Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
20 de marzo del 2007


Recordando La casa de los espíritus (1982)


Miguel de Loyola
La Insignia. Chile, marzo del 2007.


En La casa de los espíritus (1982), Isabel Allende consigue recrear literariamente parte de la historia de Chile, desde principios del siglo XX hasta bien entrado el golpe militar de septiembre de 1973. A pesar de la evidente semejanza con ciertos tópicos y aún con personajes atribuibles a la ingeniería novelesca de García Márquez en sus inolvidables Cien años de soledad (1967), la hábil narradora chilena termina consolidando un estilo propio, alimentado por un torrente inagotable de fantasía natural para crear personajes y circunstancias que guardan esa dosis indispensable de relación literaria con la realidad que se busca retratar. Así, los personajes de la novela representan a los más variados sectores de nuestra sociedad, al mismo tiempo que adquieren la fisonomía y los rasgos propios de los personajes novelescos capaces de sobrevivir en el imaginario del lector a perpetuidad.

La novela, sin retruécanos ni yuxtaposiciones da cuenta de la historia de una familia perteneciente a un segmento de la oligarquía chilena venida a menos, pero que gracias a un golpe de fortuna y perseverancia consigue recuperar su feudalismo, dinero y potestad. El peso de la historia descansa en la vida personal de Esteban Trueba, quien de ser hijo de madre viuda, arruinada y enferma terminal, pasa a convertirse en minero y latifundista rico. Posteriormente, como suele ser el recorrido natural de los hombres adinerados por estas tierras, llegará a ocupar un escaño en el Senado de la República, con todas las características de los políticos conservadores chilenos de mediados de siglo, reaccionarios y fieros, marcados con el sello de un anticomunismo acérrimo.

Si bien el peso de la historia descansa en la solidez de Esteban Trueba como personaje literario perfectamente perfilado ante los ojos del lector, son las mujeres de la novela las que sostienen, urdiendo muy al estilo de Ursula Iguarán en Cien años de soledad, la secreta vida interior de la familia. Sin embargo, sorprende el universo femenino de la novela, en tanto paradigma contestatario a las mujeres de su misma clase. Nada tienen que ver las presencias femeninas de La casa de los espíritus, con el prototipo de mujer proveniente de la clase alta chilena. Las mujeres de Isabel Allende, responden más bien al estereotipo de mujer clase media educada, extravagantes y soñadoras, pero todavía muy entregadas a las tareas y responsabilidades del hogar. Tal es el caso de Férula, hermana del senador, de su hija Blanca, y también de su misma nieta Alba, aún cuando encarna -sólo en parte- a las jóvenes feministas del Chile de los años 70.

El contraste del mundo masculino con el femenino, aparece nítidamente registrado y se corresponde con la época descrita, cuando los roles estaban demarcados por la barrera del sexo. Así, el senador Trueba siempre será el sostenedor de la familia, el hombre fuerte ante la adversidad, el único que puede poner en orden el mundo material. Machista, autoritario al punto de sentirse con derecho a golpear a su esposa con tal de imponer su voluntad. Pero también dotado de cierta piedad humana, consistente y natural. Isabel Allende salva así a su personaje de la caricatura, dotándolo con todos los rasgos del hombre de carne y hueso, y no cae en ese error tan común en nuestra literatura nacional, especialmente en algunos autores de la generación del 50, que no resisten la tentación de hacer de sus personajes una caricatura, registrándolos como seres enteramente perversos, enteramente buenos, o sencillamente ridículos. Lo mismo ocurre con Pedro García y sus descendientes, y por eso nos parecen creíbles.

La relación vertical entre empleado y patrón está muy bien retratada de acuerdo a la época descrita, previa a la Reforma Agraria, y también la que surgió después como consecuencia de ésta, cuando el campesinado pasó a ser dueño de la tierra, enfrentando y enrostrando al patrón. Con posterioridad al Golpe, y ya en plena dictadura, puede verse también como las relaciones retoman su curso natural, imponiéndose otra vez la ley de la casta más fuerte.

El exceso de autoritarismo por parte de la sociedad machista de la época, conlleva a una falta de compromiso ideológico que aparece marcado en las mujeres de La casa de los espíritus, a quienes vemos entregadas más por motivos amorosos a la ideología de sus amantes que por otra causa, y afectadas por una patología mental que hará crisis a partir de los 70, conocida con el nombre de depresión. Así Clara, sabemos, pasa por largos períodos de mutismo inexplicable, para luego sumergirse en sesiones de espiritismo que son otra forma de evasión de la realidad. Clara, como esposa vive más preocupada de los muertos que de los vivos, extraviada en sus propias fantasías, ajenas a la realidad y sus necesidades. Sus obligaciones descansan en la servidumbre y en su cuñada Férula, acaso la única mujer de la novela con los pies puestos en la tierra, y a quien, sin embargo, su hermano termina por expulsar de la casa cuando advierte que tiene el talante suficiente para disputarle su autoridad. La relación con Esteban Trueba, su esposo, está marcada por una conducta sexual machista, en tanto se proyecta como objeto del deseo de Trueba, sin encarnar otros aspectos de la relación amorosa.

El exceso de autoritarismo impuesto por Trueba, tal vez sea el causante de la infelicidad amorosa de sus descendientes. Ninguno de sus hijos varones es capaz de constituir una pareja, y con su única hija ocurre otro tanto. Blanca, quien ha sido desde su más temprana juventud la prometida y amante del hijo del capataz de Las tres Marías, tampoco conseguirá en el futuro regularizar su situación amorosa. Pero el problema continúa hasta una tercera o cuarta generación, cuando Alba tiene que vivir también en la clandestinidad su amor. Pero a pesar del dolor y los problemas que se denuncian, persiste la mirada esperanzadora que alumbra y destilan las obras de todos los creadores dotados con la magia de "lo real maravilloso."

La narración acota el proceso social e ideológico vivido en Chile hasta la llegada de la dictadura desde una óptica bastante pluralista, consiguiendo una polifonía de voces interesantes y muy poco trabajadas por los escritores chilenos de su misma generación. Isabel Allende sorprende con esta obra al mundo entero y abre las puertas de la literatura nacional hacia todos los hemisferios.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto