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La insignia
13 de marzo del 2007


Mirada atrás, después de la derrota (I)


Félix Ovejero Lucas
La Insignia. España, marzo del 2006.


Geoff Eley
«Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000»
Traducción de Jordi Beltrán.
Ed Crítica. Barcelona (España)


En una larga entrevista en la que el historiador Eric Hobsbawm reflexiona con su característica limpieza mental acerca de asuntos bien diferentes, a la pregunta sobre su militancia política, contestaba: "El verdadero problema no es ambicionar un mundo mejor: es creer en la utopía de un mundo perfecto. Es cierto lo que han observado los pensadores liberales: una de las peores cosas no sólo del comunismo sino de todas las grandes causas, es que son tan grandes que justifican cualquier sacrificio, hasta el punto de imponérselo no sólo a sus defensores mismos, sino a todos los demás […]. Y, sin embargo, a mí me parece que la humanidad no podría subsistir sin las grandes esperanzas, sin las pasiones absolutas. Aun cuando éstas sean derrotadas y se comprenda que las acciones de los hombres no pueden eliminar la infelicidad de los hombres. Hasta los grandes revolucionarios eran conscientes de que no podían influir en determinados aspectos de la vida humana, que no podían evitar, por ejemplo, que los hombres fuesen infelices por una razón de amor [...]. ¿Habría sido mejor un mundo en el que no hubiéramos resistido? No creo que exista ni una sola persona implicada en aquel combate que hoy diga que no valió la pena. Con la madurez de hoy, hay que aceptar que hicimos muchas cosas mal, pero, al mismo tiempo, es imposible dejar de reconocer que también hicimos muchas cosas bien […]. El comunismo es parte de la tradición de la civilización moderna, que se remonta a la Ilustración, a la Revolución Francesa y a la norteamericana. No me puedo arrepentir de formar parte de ella" (1).

Geoff Eley, quien declara su admiración por la larga tradición de historiadores ingleses de inspiración marxista (2) y, muy especialmente, por Hobsbawm, ha escrito un importante libro que en cierto modo quiere mostrar la veracidad histórica de las opiniones anteriores. Más exactamente, y en las propias palabras de su autor, Un mundo que ganar es el relato histórico de cómo "los socialistas han sido fundamentalmente los autores de todo lo que apreciamos en la democracia, desde la búsqueda del sufragio democrático, la consecución de las libertades civiles y la aprobación de las primeras constituciones democráticas hasta los ideales más controvertidos de la justicia social, las definiciones ampliadas de la ciudadanía y el Estado del bienestar". La democracia, según Eley, nada debería a la burguesía, el individualismo, el liberalismo o el mercado: "que quede claro: la democracia no se da ni se concede. Requiere conflicto, a saber: desafíos valerosos a la autoridad, riesgos y temerarios actos ejemplares, testimonio ético, enfrentamientos violentos y crisis generales en las cuales se desmorone el orden sociopolítico dado.

En Europa, la democracia no fue el resultado de la evolución natural ni de la prosperidad económica. Desde luego, no apareció como consecuencia inevitable del individualismo o del mercado. Avanzó porque masas de personas se organizaron colectivamente para exigirla".

El libro, además de una investigación histórica de largo aliento, es también un diagnóstico acerca de la crisis de la izquierda. De la crisis y, en unas páginas, las finales, donde el optimismo de la voluntad acaso vence al realismo de la inteligencia, de la posibilidad de su renovación de la mano de los nuevos movimientos sociales. Diversas aristas que invitan a un abordaje por diversos frentes, no sólo el historiográfico. Pero antes bueno será precisar las coordenadas de la investigación de Eley, que constituyen otras tantas particularidades de Un mundo que ganar.


