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La insignia
30 de junio del 2007


«Nos hemos convertido en personas non gratas»


Marcos Taracido (*)
Libro de Notas. España, junio del 2007.


Jesús Gómez Gutiérrez (Madrid, 1965) entra en internet como colaborador de Rebelión en 1997 y, tras dirigir las secciones de Cultura y España durante tres años, deja la redacción en el 2000 y funda La Insignia, "diario digital independiente, laico y sin ánimo de lucro, que se publica en español y portugués" y que va camino de las 3000 ediciones.


Libro de notas: ¿Cuál es el origen de La Insignia?

Jesús Gómez: Como sabes, La Insignia es una obra no demasiado conocida de León Felipe, que él define muy exactamente en el prólogo como "alocución poemática". En el año 2000 nos limitamos a retomar una idea que tuvimos un par de amigos a mediados de los ochenta y que no se había podido llevar a cabo por la sencilla razón de que su publicación en papel habría sido imposible o del todo inútil para nuestros objetivos. La Insignia iba a ser una revista de poesía, pero no al uso. Iba a ser una revista donde la poesía, y otros géneros literarios en menor medida, dirigieran la información política. Pero mi dimisión de la revista donde entonces trabajaba, Rebelión, supuso la ruptura de otras formas de información que también nos interesaban y forzó un cambio en el proyecto de La Insignia, que adoptó frecuencia diaria y un tono más generalista.

Debo añadir, por cierto, que el mayor éxito de La Insignia no está en ninguna de las facetas informativas de esta publicación, sino en su nombre y en la simbología del poemario de León Felipe. Creo que las únicas personas que no protestaron cuando se propuso una cabecera tan poco periodística fuimos Natalia Cervera, coeditora del diario, y yo mismo. A través de ese detalle envíamos un mensaje que debería ser obvio: todo es esencialmente convención. Una cabecera, una estética, un conjunto de normas morales. Las convenciones se pueden romper y desde luego se pueden reformular. Dónde está escrito, por ejemplo, que no se deba abrir la edición de un periódico con un epigrama de Marcial o un divertimento del Marqués de Sade. Se puede, y además, funciona. Internet no ha creado un tipo nuevo de lector. Ese tipo de lector existía antes, pero el papel nunca le ha concedido espacio.

LdN: Vuestra intención inicial lleva a retomar la vieja discusión entre literatura como comunicación o como conocimiento; a menudo publicáis obras o fragmentos de obras políticas, aunque normalmente eludís una literatura combativa en el sentido que cobró en los años cincuenta ese término para las letras. ¿No crees que para "dirigir la información política" es mucho más efectivo un artículo de opinión?

JG: No pretendo contestarte a la gallega, pero eso depende de qué se entienda por política y por artículos de opinión. La mayoría de los aspectos de lo que generalmente se denominan "cuestiones políticas" o información política, no se refieren a ninguna cuestión central, y a veces ni siquiera secundaria, de la economía, las formas de organización social, etc. Suelen ser politiquería; más o menos, la historia de las vidas y conflictos de los actores de la obra de teatro. No son la obra en sí misma, ni el público, ni el entramado de la propia representación, por mucho que la vida de los actores también influya en todo eso. En suma, no es política.

Por otra parte, cualquiera que se interese por las causas y los efectos de nuestra querida especie, y no sólo por la apariencia, acaba irremediablemente en la literatura. Es decir, la literatura nos "gobierna" con independencia de que lo reconozcamos en La Insignia o en cualquier otra parte. Y es lógico, porque tiene todas las grandes preguntas y casi todas las respuestas.

Pero has dicho algo que me parece más interesante que todo esto. Nosotros sólo establecemos una diferenciación literaria: la calidad. No buscamos autores combativos en el sentido de comprometidos -en su vida o en su obra- con el tiempo que les tocó vivir, sino autores que disparen al centro de las dianas en fondo y forma. Porque la literatura que se corta las alas, que traiciona o limita la palabra escrita en aras de cualquier otra cosa, no suele ser buena literatura. Por supuesto, la gente está en su derecho de confundir un poema con una reunión de un comité central o con un discurso de feministas talibanas. Como la literatura es un animal omnívoro, no hay material del que no se pueda obtener una joya. Pero lo normal es que surja basura politiquera o la enésima mediocridad de enésima poetisa sobre lo interesante que es su coño.

