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La insignia
17 de marzo del 2007


Arañados signos (II)


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, marzo del 2007.


A veces tengo la impresión de que ha habido demasiadas poéticas, demasiados intentos de justificar la poesía mientras la iban escribiendo, y que el único que ha dado en el clavo ha sido José María Álvarez, poeta no demasiado bueno, pero en aquel momento extraordinariamente intuitivo, cuando remitió a Johnny Hodges. Le habían preguntado a este qué era eso del jazz, y les respondió agarrando el saxo y diciendo -se refería a Just a Memory-: "Esto se toca así". Y tenía razón: "esto se toca así", "esto se escribe así", sin más. Se escribe como se vive, lo que no quiere decir que haya que escribir sin reflexionar, como si el vivir fuera una actividad atolondrada y carente de sentido (esto, sí, y no solo porque no sepamos discernir el diseño que se esconde tras el tapiz, sino porque nada hay más embrutecedor y paralizante que buscarle y encontrarle un sentido a la vida. Todo queda justificado entonces, hasta la mayor barrabasada.)

Escribir o vivir, pintar, también, y olvidarse de las buenas galerías, de los marchantes ridículos con sus corbatas de seda y su desprecio por el arte que mancha, las manos, entiéndase, o la ropa. Quizás por ello Ginés haya sabido interpretar de manera tan justa a David González y su "Ragged blue" del libro "Ley de vida": "En una ocasión la policía me tiroteó" o "Mucho vacilar y muchas pollas en vinagre". Pero también Luis Nieto y su delicada variación en oscuro de "No se ve bien el árbol", aunque solo haya que fijarse con detenimiento para empezar a ver el poema de Méndez Rubio, u otras variaciones entre el negro y el azul de Juan Carlos Tejo para Méndez Rubio, y otros árboles, los de "Hasta los árboles".

No menos interesante y delicada es la recreación de Casilda García en torno a Amalia Bautista, "Estoy ausente", dos láminas en rojo que huyen del centro en un remolino denso que se va clarificando. O las obras de Los Navegantes del Palomar, hechos en madera o con objetos encontrados para poemas de Vicente Luis Mora o Elena Medel.

"Vivir en rojo", decía Eduardo Haro Ibars, en continuo compromiso y alejado de la mendaz mesocracia. Más que pinturas y lienzos, más que rimas y estrofas con bellos y agradables contenidos, de esos que confortan el ánimo como si se trataran de letanías propias de ejercicios espirituales, habrá que apostar por la poesía de González o de Méndez Rubio o de Escuín o de Bautista, como tampoco debería chocar que "Bulgarcita" haga camisetas con retales o "La familia bien, gracias" pueda confeccionar bolsos en el que lo poético es componente natural de un objeto de consumo sin que, por supuesto, acabe masificado, y sea lo que siempre quiso que fueran, algo popular.

Hay más artistas y obras. Esto es un breve resumen de una extraordinaria variedad ajena a modas y dictados. Son gente a la que le ha apetecido inspirarse en poemas que hasta entonces no conocían, pero que al leerlos han sentido cercanos. El arte no está solo en las academias y las galerías. Sería más correcto decir que el arte ya no está ni en un lado ni en el otro. Las obras se exponen en tres bares de Valladolid: La Curva, El Largo Adiós y Morgan. Merece la pena pasarse a verlas.



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