El escenario y las circunstancias

Aunque su investigación llega hasta ahora mismo, la atención prioritaria de Eley se concentra en un período que es en sí mismo un diagnóstico: "La conversión de la tradición socialista en agente principal del avance de la democracia fue fruto de una época determinada, 1860-1960, que ya ha pasado". La fecha de partida vendría marcada por la consolidación de los Estados-nación como ámbitos unificados de intervención política en los que los partidos de izquierda encontraron un marco donde dar cuajo político a sus proyectos. La fecha de llegada, por circunstancias sociales que minaron el cimiento social clásico de la izquierda, por la desaparición de "la infraestructura distintiva de las economías urbanas, el gobierno municipal y las comunidades residenciales obreras producidas por la industrialización", y por una pérdida de pulsión ideológica que tiene su remate agónico en los años ochenta, y que se mostró, por una parte, en la desaparición de los partidos comunistas, "el ala más combativa del movimiento obrero", y por otra, en un vaciado programático de los partidos socialistas, "profundamente desradicalizados", apartados definitivamente "de la cultura política y la historia social que los habrían sostenido durante un siglo de lucha". En esas condiciones, "el espacio para imaginar alternativas disminuyó hasta quedar reducido prácticamente a la nada". El Estado del bienestar, el keynesianismo y el sindicalismo habrían sido los últimos estertores del cadáver de la izquierda de siempre.

Con ser de toda izquierda, el mérito de la conquista de la democracia debe ser repartido. Y ahí radica otra tesis o, mejor, otro punto de vista, que dota al ensayo de Eley de originalidad dentro del género "historias del socialismo" (3): la conquista de la democracia debe tanto a los partidos políticos y a los sindicatos como a lo que, retrospectivamente, podríamos llamar "nuevos movimientos sociales ". Buena parte de Un mundo que ganar está dedicado a mostrar que el combate democrático debe muchas victorias a los movimientos feministas, a las diversas formas de consejismo extraparlamentario y, más recientemente, a verdes y defensores de minorías culturales. Cuando Eley habla de izquierda también está pensando en esas tradiciones políticas. No es esa la única ampliación de foco de Un mundo que ganar. Hay otras dos. La primera también es de concepto: la democracia en la que piensa Eley es algo más que un sistema de selección de las élites políticas; se refiere, por supuesto, a las democracias representativas y los diseños constitucionales en los que se sustentan, incluidos los derechos políticos que les son consustanciales, pero abarca también las propuestas más radicales, participativas, y diversas iniciativas políticas de raíz igualitaria que han tenido imprecisas cristalizaciones institucionales en los denominados "derechos sociales".

En esto, como en otras cosas, Eley no abusa de la precisión analítica. Bien es verdad que el problema no es infrecuente en historia política, acaso porque los investigadores manejan analíticamente el mismo léxico que los protagonistas de la historia que les ocupa y para éstos las palabras no se rigen con las reglas de la pulcritud académica: "democracia", "libertad " o "igualdad" forman parte del combate político y operan como ideas movilizadoras. En esas condiciones, perseguir el caminar de las ideas políticas es trabajo complicado que no se zanja con campanudas trivialidades de metodólogo, aunque si no está de más recordar que la ambigüedad de unos no tiene por qué trasladarse a los otros, o por lo menos no tiene la misma naturaleza que la de los otros: por decirlo con la repetida broma de Einstein, el análisis químico de la sopa no tiene sabor a sopa.

La otra ampliación es de ámbito geográfico. A diferencia de otras historias de la izquierda europea que, de facto, se limitan a Francia, Inglaterra y Centroeuropa, la de Eley abarca el este y el oeste, incluidos los países más pequeños. Y sucede que la elección del ámbito no carece de implicaciones respecto a la arquitectura argumental del libro. Por una parte, complica el reconocimiento de características comunes en procesos que no sólo tienen distintos ritmos, sino que muchas veces discurren por distintas veredas. Como uno de los objetivos de Eley es establecer una secuencia conceptual de la realización del ideal democrático en paralelo con la evolución de la izquierda y para ello necesita reconocer algunas constantes que le permitan fijar los distintos hitos, su intento de abarcar realidades bien diferentes sin desatender ningún dato corre el riesgo de acabar en un aguado, prolijo y deslavazado inventario. Ya se sabe que quien mucho abarca, poco aprieta.