LdN: Retomando tu primera respuesta, ¿cuál es el tipo de lector de La Insignia? ¿Hay una división clara entre los lectores lusófonos y los de habla castellana?

JG: No hay una división importante entre los lectores de los dos idiomas. Era una cuestión que nos preocupaba en la primera época de La Insignia; pero las divisiones que existen no están ahí. A fin de cuentas hablamos de dos idiomas que son hermanos en un sentido lingüístico del término, lo cual facilita el tránsito de uno a otro incluso entre los lectores que no tenían experiencia previa. En ese sentido creo que la publicación ha hecho un gran trabajo, un trabajo didáctico y de voluntad. Porque la relación entre los dos idiomas no es compleja; pero el equilibrio entre los dos, sí. Te doy un ejemplo sencillo: en ocho años hemos recibido muchas docenas de cartas donde se nos pedía que tradujéramos los textos del español al portugués o viceversa. Parece una petición razonable, pero es muy peligrosa. En un ámbito mayoritariamente hispanohablante como el nuestro, el castellano barrería al portugués; incluso en un ámbito más equilibrado, se impondría de todas formas porque es el idioma de intercambio dominante. Y por otra parte no ayudaríamos a derribar la frontera, a que la gente conozca los dos idiomas y se los apropie, sino a fortalecerla.

Tal vez parezca incongruente que esa afirmación la haga un traductor en una publicación dominada por traductores y escritores, pero el español y el portugués ofrecen una posibilidad muy difícil de encontrar, incluso entre lenguas latinas. Están tan cerca que el lector sólo tiene que hacer un esfuerzo pequeño, poner algo de su parte. Y esto contesta a la primera parte de tu pregunta. Pedir esfuerzos a los lectores es evidentemente una forma perfecta de perder lectores. Lo cual sería grave si no fuera porque La Insignia no los quiere ganar: los quiere crear. Nos interesa un lector capaz de parar un segundo para echar un vistazo al Aurélio o al diccionario de la RAE. Un lector que no pide a gritos las cadenas.

LdN: ¿Y no se crea una relación endogámica, circular, entre lectores y diario? Me refiero al hecho de que lectores y editores coincidan plenamente en la línea editorial, de modo que el proyecto se limite a alimentar sólo de lo que puede ser fácilmente digerido.

JG: Ese peligro existe con cualquier publicación y en cualquier formato, por buenas que sean las intenciones. Un porcentaje significativo de lectores no accede a un medio para informarse, sino para reafirmarse; pero ese porcentaje no es la totalidad, y ese es un detalle crucial. En cierta medida planteas una cuestión que vale tanto para las publicaciones como para los propios autores. ¿A quién pretende llegar un autor? A quién elige por interlocutor, para qué escribe. Cuando un medio o un autor actúan en función del aplauso de su clan, no debe quejarse de que reciba precisamente eso. Escribir o publicar mirando al graderío tiene ventajas indudables; evita vivir al raso, por ejemplo. Sin embargo, a nosotros nos interesan "los otros" lectores. E incluso por encima de eso, lo que más nos interesa de todo es la búsqueda de autores nuevos.

Pero sin salirnos del tema, el lector medio de La Insignia es tan particular que tenemos la dudosa virtud de molestar. Te decía que las divisiones que existen no están entre lusohablantes e hispanohablantes, y es cierto. Nos dirigimos a un ámbito cultural tan grande y tan diferente que no podríamos agradar a la mayoría aunque quisiéramos. Porque no es lo mismo hacer una publicación que llegue a muchos países, lo cual consigue cualquiera en Internet, que pensar una publicación desde la perspectiva de todos ellos, con una "línea editorial" ajustada a cada uno y además sometida a otra, de carácter general, que es inevitablemente fuente de conflictos añadidos. Son países en tiempos históricos distintos. El lector medio español -progresista- tiene las ideas bien claras en relación con la homosexualidad, el aborto, el divorcio, etc., pero América sigue siendo otro mundo aunque haya avanzado bastante; o sin llegar tan lejos, sus gustos y estéticas pueden ser ajenas a las del lector medio guatemalteco o incluso uruguayo. En la práctica sucede que los ejes de La Insignia, que pretende ser lo que en tiempos remotos se habría llamado una publicación "de vanguardia", no coinciden con los de las mayorías morales o políticas de cada país. Incluidas las mayorías morales y políticas de las dirigencias de izquierda.

