, en Maguncia (Alemania), produjo una Biblia con 42 líneas en cada página, y llevó las páginas impresas a la Feria de Fráncfort, donde vendió las biblias por adelantado. El éxito de su producto cultural se basaba en tres elementos fundamentales, que permitieron no sólo la revolución del conocimiento y el inicio del Renacimiento, sino inclusive el gran cisma de la Iglesia católica, y el inicio del luteranismo. Estos tres elementos son: uniformidad de la letra para le mejor lectura, velocidad en la producción de más y más libros, y sobre todo, bajo precio. Los carísimos libros realizados con ornamentos por los copistas de las abadías de la Edad Media, iban a convertirse en objetos de museos y los libros impresos, en el objeto principal para educar y transmitir el conocimiento.

Los libros, uno de los objetos más democráticos de todos los tiempos, ha devenido en nuestros días en una de las fuentes principales de inculturación y de educación pero, a su vez, en un objeto de lujo debido -en el caso peruano- a las políticas culturales erráticas que, a pesar de bienintencionadas leyes y reglamentos, no fomentan ni la producción de libros ni la lectura. Así tenemos que los niños peruanos se encuentran en la escala más alta de personas que no entienden lo que leen y, como sostiene uno de los más conspicuos heraldos negros de la postmodernidad, Giovanni Sartori, se irán convirtiendo en homo videns, sin posibilidades de desarrollar un pensamiento crítico. Ovejas para las dictaduras y las verdades-míticas del capitalismo tardío.

No obstante, a contrapelo de las pesimistas reflexiones de algunos de mis compañeros y a pesar de las nefastas políticas culturales que protegen sobre todo a los editores y a los otros capitalistas del libro, estoy convencida que desde los sectores menos favorecidos se empuja una democratización de nuevas formas de abaratar la lectura. Por eso mismo le he dedicado mi ponencia en este seminario a las fotocopias. Creo que uno de las enseñanzas de mi paso por el diploma de género de esta universidad (la Universidad Católica) ha sido una metodología de investigación que podría titularse "poniendo el cuerpo", es decir, atendiendo a lo que nos atraviesa personalmente, en mi caso, la precariedad de los medios y el ambiente para poder investigar y dictar mis propias clases. Si de alguna manera en la Universidad de San Marcos se remonta el vacío de las bibliotecas, la desactualización de las mismas, el maltrato al alumno que quiere investigar y la escasez de recursos bibliográficos, ha sido a través de las múltiples fotocopias que alumnos, profesores y demás miembros de la comunidad académica, intercambian. Incluso, como es sabido, los intercambios se producen de forma anónima y ampliando nuestra pequeña red de amigos profesores o investigadores. En la medida que un profesor que ha tenido la fortuna de acceder a un libro difícil de conseguir, o que circula poco en el Perú o, en todo caso, que abre nuevas puertas al conocimiento, y lo deja en una de las fotocopiadoras de Letras en San Marcos, empieza a partir de ese momento la circulación de ese libro, inclusive, entre profesores que no conoce. Esto me ha pasado en concreto con el libro "Diseños globales, saberes locales" de Walter Mignolo: un texto que busqué en Lima, Bogotá, México y Buenos Aires, e incluso mandé a pedir a la Casa del Libro de Madrid pero estaba agotado. Y lo encontré en la fotocopiadora de Mary.

En una pequeña encuesta que he realizado entre algunos amigos investigadores, quienes tienen mayor número de libros enteros fotocopiados son aquellos que, por diversos motivos, no tienen acceso a bibliotecas universitarias, públicas o semi-públicas, con un acervo adecuado y actualizado. Si uno es profesor de la PUC y además investigador del IEP, pues la verdad que no tendrá necesidad de fotocopiar excepto textos agotados -en cuyo caso es siempre legal - o difíciles de conseguir, puesto que tiene acceso a las mejores bibliotecas del país. Que no se acerquen ni de raspa al acervo de la biblioteca de la Universidad Javeriana o de la UBA, bueno, es cierto. Pero esto implica a su vez políticas claras de equipamiento que, por otro lado, como investigadores también les compete exigir.

Pero si bien es cierto que, desde los sectores menos favorecidos, se empuja a una ampliación de la esfera del conocimiento, desde los productores de libros, sobre todo las grandes empresas editoriales, se propone una ampliación del copyright que choca con los intereses democratizadores en tanto restringe el uso del libro. Hoy en día, debido a la importancia de las patentes y de la tecnología de la información, se está creando un nuevo tipo de mercancía: el saber-mercancía, un saber devenido en cosa que, de acuerdo con la teoría fetichista de la mercancía, encubre que su valor existe únicamente como producto social.

A su vez, hoy, toda información o conocimiento convertido en mercancía produce rédito, y no necesariamente para su creador, sino al que permite que ese saber-mercancía se convierta en producto a ser comercializado. No estoy de acuerdo con las tesis pesimistas de Horckheimer y Adorno en relación a los productos culturales; sin embargo, quizás sus puntos más desfavorables como la defensa cerrada del copyright sean perjudiciales para las grandes mayorías. Creo que en este punto podemos tener una medida exacta de la importancia de la cultura, no sólo como "transmisión de lo bello" o "cercanía a lo sublime" sino como una forma de acceder a un conocimiento que nos permita, mal que bien, salir de una situación de ignorancia y tener acceso al poder. Pues como sostuvo Steve Biko antes de morir en Sudáfrica, y lo repito como mantra cada vez que puedo para convencerme de la importancia del saber, no hay mejor arma para el opresor que la mente del oprimido. Liberar la mente del oprimido es una tarea urgente que nos compete, aquí y ahora, a todos nosotros.


(*) Ponencia de la mesa inaugural Industrias culturales: máquina de deseos en el mundo contemporáneo que se realizó en el Centro Cultural de la Universidad Católica los días 9, 10 y 11 de mayo de 2007.



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