No sucede así con Eley que, también aquí, apuesta por hipótesis fuertes. En esa inevitable transacción de la historia comparada entre perfilar las conjeturas y dejar información fuera del cuadro, y embutir todos los datos en una cartografía informe, se decanta por la primera opción. Pero, claro, en ese caso el riesgo es otro: aplicar al conjunto de la historia un guión que vale fundamentalmente sólo para unos pocos, en particular para el socialismo centroeuropeo. Y es cierto que, cuando se ocupa de esas otras historias, el lector a veces tiene ocasionalmente la impresión de encontrarse con comparsas descompasadas. Con todo, pesan más los beneficios de la elección geográfica. Sencillamente, buena parte de la historia de la izquierda no se entiende si se ignora su honrado internacionalismo, sobre todo cuando transcurre en mitad de una Europa en la que impeimperios y fronteras se deshacen como azucarillos y las guerras entre países ponen dramáticamente a prueba la convicción de que los trabajadores no tienen patria.

Fijadas las coordenadas, vayamos a la historia de Eley, a su periodización, no sin advertir, por si no lo dejaban claro los párrafos anteriores, que no escamotea su punto de vista, su cuerda política. No creo que se le pueda reprochar lo que, al fin y al cabo, es pulcritud weberiana: dejar claro de qué pie se cojea. O al menos no lo hará uno que peca de parecidas querencias. Esa circunstancia tiene su traducción, además de en una prosa rotunda, infrecuente en trabajos académicos, en apariciones del autor realizando valoraciones políticas, lamentando, por ejemplo, lo que la izquierda podía haber hecho y no hizo. Por lo demás, no es esa la única presunción de Eley. Además del compromiso político hay otro informativo: se supone en el lector no poco conocimiento de los escenarios sociales y políticos. Ni en una ni en otra presunción hace muchas concesiones. De modo que el lector hará bien en proveerse de alguna lectura que le complete el paisaje histórico de fondo sobre el que discurre Un mundo que ganar (4).


Notas

Fotografía: "Herreros" (1926), de August Sander.

(1) Eric Hobsbawm, Entrevista sobre el siglo XXI, Barcelona, Crítica, 2000, págs. 216-217.
(2) Una tradición que abarca ya varias generaciones y áreas de investigación. Véase Harvey Kaye, Britain's Marxist Historians, Londres, St. Martin's Press, 1995. Por cierto, que Hobsbawm ha mostrado reticencias en su autobiografía con respecto a ciertas tendencias recientes (feministas, identitarias) aparecidas en su seno que tienen el peligro de "echar por tierra la universalidad del universo discursivo que es la esencia de toda la historia entendida como disciplina erudita e intelectual", Años interesantes, Barcelona, Crítica, 2003, pág. 273.
(3) Carl Landauer, Elizabeth Kridl Valkenier y Hilde Stein Landauer, European Socialism, 2 vols., Berkeley, University of California Press, 1959; Albert S. Lindemann, A History of European Socialism, Yale, Yale University Press, 1984; Leslie Derfler, Socialism since Marx: A Century of the European Left, Londres, Macmillan, 1973; Donald Sassoon, One Hundred Years of Socialism, Londres, Tauris, 1996 (ed. esp., Cien años de socialismo, Barcelona, Edhasa, 2001). En lo que atañe a sus tesis, el trabajo de Eley quizá se emparenta más con una historiográfica radical de corte divulgativo -pero clásica- cultivada por marxistas académicos, de la que son dos ejemplos dispares Arthur Rosenberg, Democracia y Socialismo. Historia y política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), México, Siglo XXI, 1981 (1ª ed., 1937), y George Novack, Democracia y Revolución, Barcelona, Fontamara, 1977.
(4) Puesto en recomendaciones, no me resisto a sugerir otro complemento: el volumen de fotografía compilado bajo la dirección de Michael Löwy, Révolutions, París, Hazan, 2000. Recoge una cuidada documentación gráfica de los principales procesos revolucionarios desde la Comuna de París.

(*) Publicado originalmente en Revista de Libros, nº 83. España, 2003.



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