Ahora bien, es evidente que las intenciones son una cosa y los hechos son otra. El principal problema de este medio es la falta de recursos. Y el peor de todos ellos, con gran diferencia, es la dificultad de conseguir buenos autores y textos de calidad. A veces la gente malinterpreta nuestros silencios y, por supuesto, nuestros flagrantes desequilibrios informativos. La Insignia está pensada para ser bastante más agresiva de lo que es, y no me refiero solamente al fondo de las cuestiones sino a la forma. Pero no podemos hacer milagros.

LdN: Esa descompensación de la que hablas es crucial y extensible a otros medios. Se pretende construir profesionalmente, pero con recursos amateurs. Es más, se renuncia de antemano a convertirlo en un modo de vida (económicamente, se entiende). ¿Cómo se trabaja con ese déficit?

JG: Creo que ante todo hay que hacer una puntualización. Los problemas económicos no son comunes a todos los medios en Internet ni tienen el mismo peso. Con lo primero quiero decir que los chanchullos habituales en papel también están presentes en la Red, desde subvenciones y favores hasta utilizaciones amiguistas de la publicidad; seguro que ambos podríamos citar muchos medios sin alcance, sin lectores y a veces sin el rigor mínimo que gozan de una salud económica envidiable o por lo menos relajada. Internet es un mundo tan viejo como el papel.

En realidad, el problema que mencionas sólo es determinante en un tipo de publicaciones: medios independientes como los nuestros -sin padrinos, por entendernos- que alcanzan un tamaño medio o grande, a partir del cual no se puede crecer ni sobrevivir sin un aumento fuerte de recursos. Al llegar a ese punto, que La Insignia alcanzó hace unos cuantos años, las intenciones iniciales son irrelevantes: el medio se transforma en una forma de vida o en una forma perfecta de hundir varias vidas. Los gastos directos en Internet no son el peor obstáculo. La clave está en los gastos derivados del tiempo y del trabajo que exige un medio grande, y que no se pueden afrontar a golpe de voluntad. Quién paga esas horas. Quién paga lo que se deja de hacer por hacer un medio. Cómo se puede mantener, aumentar, mejorar la propuesta informativa, o exigir algún compromiso a los colaboradores, cuando no hay presupuesto.

LdN: Pues eso, ¿cómo? ¿cómo lo hacéis en La Insignia?

JG: Yendo bastante más allá del cumplimiento del deber (Risas). Pero bromas aparte, hacemos lo único que podemos hacer en estas circunstancias: reducir al máximo todo el trabajo que no sea la edición de los textos y todo detalle técnico que contribuya a elevar la carga de trabajo, los costes o cualquier otro aspecto que desequilibre el medio. De hecho, tuvimos que borrar gran cantidad de materiales de archivo, especialmente de los primeros años. Como advertimos en alguna ocasión, advertencia que por supuesto cayó en saco roto, estábamos condenados a quemar varias salas de la biblioteca para poder meter más libros. Lo que no se dijo, porque nos parecía obvio, es que eso no era suficiente. Para que la cura de urgencia fuera útil, también había que frenar el ritmo de aumento de lectores.

Después tuvimos que tomar otro tipo de decisiones. Por ejemplo, el fin de nuestro servicio de "revista de prensa", incluso cuando respondía a acuerdos con otros medios, y una limitación tajante del espacio que dedicábamos al simple servicio social, como en el apartado de derechos humanos, el sindical, etc. A cambio del alcance mediático de La Insignia, de nuestro trabajo, de nuestro tiempo y del dinero que cuesta mantener este medio, no sólo no hemos recibido absolutamente nada sino que además perdíamos colaboradores. Es lógico. Cualquier autor desea publicar en tantos medios como sea posible. Si ser colaborador nuestro no era condición necesaria para llegar a nuestros lectores, ¿por qué iban a colaborar con nosotros? Me temo que cuando se habla de "socialización de la información", campo en el que hemos sido pioneros y creo que de forma bastante generosa, hay factores que se pasan por alto y muchas zonas oscuras.

