Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan: De premios y centenarios

Días atrás escribí del centenario de Antonio Machado, poeta mayor en lengua española, pero raptado por algunos a quienes interesa más encarcelar a los poetas en cárceles ideológicas, del siglo que sean, que en aprehender la hondura humana y por ende artística de sus poemas.

Las efemérides, los premios, las celebraciones y demás faramalla son ocasiones propicias para hurtar la verdadera fuerza del escritor. No tenemos más que fijarnos en dos ejemplos. El primero es el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Después de todos los fastos, celebraciones, gastos y congresos, ¿de qué ha servido? De bien poco, habría que responder si queremos ser sinceros. Ni siquiera para publicar una edición rigurosa de la novela, tarea que ya se había llevado a cabo diez años antes. Eso sí, los tópicos que se repitieron en el tercer centenario han vuelto a la palestra, y la gente, con ilusión y regocijo, ha vuelto a entonarlos. ¡Qué sería de nosotros sin los tópicos, sin las verdades consabidas, sin la llamada sabiduría popular!

El otro ejemplo es Antonio Machado, poeta que resume la esencia soriana, que encontró el amor allí, que retrata el alma castellana. Me repito al indicar que ni alma castellana ni zarandajas por el estilo. Machado era un poeta que conocía a la perfección las tendencias poéticas europeas, conocía también lo más vivo de la filosofía que se estaba escribiendo entonces, estaba al tanto de la política de su tiempo, y tampoco desconocería la historiografía de su época. La visión que da de Soria o de Castilla está mediatizada por unas ideas; en modo alguno refleja el ser castellano en su inmediatez. Cosa muy distinta es que desde entonces algunos dedicaran ímprobos esfuerzos en solidificarla como tal. Machado se hace eco de las ideas de su tiempo, no en vano escribe durante el Modernismo, cuando España se encuentra sumida en una crisis bastante profunda y tanto él como otros escritores reflexionan acerca de lo que es y ha sido España. Para ello utiliza la forma del poema meditativo y conversacional, adaptando las silvas y el romance a tal propósito. Pero no deberíamos olvidar que parte de una historia legendaria y que en lugar de refrendarla lo que hace es meditar y oponer lo que Unamuno denominó intrahistoria. Esto no aparece súbitamente cuando llega a Soria. La preocupación por el otro está ya presente en sus poemas de corte más palmariamente simbolistas (lo que no significa que los de Campos de Castilla no lo sean también).

Pero el lado social de la literatura, tiene también sus gratificaciones. Además de poder leer una vez más a Machado, o por primera vez, gracias a la celebración de su centenario, las concesiones de premios tienen la virtud de recompensar en algunos casos trayectorias eminentes y dignas de tal reconocimiento, además de poner de relieve, aunque sea por espacio breve, a escritores que lo merecen. Viene esto a cuento de la concesión del premio de Poesía Reina Sofía a Blanca Varela, premiada no hace mucho también. Reconocer todo lo que Blanca Varela ha hecho como escritora o como antóloga es, como mínimo, de justicia. Además, puede que haya algún despistado que no supiera aún de su poesía y ahora pueda disfrutar de ella. Sin contar con que editarán una antología que quedará a disposición de futuras generaciones.

Me resulta muy difícil hablar de la poesía de Blanca Varela más allá de la constatación de la emoción que despierta en mí; emoción, todo hay que decirlo, de índole intelectual. Solo sé que ante tanta vacuidad, premios concedidos a escritores mediocres, utilizaciones espurias de los mismos, etc., este premio no hace sino señalar una evidencia; pero que no por ello no necesitaba señalarse.