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La insignia
12 de mayo del 2007


A fuego lento

Indiferencia del universo


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, mayo del 2007.


El 28 de diciembre de 1999, la niebla sobre la bahía de San Francisco varó mi vuelo en el aeropuerto de Denver. Llevaba conmigo un librito de Martin Buber en el que leí que en una ocasión cierto rabino decidió ayunar una semana entera, pero unas horas antes de culminar su empresa lo asaltó una sed tan abrasadora que se dirigió al pozo para sacar agua y beber. Entonces se dio cuenta de que por no esperar unas cuantas horas iba a destruir el trabajo que ya había realizado, y decidió no sacar el agua. Inmediatamente después fue invadido por un sentimiento de orgullo por haber sido capaz de imponer su voluntad a las urgencias de su cuerpo, y entonces razonó que era mejor ir a beber el agua y fracasar, antes que dejar que su corazón cayera presa del orgullo. Regresó al pozo y, cuando se disponía a sacar el agua, se dio cuenta de que su sed había desaparecido.

Lo que me interesó rescatar de esta lectura es el hecho increíble (pero cierto) de que la plena conciencia de lo que es (sin convertirlo en lo que uno cree que debería ser) tiene un inmediato efecto tranquilizador si se registra sin agregarle valoraciones positivas o negativas. Es decir, si uno acepta lo que considera terrible: la neutralidad de lo real y de la verdad, así como el hecho de que es uno quien le agrega emociones a la indiferencia del universo. El registro conciente de nuestras reacciones, tanto en la dicha como en la adversidad, tiene también un efecto potenciador de la capacidad cognoscitiva de lo concreto, que se traduce en una gozosa lucidez serena cuyo placer uno se guarda para sí porque es sencillamente intransferible.

Solamente a quien rechaza lo que encuentra cuando busca la verdad puede atribularle la práctica de este registro conciente de lo que es (y no de lo que debería ser, según nosotros). A propósito, estos aforismos de Remy de Gourmont (traducidos por Luis Eduardo Rivera), vienen mucho al caso: "Lo que hay de terrible cuando se busca la verdad, es que se encuentra". Por eso Gourmont aconseja: "Subir por encima de sí mismo, para observarse". Y a propósito de los autoengaños dice: "La verdad está en los hechos y no en la razón. Las ciencias históricas sólo pueden llegar a comprobar la legitimidad de lo que fue, de lo que es, de lo que será". Y, finalmente, para quienes insisten en imponer su verdad a contrapelo de lo que sencillamente es: "Un imbécil no se aburre nunca: se contempla".

Mientras todo esto sucede, el universo nos ignora.



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