LdN: ¿?

JG: Los ejemplos darían para un par de volúmenes. Pero no queremos aburrir a la gente, de modo que mejor lo dejamos en un muestreo pequeño… empezando por el principio, por lo más obvio. Se podría decir que nosotros somos una publicación sin ánimo de lucro en sentido bidireccional; nadie cobra nada: ni se cobra a los lectores ni cobramos nosotros por nuestro trabajo. Además, todos nuestros textos son de libre reproducción con las condiciones habituales de cita de fuente y enlace. Es decir, ya jugábamos limpio en ese sentido años antes de que algunos se les ocurriera utilizar la bobísima definición en inglés de copyleft para hacer lo que el propio León Felipe apunta en el prólogo de La Insignia en 1937. Pero no todo el mundo juega limpio. Ni siquiera hace falta hablar de los medios tradicionales que "levantan" textos de publicaciones como la nuestra y no pagan nada. Es que Internet está llena de sitios cuya etiqueta "sin ánimo de lucro" sólo tiene un sentido unidireccional; es verdad que no tienen lucro comercial, pero reciben subvenciones -a veces millonarias- y desde luego viven profesional o casi profesionalmente de ello. Con el cuento de esa situación intermedia, se aprovechan de la buena voluntad de los autores y del trabajo de personas como nosotros. En ese punto de la línea, la "socialización de la información" se convierte en una coartada para que las empresas ganen más y los trabajadores no cobren.

Luego tienes toda una gama de situaciones similares, aunque no necesariamente con dinero de por medio. Por ejemplo, la vampirización de publicaciones pequeñas y bitácoras. Cuando La Insignia establece acuerdos con un medio, tenga el carácter que tenga, lo hace a partir de una regla muy fácil: el resultado debe ser beneficioso para los dos y para los lectores. De lo contrario, el medio grande tiende a absorber al pequeño aunque respete todas las convenciones en materia de enlaces, formas de reproducción, visibilidad, etc. Y el problema es tanto más grave cuanto mayor sea la diferencia entre ambos. No sólo no "hace Red", por así decirlo, sino que arrastra a sus lectores y tal vez a sus colaboradores. El resultado final de las relaciones desequilibradas es una Internet más pobre. Una imitación a escala de lo mismo que hacen las empresas multinacionales en sectores económicos débiles o desregulados.

LdN: La Insignia optó por solicitar ayuda económica a los lectores; pero la colaboración fue nula o muy escasa. ¿A qué crees que se debe? ¿Es el lector en red insolidario o simplemente está ya acostumbrado a conseguir lo que quiere gratuitamente y sin esfuerzo?

JG: No creo que al lector se le puedan aplicar categorías morales como solidario o insolidario; el lector es como es. No da nada si no se le da algo a cambio, y puesto que efectivamente está acostumbrado a la gratuidad de Internet, entiende que la simple existencia de un medio es, por supuesto, nada.

Pero tengo que romper una lanza a su favor, y no sólo porque simpatice con el descreimiento de esa lógica. El lector nunca es el problema y tampoco lo es en este caso. Nosotros solicitamos su patrocinio, como decía José Francisco de Isla en el prólogo a Fray Gerundio de Campazas, con la esperanza de que la obrilla no lo desmereciera. Y nos ha premiado con la amistad de cinco, seis, a veces siete lectores entre unos cuantos cientos de miles que además de darnos lecciones de ironía se atreven a compartir facturas.

Hay un debe, desde luego, pero no está ahí. En La Insignia se han sumado varios factores que explican que económicamente sea inviable. Algunos son comunes a otros medios de Internet y otros son el precio de la independencia de criterios e incluso de su carácter mixto en un contexto mucho más nacional y cerrado de lo que parece. En cualquier caso, la experiencia habrá merecido la pena.

LdN: ¿Y cómo se compagina vuestra labor profesional con la edición del diario?

JG: Con sentido del humor y paciencia. Al principio, nuestras ocupaciones facilitaban la edición del diario porque estamos hablando de versiones del mismo trabajo, la palabra escrita; pero con el paso del tiempo, yo diría que se han vuelto especialmente antagónicas. Ten en cuenta que la edición más sencilla de La Insignia exige tres o cuatro horas de trabajo diario. Esto no es una bitácora. Detrás de las dos, a veces tres personas, que nos encargamos de mantener en marcha el proyecto, hay veinte colaboradores fijos y una cifra muy superior de colaboradores ocasionales, sin contar los medios con los que mantenemos distintos grados de asociación. Como bien sabes por Libro de Notas y otros proyectos anteriores, eso genera tal carga de trabajo invisible para el lector -pero absolutamente necesario- que se basta y se sobra para provocar un tipo muy concreto de crisis de crecimiento. Incluso antes de lo que hablábamos sobre el déficit de recursos.

En cambio, supongo que nuestros trabajos son útiles para el lector en otro aspecto. No coinciden ni remotamente con las esclavitudes que cualquiera puede imaginar en un medio de comunicación. Nuestra relación con La Insignia se limita al trabajo que ponemos en ella y, de vez en cuando, a la satisfacción de publicar textos de calidad. No hay nada más. Ni siquiera en el terreno de las más que humanas ambiciones personales, porque cuando están, están fuera de La Insignia y de sus cosas. La palabra escrita es el centro de nuestras vidas, pero de unas vidas tan alejadas de lo que entendemos por periodismo que se podría decir que estamos en otro planeta.

LdN: Supongo que te refieres a tu último trabajo…

JG: No, pero vale como ejemplo. Mis últimos meses han estado casi íntegramente dedicados a la traducción de las novelas del gran Fredric Brown para la editorial Gigamesh, que se publicarán en algún momento de este año. Todo un placer, por cierto, lo cual no es nada habitual en esta profesión. Pero es una situación que conoces bien, porque esas características de los miembros de La Insignia también se dan en Libro de Notas.

LdN: Mencionabas antes el precio que hay que pagar por la independencia. La Insignia tiene una línea editorial de clara tendencia hacia la izquierda, pero destaca el hecho de las abundantes críticas que se hacen a tradicionales baluartes y estandartes izquierdistas, y tú mismo has escrito varios artículos en torno a la necesidad de otra izquierda.

JG: Sí, supongo que dedicamos mucho tiempo a guerras perdidas. Me gustaría afirmar lo contrario, pero hoy por hoy no existe la menor posibilidad de que se pueda crear otra izquierda, una izquierda republicanista, una izquierda profundamente liberal en el sentido cultural del término pero fiel al ideal de justicia. Los restos del movimiento comunista se han unido al revival del izquierdismo más cerril y la crisis de la socialdemocracia la va acercando al coma.

Desde el primer día, la renovación de la izquierda ha estado entre los objetivos centrales de La Insignia, y eso no sale barato cuando se toma en serio. Hace unos días, un buen amigo hablaba sobre su experiencia vital y literaria; más o menos decía, y me consta que es cierto, que había estado atrapado entre una derecha que no lo leía ni lo quería ver publicado porque era un hombre de izquierdas y una izquierda que no lo leía ni lo quería ver publicado porque cometía el delito de pensar. Creo que La Insignia ha contribuido en alguna medida a la ruptura de ese bloqueo y de otros prácticamente idénticos, pero nuestra capacidad es limitada. Nos hemos convertido en personas non gratas. Cuando yo mismo quiero publicar fuera de este medio, no se me deja más opción que salir totalmente de mi ámbito de simpatías políticas. Es lo mismo que le sucede a cualquier autor y a cualquier publicación que no salte por el aro. O salvando las distancias de la metáfora, es lo mismo que sucede -lo cual es incomparablemente más grave- con esa gran mayoría social de ciudadanos de izquierda que han dejado de militar, de votar, de participar en un sentido u en otro. Porque la base social está. Quien no está donde debería estar es la izquierda política.

Recordando la descarga que le dedicó T. S. Eliot a Henry James, y que vosotros mencionábais la semana pasada en Libro de Notas, esta izquierda tiene una mente tan perfecta que ninguna idea la puede profanar.


(*) Marcos Taracido es director de Libro de Notas.



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